Capítulo 25

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Las semanas se habían escapado con la misma fluidez que las gotas de agua deslizándose por una cascada

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Las semanas se habían escapado con la misma fluidez que las gotas de agua deslizándose por una cascada. Mis músculos se habían fortalecido y mi llama interior ardía cada día con más vitalidad.

Pronto se transformaría en un incendio.

La silla movible fue sustituida por un bastón que me fabricó la propia Helia. Mi cojeo anunciaba el terrible accidente del que había sobrevivido y mi equilibrio que estaba consiguiendo recuperar la normalidad en mi caminar cada día que pasaba.

Los entrenamientos comenzaron a ser más largos, lo que me permitía pasar más tiempo junto con Helia. Ya no necesitaba agarrarme de sus manos para nadar así que lo habíamos sustituido por competiciones entre nosotras las cuales, obviamente, siempre perdía.

Martillo muchas veces nos observaba desde la orilla sin mucha intención de querer mojarse. Otras veces se animaba y se lanzaba al agua para nadar al lado de su amiga. Me sorprendió lo juguetón e inteligente que era.

Gracias a mi independencia, Dasyra podía estar más tranquila, pasando las noches en su habitación y dejándome sola. En esas noches, mirando al techo, me acordaba de Melania y de su mirada gentil.

Las tormentas y lluvias se apaciguaron, transformándose en pequeños chaparrones que duraban unas pocas horas al día.

Cuando conseguí caminar de manera natural con el bastón, Helia me mostró el majestuoso jardín de palacio, donde solía pasar las horas que no la encontraba.

Aquel día le dije que me ayudara a quitarme los zapatos en el porche para quedarme descalza. Fue la primera vez que vio las cicatrices sobre la piel de mis pies. Noté como las acarició con las yemas de sus dedos, siguiéndolas y terminó mirándome a los ojos.

—Una guerrera se enorgullece de sus cicatrices. Son marcas que demuestran que gracias a tu lucha sigues hoy con vida —fue lo que me dijo aquel día.

Yo le terminé respondiendo con uno de mis silencios reflexivos.

Cuando mis pies acariciaron la hierba, seca gracias al sol del medio día, no pude evitar contener las lágrimas.

Me acordé de Holz y sus jardines, donde había estrenado mi reciente libertad después de años de encierro. Dejé caer mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Disfruté de las sensaciones que me aportaba el jardín. De la suave brisa meciendo las faldas de mi vestido y mi pelo, del olor a naturaleza y a humedad, del canto de los gorriones anunciando que la primavera se acercaba. Gracias a ese momento y a las palabras de Helia, la vergüenza que me producían mis cicatrices se esfumó y la sustituyó un sentimiento de gratitud. Agradecía el estar viva, después de muchos años habiendo deseado estar muerta.

Helia respetó mi pausa y a los minutos sentí como sus dedos se entrelazaban con los míos de manera tímida. Acarició mi mejilla, limpiando mis lágrimas con el dorso de su mano y me miró con una mirada que no supe descifrar. No obstante, no había ningún atisbo de lástima ni odio, lo que hizo sentirme segura y cómoda.

Poder y justicia. Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora