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Al llegar al portón de mi escuela, me percato de que está cerrado. Se que lo abren a las seis y media de la mañana y que lo cierran alrededor de las ocho en punto. Reviso mi reloj: Son las siete en punto, debería estar abierto. Esto me genera una interrogante

Si bien es cierto que mi reloj podía haberse descompuesto,  me he fijado bien en la hora al salir de mi casa y tengo la noción de que no me he demorado mucho durante mi trayecto. Me agacho y abro la mochila para comprobar mi pensamiento con el celular, cuyo reloj también marca las siete en punto. Hay algo que no cuadra.

Le doy una barrida rápida a mis alrededores. Alcanzo a ver a un par de alumnos del colegio de la vuelta pasar por la acera en frente. Se trata de un chico y una chica que van asidos de la mano, riéndose y hablando. Cuando pasan por mi lado, solo atinaron a mirarme de reojo y lanzar una disimulada carcajada. 

Esperando que por intervención divina llegue a dar razón de la situación, vuelvo a revisar mi reloj de pulsera para descubrir que no ha variado. Repito la acción con el celular, pero este si que ha sufrido una alteración muy notable. Si bien el tiempo no ha retrocedido de una manera mágica y inexplicable, una señal de batería baja ha inundado la pantalla, ya que he olvidado cargarlo ayer. Antes de poder reaccionar y apagarlo desesperadamente Iemand me manda un mensaje


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Cerebro y corazónOnde as histórias ganham vida. Descobre agora