Capítulo 4.

32 1 0
                                    

Eran ya las siete de la mañana, y la alarma del móvil me despertó con la canción de una antigua banda, decía algo así como: ‘I can’t stop, I can’t stop lovingyou

A tientas, lo desconecté y volví a enterrar la cara en la almohada, justo en el momento en que alguien entraba atropelladamente en mi habitación. Era Brian.

-¿Brian? ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en tu orfanato…? – la voz se me fue apagando, a medida que a mi cerebro llegaba información. ¿Por qué llevaba Brian la camiseta manchada de sangre? Y lo más importante, ¿por qué me apuntaba con una pistola y me miraba con unos ojos cargados de odio? Escuché como apretaba el gatillo y grité.

Me incorporé sudorosa, pegada a mi pijama de invierno y enredada en las sábanas. ¿Qué significaba ese sueño?

Los demás dormían profundamente, aún eran las 5 de la mañana. Me volví a tumbar y cerré los ojos, pero no conseguía conciliar el sueño, unos ojos me observaban cada vez que cerraba los míos, y en ellos se veía reflejada una pistola. Resoplando, acabé por coger el libro que me estaba leyendo: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. Mi gran pasión, a parte de la música del siglo pasado, eran los libros que marcaron tendencia y que aún eran recordados. Fui hasta el salón y me metí bajo la manta que se había quedado en el sofá la noche anterior. Acaricié la cubierta con cuidado y lo abrí por la página que marcaba el marca-páginas que me regaló Nate por mi pasado cumpleaños. Antes de comenzar la lectura, contemplé el dibujo. Con trazos delicados, mi amigo había dibujado una mano sujetando una pluma, y si mirabas bien, parecía que la imagen cobraba vida, y que en ese mismo instante, la mano escribía con letra elegante: Te a…

En ese momento, escuché el cerrojo de la puerta. Me deslicé sin hacer ruido tras la puerta del salón para ver quién entraba en el edificio a las 5 de la mañana. El latido de mi corazón estaba acompasado con el péndulo del reloj hasta que, de pronto, empezó a bombear más rápido y con más fuerza, como si estuviese a punto de explotar. Se calmó cuando descubrí la silueta de una mujer esbelta y estirada: la directora. Llevaba un extravagante sombrero lila con plumas y un vestido morado. Las manos estaban tapadas por unos guantes blancos, cómo si estuviese en la Edad Media, y sujetaba con gracia un bolso de piel de cocodrilo. ¡Parecía recién salida de una fiesta! Pero mi corazón retomó el latido apresurado cuando vi que la seguían dos hombres robustos, como los gorilas que había en las puertas de las discotecas. Por suerte, no se percataron de mi presencia, ni de la manta, el libro y la manzana mordisqueada que había en el salón; subieron directamente al despacho. Me mantuve escondida, porque tenía miedo de que me descubrieran, pero me desplacé hasta debajo de la mesa camilla que estaba olvidada en un rincón, esperando a que aquella gente abandonase mi hogar. Cuando levanté el mantel de la mesa para adentrarme en sus entrañas, se levantó una capa de polvo que me hizo toser. Al darme cuenta de que me estaba delatando, me tapé bruscamente la boca con las manos, y esperé quieta a que vinieran a por mí, pero nada de eso ocurrió, y pude meterme bajo mi escondrijo sin problema. Bajo la mesa, había aún más polvo. De pronto, olvidándome la oscuridad y suciedad que me rodeaban, me asaltaron las preguntas: ¿Y si aquella gente venía todas las noches? ¿Qué querían? ¿Acaso teníamos algo importante en este andrajoso edificio? Me eché el pelo revuelto hacia atrás y miré al techo, buscando respuestas. Hasta que no enfoqué bien la mirada, no pude distinguir el papel amarillento que estaba pegado en el tablero. Quité la cinta adhesiva con cuidado y di vueltas al papel. Lo abrí con delicadeza, no sabía cuántos años podría tener eso. Resultó ser una foto impresa en papel. En ella, salían dos chicas sonriendo, y detrás de él se alzaba el árbol más magnífico que había visto en mi vida, con las grandes hojas verdes dando sombra a las dos muchachas. De pronto, como un flashback, recordé ese árbol. Recordé las tardes de primavera que pasé allí sola nada más llegar al orfanato, y que al poco de empezar a ir allí, conocí a Nate, que recurría a aquel sitio para huir de sus penas, al igual que yo. Fue ese árbol el que comenzó nuestra amistad, y el que fue nuestro cobijo hasta que tomamos las riendas, y comprendimos que no podíamos dejar a los demás solos.

Let's join together.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora