Capítulo 8.

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-Beth, ¿sabes qué es esto? ¡Contestame! -el rugido que salió de su boca me asustó tanto que solté un grito ahogado. Nos mantuvimos en silencio unos minutos y al comprobar que no nos habían escuchado, volvimos donde nos habíamos quedado. ¿Iba a contarle mi secreto? ¿El secreto de mi familia? ¿De verdad iba a traicionarlos de esta manera? No estaba preparada, pero tenía que hacerlo por el bien de todos.

-Beth, -esta vez habló más bajo- ¿me estás escuchando?

-Tengo que contarte una cosa, Nate. Y sí, te estoy escuchando. Y tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie.

-Te lo prometo. -casi no escuché lo que dijo porque me estaba perdiendo en la profundidad de sus ojos.

-El gobierno me quie...

-¿Qué hacéis? -di un respingo y un paso hacia atrás instintivamente, perdiendo el equilibrio en ese pequeño espacio. Nate me sujetó justo a tiempo, antes de chocarme contra un cuerpo menudo.

-¡Un poco de cuidado, por favor! -Cris se quejó restregándose los ojos y entrecerrándolos ante la débil luz del armario.

-¡Shhhh!

-Lo siento, lo siento. ¿Que hacia...? -su voz se apagó según veía lo que había desparramado por el suelo.- ¿Qué es esto?

-Si dejaseis de hacer preguntas, os contestaría.

-Está bien.

Me metí todas las fotografías en el bolsillo del pantalón, guardé la carpeta en su sitio y salí del compartimento del armario detrás de Nate y Cris. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra. Me tumbé en la cama, agotada.

-El gobierno me quiere muerta.- lo susurré tan bajito que ni siquiera supe que me habían oído hasta que Cris se levantó como un resorte y gesticuló un "¿¡QUÉÉÉÉ?!" un tanto exagerado.- Ya me has oído, me quieren muerta. A mi familia y a mí. Y ahora a vosotros por haber tenido relación conmigo.

-Pero, ¿por qué? ¿Cómo? ¿Qué has hecho? ¿Eres una asesina en serie? -me reí con sorna.

-No soy una asesina en serie, boba. Tengo un problema en el cerebro.

-¿Te quieren muerta por ser una retrasada? No te ofendas.

-No ese tipo de problema. Digamos que tengo el cerebro superdesarrollado.

-¿Eres superdotada?

-¡NO! Por favor, ¿puedes callarte un momento y dejar que acabe de explicároslo? -Nate, que había estado callado todo este tiempo, la miró y asintió.- Bien, empezaré diciendo que mis padres son biólogos.

Nate y Cris me miraron asombrados por mi uso del verbo "son", en presente, como si ellos hubiesen asumidos que estaban muertos.

-Mi madre, durante el embarazo, tomaba muchas proteínas y vitaminas y demás porquerías de esas además de otras...sustancias creadas por ella misma. Nací perfecta, cero enfermedades, cero deformaciones; excepto en un pequeño problema que con el tiempo se fue aumentando: empecé a aprender demasiado pronto y rápido, a leer, a escribir muchísimo antes que los niños normales.

-Pero eso es bueno, ¿no?

-No del todo. Un día empecé a perder la memoria. No me acordaba bien de las cosas, como de lo que había hecho el día anterior o qué había comido. Y al cabo de unos días, los recuerdos volvían; pero el problema es que no volvían solos: empecé a recordar cosas que aún no habían pasado.

-¿Y por eso te quieren muerta?

-Ellos creen que soy peligro, una rara, una anomalía, me quieren fuera porque creen que con mis "visiones" voy a destruir el mundo o algo parecido. Es algo estúpido.

-¿Tú familia qué tiene que ver con esto? -le lancé una mirada frustrada a Cris.

-A parte de saber cosas que nadie, a parte de mí, sabe, contribuyeron en la formación de mi cerebro. Los declaran culpables.

-¿Y por qué nos lo has ocultado? -la voz de Nate resultó herida.

-No lo sé. A veces confundo lo que pasó con lo que va a pasar. No me sitúo. Además, no quería poneros en peligro.

-¿Cómo pudiste? ¿Cómo consigues ocultarlo? ¿Estar tan tranquila después de habernos mentido durante estos años? -Nate hablaba en susurros, pero cada palabra suya era como una estaca que se clavaba cada vez más fuerte en mi corazón.

Nate se levantó de la cama y fue a la otra punta de la habitación, con las manos en la cabeza y los puños cerrados con fuerza. Cris estaba completamente quieta.

-¿Crees por un momento que no quería decíroslo? ¿Crees que es una cosa de la que es fácil hablar? -la voz me temblaba demasiado y las lagrimas no paraban de brotar de mis ojos.- ¿No entiendes que lo hice para protejeros?

Un golpe me sobresaltó y mientras me limpiaba las lágrimas con la manga de mi jersey, vi cómo de los nudillos de Nate empezaba a brotar sangre.

-¡Mierda, Beth! ¡Con todo lo que he confiado en ti y ahora me lo pagas con esto!

No podía parar de llorar. Cris me abrazó por detrás y me acunó.

-Tranquila, no pasa nada. -me susurró mientras me acariciaba el pelo- ¿Estos hombres que nos tienen, son del gobierno?

-No lo sé. Creo que sí, pero no tengo ni idea. -mi voz sonaba ronca y estaba interrumpida constantemente con un pequeño hipillo y sollozos.

-Ten. -Nate me estaba tendiendo un pañuelo.- No queda bonito en una chica estar llena de mocos.

Le lancé una mirada de odio y cogí el pañuelo con desgana justo cuando la puerta se abrió, cegándonos con la luz del pasillo. Una figura esbelta y de mujer apareció apoyada en el marco de la puerta.

-¿Quién va a ser el primero? Me gusta el chico. Es guapo. Ven conmigo.

Pude ver como Nate apretaba la mandíbula y se negaba con voz débil.

-He dicho que vengas. -No hubo respuesta.- ¿Voy a tener que ir a por ti?

La chica entró en la habitación, rodeó a Nate mientras le observaba de arriba a abajo parándose a observar su paquete con total descaro y empezó a deslizar una uña larguísima por su camiseta hasta que llegó a la cinturilla de su pantalón. Se contoneó un poco y tiró de él hacia ella. Él se tensó. Yo me tensé; quería matar a esa zorra por tocar lo que era mío. Pero, ¿¡qué estaba diciendo?! Nate no era mío. Nate y la mujer, la cual supuse que sería Margaret, estaban casi a la misma altura. Nate era un poco más alto, a pesar de que ella era más mayor y estaba subida a unos aunténticos y altísimos tacones de aguja. Margaret metió su mano por los pantalones de Nate y él se tensó aún más, pero no le apartó la mirada. Ella empezó a desabrocharle el pantalón y a pegar su cadera contra la de él, moviéndolas con demasiado contoneo. Oh dios mío, esto no podía estar pasando. Margaret acercó con sensualidad los labios a su oreja y le susurró algo así como:

-Más te vale no desobedecerme, porque sería una pena matarte; eres de un material demasiado bueno como para que sea de esa zorra pelirroja.

Y después de echarme una mirada perversa, le mordió el lóbulo, se restregó aún más con su paquete, le metió mano y se le llevó.

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