Capítulo 6.

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Habían pasado dos días y Cris aún no había vuelto. Muchas noches, aterrorizada por las pesadillas y dejándome llevar por el sueño que no me dejaba dormir, acababa acurrucada junto a Nate, con la cabeza apoyada en su pecho y su brazo alrededor mío. Ya entonces, alrededor de las cinco de la mañana, cerraba los ojos y dormía un par de horas.

Esa mañana, tras llevar a los niños, dejé a Nate trabajando en el jardín con un mono azul y la camiseta arremangada. Le dije que hacía frío, que se pusiera una chaqueta, pero se negó rotundamente y me dijo con una sonrisa que estaba bien.

Salí a correr y aproveché para ir a buscar a Cris. El cielo estaba despejado, nada que ver con la oscuridad y la lluvia de los últimos días, pero seguía haciendo frío. En ese momento eché de menos el océano, mi tabla de surf y las olas. Desde que me secuestraron, si se puede decir así, nunca había visto un atardecer tan bonito como el de la costa, y algo me decía que pasaría mucho tiempo antes de que volviese a ver uno.

Además la Navidad estaba por llegar, y eso significaba otro año más de preparar la llegada de ‘’Papá Noél’’. Me entristecía pensar que había niños que nunca habían pasado una Navidad de verdad, con regalos de verdad, una cena de verdad, y una familia de verdad. Me pregunté cómo íbamos a hacerlo si no teníamos dinero. Probablemente nos tocase volver a robar en la juguetería del pueblo de al lado, como el año pasado. Quién sabe.

Cuando me quise dar cuenta estaba otra vez en la puerta trasera del hospital, y paré de golpe, con el corazón a punto de salírseme del pecho y jadeando. Me coloqué los rizos que se me habían salido de la coleta detrás de la oreja y me limpié la perla de sudor que me recorría la frente con la mano. Respiré hondo, y entré. Fui sorteando a las enfermeras, intentando pasar desapercibida. No fue difícil, estaba acostumbrada a ello. Irrumpí en la habitación de Cris y mi sorpresa fue máxima: no había nadie. La ventana estaba abierta y la cortina ondeaba al viento. Grité desesperada llamando a las enfermeras, que acudieron de inmediato. ¿Por qué Cris no estaba? ¿Qué había pasado? ¿Por qué se había ido y no había dicho nada? En menos de un minuto todo se había vuelto un caos: enfermeras que llamaban a gritos a otras enfermeras, teléfonos sonando, un bebé llorando y las sirenas de policía al llegar. Cuando descubriesen que Cris era una huérfana, dejarían el asunto aparcado y nadie se acordaría. La habitación empezó a hacerse más agobiante y me empecé a angustiar. Necesitaba salir de allí como fuese. Me escabullí de la habitación, corrí por los pasillos impolutos sorteando gente y no paré de correr hasta que llegué a casa y me tiré sollozando a los brazos de Nate, que seguía en el jardín. Sabía perfectamente que Cris no se había escapado. Se la habían llevado. Y sabía quién había sido.

Estaba sentada en el regazo de Nate, tapada con una manta. Me escocían los ojos y me iba venciendo el sueño según Nate me acariciaba el pelo. Pero no podía quedarme dormida mientras mi mejor amiga estaba por ahí, sola, sin nadie que la abrazase o la susurrase palabras de consuelo, como Nate estaba haciendo ahora conmigo. El reloj dio las 11, hora de que los niños se fueran a dormir. No pasaron ni 5 minutos cuando todo el orfanato se quedó en silencio, y solo se escuchaban el tic tac del reloj, y los pasos de Nate y míos saliendo por la puerta.

En el frío de la calle, me subí a la parte de atrás de la bici de Nate y saqué el papel que llevaba guardado en el bolsillo trasero de mis pantalones. Envuelto en la foto de las dos chicas, había otro papel amarillento que había olvidado por completo, el que Daniel encontró en mi pelo la noche que volvimos del Ayuntamiento. Le susurré a Nate la dirección y dio un brusco giro con la bici. Algo me decía que íbamos por el buen camino.

Dejamos la bici unas calles más atrás, por si acaso, y fuimos hasta la casa que tenía esa dirección. Era una casa grande, antigua, y con un deje de abandono. Había una luz encendida en el piso superior, pero el resto de la casa estaba a oscuras.

-Esto me da mala espina, vámonos de aquí – Me cogió de la mano y tiró de mi para que nos fuéramos.

-No, creo que es aquí donde está Cris. Lo siento.

-Bueno, pero si quieres entrar, demos la vuelta y pasemos por la puerta trasera. Te aseguro que estará abierta.

-¿Cómo sabes que tiene una puerta trasera? – dije mientras tiraba de mi en dirección hacia la parte de atrás de la casa.

-Todas las casas así tienen una, boba.

El jardín estaba descuidado, lleno de malas hierbas y hojas caídas que no recogieron en otoño. Y, cómo Nate había dicho, una puerta de barrotes que se habían dejado descuidadamente abierta. Una pena. Mientras caminábamos por el jardín, cogidos de la mano, por la sombra y con cuidado de no hacer mucho ruido, me tropecé con algo de metal que sobresalía del suelo. Nate se agachó y retiró con cuidado las hojas que había encima, dejando al descubierto una trampilla que probablemente daba al sótano, un lugar ideal para esconder a una prisionera. Mientras Nate jugaba con la cerradura y volvía a tapar la trampilla estratégicamente, me quedé pensativa. ¿Y si aquí no hay nada fuera de lo normal y estamos allanando una casa sin motivo alguno? Si nos descubren y nos pillan, saldríamos perdiendo sí o sí. La puerta de la casa se abrió y Nate y yo salimos disparados a escondernos entre la oscuridad. Conseguimos ver quién salía de la casa: una mujer esbelta repiqueteando el suelo con sus tacones y un atuendo un tanto extravagante. Un momento, ¿la directora?

-Estaros pendiente de ella, es testaruda y retorcida, podría escapar. dijo mirando hacia el interior de la casa. – Y cerrad la puerta trasera, podría entrar alguien.

Retuve la respiración detrás de Nate, y él cogió mi mano al notar mi tensión. Esperamos a que la directora se marchase y hasta que no dejamos de oír el motor de su coche, no volvimos a donde estaba la trampilla. Ahora estaba segura de una cosa: Cris estaba en alguna parte de esta casa.

Bajé yo primero, a tientas, muy despacio. Hasta que no volví a pisar suelo firme, no volví a respirar. Esperé a sentir a Nate junto a mí, y tanteé la pared en busca de un interruptor. Una débil luz alumbró la estancia. Las paredes eran marrones, con estanterías llenas de especias y cajas que contenían quién sabe qué. Barrí la habitación con la mirada, y antes de poder reaccionar, Nate se soltaba de mi mano y corría hacia un bulto rosa acurrucado en una esquina.  Él giró el bulto y pegué un grito ahogado: aquel bulto rosa de pelo rubio era Cris, que tenía la cara amoratonada y la camiseta hecha jirones.

-Eh… - Cris tenía la voz rota.

-Vámonos de aquí.

Nate la cogió en brazos, y cuando fui a salir a la calle delante suya, una mano me agarró y tiró fuertemente de mi, haciéndome caer contra el suelo húmedo. Sentí un pinchazo en el hombro y la cabeza empezó a darme vueltas. Vi como Nate intentaba zafarse de uno de los hombres, mientras otro arrastraba a Cris, inconsciente. Noté como a mí también me cogían de los pies y me arrastraban, haciendo que se me subiese el jersey y se me arañase la espalda con todo tipo de palos y otras cosas que había en el suelo. Después, me sumí en la oscuridad.

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