Capitulo 8

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Laura

Río a placer aprovechando que acabo de colgar y no me oye. «¿Cómo es posible que un gato te ataque así?». Niego con mi cabeza y vuelvo a reír fuertemente imaginando la escena. Pobre hombre... Respiro profundamente para calmarme y me quedo mirando al vacío mientras recuerdo la conversación. «Ha dicho que sí». Digo con el teléfono pegado a mi pecho. El hombre de piedra está cediendo.

***

Álex me ha mandado un mensaje. Hemos quedado en uno de los bares que hay cerca del hotel dentro de una hora. Voy con el tiempo justo y todavía no he decidido qué voy a ponerme. Jamás imaginé que una cita con un chico pudiera alterarme tanto. Realmente estoy sorprendida. Es la primera vez que soy yo quien toma la iniciativa invitando a alguien, pero es que está tan bueno. Y la verdad es que no esperaba que aceptara cuando hablamos por teléfono. Es un tipo muy raro, pero me encanta eso de él, nunca sé cuál será su reacción. No es para nada predecible. Estoy cansada de hombres que parecen estar cortados por el mismo patrón. Me aburren. Álex es todo lo contrario, tiene un toque místico que atrapa, y cuanto más difícil me pone las cosas más me gusta. Siempre me han gustado los retos.

He tenido muchas citas durante toda mi vida. Odio las relaciones estables y la monotonía. A la semana ya me he cansado de ver la misma cara. Dicen que es porque todavía no me he enamorado, y en parte tienen razón. Todavía no he experimentado esas cursiladas de las que hablan las parejas. ¿Qué es eso de no poder vivir el uno sin el otro? Definitivamente, es algo que no quiero saber. La dependencia no es lo mío. Vivo muy a gusto sin tener que dar explicaciones a nadie.

Por fin saco un pantalón blanco del armario. Ni siquiera recordaba que lo tenía. Tengo cientos de prendas sin estrenar. Siempre que salgo de compras vengo cargada de bolsas que una vez cuelgo en las perchas me olvido de que existen. Reconozco que compro compulsivamente, no lo voy a negar, pero es algo que no puedo evitar y que además me divierte. Disfruto como una loca haciéndolo.

Me decido por una blusa roja. Es un color que me va bien y realza mi cabello. Perfilo mis ojos en negro y marco mis labios con una barra carmesí. «¡Lista!», digo mientras me miro en el espejo. Me calzo las sandalias negras y me cuelgo el bolso al hombro. Tomo las llaves y me dirijo al coche.

—Vaaaya... —oigo que dice detrás de mí una voz conocida. Silva. Cierro los ojos, molesta—. ¿Dónde va ese bombón? —me giro y trato de fingir una sonrisa.

—Voy de compras y llevo mucha prisa, Jorge —muevo mi mano de espaldas a él a modo de despedida mientras bajo rápidamente los escalones.

Jorge puede considerarse el mayor error de mi vida. Es mi vecino desde hace dos años. Al principio teníamos una buena amistad y salíamos juntos algunos fines de semana. Desde entonces no para de intentarlo conmigo. Estoy harta de explicarle que no volverá a pasar, pero no pierde la esperanza y se pone muy pesado.

Cuando llego al aparcamiento veo que alguien ha dejado un coche en marcha y en doble fila justo detrás del mío. Subo y espero. Imagino que no tardarán llegar. Hasta las ventanas están bajadas. Los minutos pasan y nadie viene a retirarlo. Comienzo a tocar el claxon impaciente y el dueño sigue sin dar señales de vida. Al final llegaré tarde a mi cita. En uno de mis impulsos y con un cabreo de mil demonios salgo de mi vehículo y camino hasta el que está mal estacionado. Sin pensarlo demasiado, abro la puerta y subo mientras blasfemo. Acelero fuertemente y por el retrovisor veo que un grupo de personas sale de un establecimiento cercano gritando y riendo. Alguien corre hasta mí. Debe de ser el dueño. Estoy segura de que el muy cabrón estaba mirando con sus amigotes desde la ventana mientras se burlaban. Cuando creo que ya estoy lo suficientemente lejos y he dejado el paso libre, bajo y camino hasta mi coche de nuevo.

El tormento de Álex - (GRATIS)Where stories live. Discover now