Capítulo 2.

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A la mañana siguiente me desperté enredada en mis sábanas, aún con el fuerte brillo de la luna presente en mi memoria. ¿Me había llevado Nate hasta allí? Miré el reloj, la una. ¡¿La una?! Debería haberme levantado para acompañar a los niños al colegio, pero todo lo que vi me desconcertó... Allí no había nadie, pero por las voces alegres de los niños era muy evidente que el orfanato estaba atestado de gente. Me bajé de la cama y fui hasta el comedor, donde los responsables de hoy recogían y lavaban los platos. Afuera, un impecable manto blanco cubría los jardines y los niños se divertían con las bolas de nieve, bajo la atenta mirada de Cristina. En el salón, algunas chicas más tímidas hablaban en susurros y otras ocupaban el resto de la sala con sus mejores pasos de baile, intentando crear una coreografía para el concurso del instituto. Volví al comedor, cogí una manzana y me fui, ante la mirada de los que recogían. Mientras me tomaba la fruta, volví a mi habitación, recogí un poco de pasada el desorden para poder organizarme y me puse unos pantalones pitillo y un jersey de lana marrón. Mientras bajaba, pasé por delante de la habitación de Nate y llamé a su puerta, pero como nadie contestó, seguí hasta la puerta trasera, donde cogí mi abrigo y me aventuré al frío invierno donde los chiquillos jugaban divertidos. Me acerqué a Cristina.

-Buenos días dormilona.

-Buenos días.

-Te preguntaras por qué estamos todos aquí.

-¿Es por la nieve?

-Me temo que sí, pero nadie ha parado la guerra a pesar de ello.

-Estoy harta de todo esto, llevamos 2 años en guerra, ¿tan difícil es dividirse el petróleo? Acabarán matándonos a todos.

-Acabaremos como en aquella película. ¿Cómo se llamaba? Que todos vivían en el espacio…

-Me acuerdo, se llamaba WALL-E. Todos gordos, sirviéndonos de máquinas después de habernos pasado la vida entera contaminando nuestro planeta. – una bola de nieve me dio en la coronilla - ¿Pero qué…?

Nate se acercaba riéndose y corriendo, huyendo de dos niños que le perseguían.

-¡Buenos días!

Hizo ademán de abrazarme, pero aterrizó una bola en su hombro, se dio la vuelta y contraatacó al niño.

-Beth, ¿te apuntas?

-No, no me apetece.

Cristina, que se había mantenido al margen, me lanzó una gran bola de nieve a la tripa.

-Oh, no… te la has ganado…

Cogí un puñado de nieve que esquivó por poco y le dio a una chica que pasaba por detrás.

-Ups, ¡lo siento!

En esta pelea, no había puntos muertos, así que no tardó en llegarme la siguiente bola, que me dio de lleno en el muslo. Todos los allí reunidos acabamos metidos, sin nadie que nos parara los pies, sin adultos que nos controlaban, porque seguramente la directora ni estaba allí en ese momento.

A las dos y media nos encargamos de que todo el mundo estuviese dentro del edificio, preparado para comer. La cocinera llegó a las 3 con una gran cacerola, la cual pasó a la cocina, dejó una nota con lo que había que hacer para que estuviese listo y luego se fue. La misma rutina de siempre, la misma poca amabilidad de siempre.

El estofado estaba repugnante, y muchos niños se estaban quedando escuálidos a causa de la poca vitamina que tenía la comida. Una vez me quejé, pero siempre me respondían con la misma explicación, la que resuelve todo: ‘’estamos en guerra.’’ ¿Y a mi qué más me daba que estuviésemos en guerra? ¡Necesitábamos comer!

Cuando terminamos de recoger todo, se oyó cómo se abría la pesada puerta de entrada para a los pocos segundos cerrarse con un portazo, el repiqueteo de los tacones de la directora subiendo las escaleras y parándose en la puerta de su despacho. Luego, todo se quedó en silencio durante unos segundos, pero las conversaciones se retomaron rápidamente. Varias horas después se oyó cómo la directora bajaba del despacho, se ponía su abrigo y se marchaba del orfanato.

En ese momento, interrumpiendo mi lectura junto al fuego de la chimenea, Nate apareció, tan abrigado que solo se le veían los brillantes ojos verdes.

-Me voy.

-¿Tan pronto? Si solo son…

Miré el gran reloj victoriano y comprobé que ya eran las 9.

-Te quedas tan absorta leyendo que no te das cuenta de lo que pasa en el exterior.

-¿Cenaste ya?

-Llevo dos bocadillos y una naranja, ya sabes, para comer mientras busco. Hablando de cenas, creo que deberías reunir ya a todos, te recuerdo que mañana habrá que volver a la escuela.

-Está bien, pero prométeme que tendrás mucho cuidado, si nos pillan…

-Lo tendré, confía en mí.

Me besó la frente y se dio la vuelta, con las manos metidas en los bolsillos de sus tejanos y la cabeza baja, con una gran sombra tenebrosa proyectándose tras él por la débil luz del fuego. Le contemplé alejarse hasta que mi vista no dio para más y aparté la mirada. Me levanté pesadamente y llamé con un grito a todos para que fuesen a cenar. Dejaron lo que estaban haciendo y fueron hasta el comedor, donde les esperaba un plato de guisantes más negros que verdes. Cristina bajó como una exhalación las escaleras, con la toalla aún puesta en la cabeza para que se le escurriese el pelo tras salir de la ducha.

-¡Cris! ¿Pasa algo?

-¡Sintoniza la radio, corre!

Las dos corrimos al salón y encendimos con prisas el viejo aparato que nos comunicaba con el exterior. Una voz ronca estaba dando un discurso: ‘Si, las tropas están yendo hacia la Península Ibérica, peinarán la zona y cogerán a los niños…’ Desenchufé el aparato y nos quedamos en silencio.

-Eso significa que vienen hacia aquí…

-Supongo…

-Tenemos que hacer algo, ¿no?

-No llegarán hasta dentro de dos semanas, ¡debemos escapar!

-Pero, ¿a dónde?

-Con nuestros padres…

-Cris, por Dios, no tenemos ni idea de donde están.

-Pues tenemos que darnos prisa en encontrarles.

-Está bien, hablaremos cuando vuelva Nate. Ni una palabra a los demás, podríamos alarmarles demasiado.

Nos dimos un fuerte abrazo y volvió a su habitación para terminar de vestirse. Mientras fui al comedor para ver qué tal iban con la cena. Había un silencio sepulcral cuando entré y todos me miraban. Al cruzar la mirada con las suyas, algunos bajaron la cabeza y se concentraron en mover los guisantes con la cuchara, pero en realidad muy atentos a lo que estaba pasando.

-¿Qué hacéis ahí parados mirándome? ¡Venga, a comer!

-Beth, ¿qué ha pasado?

-¿A qué os referís?

-Os hemos oído a Cris y a ti hablar de huir. ¿Qué pasa?

En ese momento entró Cristina recogiéndose el pelo en una cola de caballo y se paró en seco.

-¿Qué? ¿Ya les has dicho el problema?

-Eh, no.

-Entonces, ¿cómo lo saben?

-Hola, que estamos aquí. Os hemos escuchado.

-¿Se lo contamos?

-Está bien, pero que conste que me sabe mal contárselo sin que lo sepa Nate.

-Venga Beth, olvídate de él por un momento, ya se lo contaremos cuando vuelva.

Les relatamos lo que habíamos oído y nuestros planes mientras terminábamos de cenar. Estuvieron de acuerdo con nosotras huir. Ahora solo faltaba Nate.

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