Capitulo 11

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Otra noche que paso en vela y sin parar de pensar en ella durante todo el día. Hoy volveré a verla. Laura me ha llamado hace unos minutos para decirme que venía de camino. Estoy apoyado en la esquina del hotel, hoy es el concierto y mis nervios están algo más revolucionados. No es lo mismo que tomar un refresco en una terraza. Un taxi para delante de mí y la ventana se abre.

—¡Hola, guapo! —Laura asoma su cabeza—. ¿Cuánto cobras?

—¿En un taxi? —pregunto extrañado.

—Hoy pienso tomar algunas copas y no quiero correr ningún riesgo —abre desde dentro la puerta y veo cómo se hace a un lado.

—Podrías haberlo dicho. Yo no beberé y me gusta llevar mi coche.

—Oh, vamos. No seas aguafiestas. ¡Sube de una jodida vez! —pongo mis ojos en blanco y subo al taxi con ella. Todo el interior huele a su perfume—. Lo pasaremos bien, ya verás —me sonríe.

El trayecto es corto y pronto llegamos. Apenas nos da tiempo a cruzar cuatro frases absurdas en el camino. Paga al conductor antes de que yo pueda sacar mi cartera y baja rápidamente del vehículo. Tengo que caminar deprisa tras ella porque va como loca. Parece una cría entusiasmada. Llegamos al lugar donde tocará el grupo, entrega las entradas y nos abren el cordón para que pasemos. Una vez dentro nos dirigimos a la barra y es ella quien pide las bebidas. Intentaré al menos pagarlas yo.

El camarero nos pone dos pequeños vasos y los llena con algún líquido de color azul. Laura me pasa uno de ellos.

—Esto se toma así —me dice—. ¡Arriba! —levanta el vaso—. ¡Abajo! —lo baja a la altura de su barriga—. ¡Al centro! —lo coloca a la altura de su boca—. ¡Y para dentro! —se lo bebe de un sorbo—. Te toca, musculitos —sonríe.

—Te he dicho que no voy a tomar alcohol...

—Vamos, está buenísimo. No me hagas el feo —me pone ojitos y no puedo resistirme.

—Está bien —me lo bebo de un trago y quema mi garganta. No entiendo cómo ella ha podido hacerlo sin una sola mueca en su cara. Cuando voy a soltar el pequeño recipiente en la barra compruebo que hay varios más de diferentes colores.

—Se llama arco iris —dice al ver mi cara interrogante. Toma el de color verde—. No puedes dejarme sola en esto —levanta sus cejas. Respiro profundamente y accedo. Si quiero que confíe en mí debo ceder un poco más.

Uno tras otro acabamos con todos los chupitos. Los acordes del grupo comienzan a sonar y Laura tira de mi brazo para que vaya con ella hasta la pista. Me siento algo mareado, llevo demasiado tiempo sin beber tan rápido y el alcohol está afectándome.

Tres canciones después descubro que lo estoy pasando bien. Me siento más relajado. Laura desaparece durante unos minutos con la excusa de ir al baño y aparece con dos copas más y una amplia sonrisa.

—¿Qué intentas? —pregunto con una ceja levantada.

—Que te diviertas —responde muy cerca de mi cara. No puedo dejar de mirar sus labios. Intuyo que se ha dado cuenta, pero me importa una mierda. Le doy un buen trago a mi bebida y regreso mi atención al escenario. Suenan genial y me gustan. Por el rabillo del ojo veo cómo Laura baila y corea las canciones. Se las sabe todas. Consigue animarme y me uno a ella. Río con sus tonterías, salto a su lado y al final, no sé cómo, acaba subida sobre mis hombros gritando con una camiseta que le ha lanzado el cantante del grupo. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien, ni yo mismo me reconozco.

El concierto acaba y decidimos tomar un poco de aire. Hace demasiado calor. Nada más salir a la calle, un grupo de chicos intenta propasarse con Laura. Siento rabia. «¿En serio tiene que aguantar esto todos los días?». Cuando voy a intervenir pone sus manos en mi pecho.

—Calma, musculitos, que son muchos —tiene razón, pero no me importa. Quiero darles una lección a esos idiotas. El calor de sus manos llega hasta mi piel y me relaja—. Estamos disfrutando. No lo estropees —sonríe. Veo cómo solo unos segundos después pierden el interés y se alejan. Laura retira sus manos de mi cuerpo y protesto mentalmente.

—Deberían darte las gracias. Les acabas de salvar la vida —ríe y no entiendo por qué. Lo he dicho en serio. La curvatura de su boca cada vez me parece más perfecta. Es tan carnosa y apetecible que siento que en cualquier momento perderé el control y me lanzaré sobre ella.

—¿Te parece bien si volvemos a casa? Es tarde... —quisiera decir que no, pero parece agotada. Según me dijo en el coche hoy trabajó todo el día.

—Sí, ya está bien por hoy —contesto.

—Dame un segundo que llamo a un taxi —mete la mano en el bolso para buscar su móvil y no lo encuentra—. Joder, mi bolso parece un agujero negro... —lo descuelga de su brazo y se acerca a la farola que tenemos al lado para ver mejor, apoya un pie de mala manera y pierde el equilibro. Con un rápido movimiento consigo atraparla para que no caiga y queda pegada a mi pecho. Mis brazos están rodeándola. Nos quedamos inmóviles mirándonos fijamente a los ojos. Mi respiración se ajusta a la suya. La tengo tan cerca que puedo sentir cómo late su corazón en el lado opuesto que el mío.

Humedece sus labios con la punta de la lengua y mi boca se hace agua. Daría cualquier cosa porque fuera mi lengua quien acariciara sus labios de esa manera. Su rostro está tan cerca del mío que puedo inhalar su cálido aliento. Mi respiración se agita y Laura se tensa. Posiblemente el alcohol que corre por mis venas tenga la culpa y me arrepienta después, pero no puedo contenerme más. Lo necesito. Pongo mis labios sobre los suyos y mi cuerpo se altera al instante. Su respuesta no se hace esperar. Presiono su cuerpo ansiosamente contra el mío. Gime, rodea con sus manos mi cuello y creo perder la cabeza. Es adictiva. Su sabor me transporta a un lugar lleno de sensaciones, donde el dolor que siento diariamente en el centro de mi pecho se desvanece. Mi deseo aumenta y necesito más. Busco su lengua con codicia y cuando la encuentro, me deleito con ella. Laura está totalmente entregada a nuestro beso, al igual que yo. El deseo me está superando y comienzo a perder el control. No me importa nada más. Levanto a Laura del suelo y pego su cuerpo contra el lateral de uno de los coches que hay allí aparcados, mis manos comienzan a buscar entre su ropa.

—Tranquilo, fiera —oigo a Laura hablarme agitada en la lejanía mientras muerdo su cuello—. Para, aquí pueden vernos... —vuelve a decir. Mi respiración es rápida y con esfuerzo consigo apartarme de ella. Su sabor en mi paladar sigue confundiéndome. Poco a poco comienzo a ser consciente de todo. «Mierda, ¿qué coño estoy haciendo?». El dolor vuelve rápidamente a mí.

—Lo siento. Yo... no puedo... esto no... yo no estoy preparado —intento explicarle, pero tengo toda mi sangre recogida en algún lugar y no encuentro las palabras adecuadas.

—Tranquilo, musculitos —sonríe y acaricia mi cara—. Sabré esperarte. No soy una violadora —no entiendo nada. ¿Esperarme? No, esto nunca ocurrirá.

—Laura, yo...

—Lo sé —vuelve a interrumpirme—. Ya me quedó claro aquella vez que lo insinuaste. No te avergüences por ello —cuando voy a protestar pone uno de sus dedos sobre mi boca y me calla—. Deja que llame para que vengan a recogernos —se aparta de nuevo, dejándome todavía más confundido, y telefonea a la central. Unos minutos después, llega un taxi.

La vuelta a casa se me hace incómoda. Soy incapaz de mirarla a la cara. Mi cabeza funciona a mil por hora. Tengo que explicarle que esto ha sido un error, y sobre todo que no volverá a pasar. Me armo de valor y cuando por fin saco la fuerza suficiente para decírselo, me giro y descubro que está dormida.

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El tormento de Álex - (GRATIS)Where stories live. Discover now