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Frustrada, me deje caer en la cama y, con las pocas neuronas funcionaban bien, intenté dilucidar si valía más la pena ir a la droguería a comprar las pastillas o ignorar el dolor de cabeza y regresar a mi cuarto para intentar buscar un sosiego que me faltaba y había fracasado antes en conseguir por ese mismo problema.

Me incliné por la segunda opción, no solo porque la droguería más cercana se ubicaba varias aceras lejos de mi casa  y yo no estaba ni en condiciones de dar un par de pasos, sino porque el hacerlo implicaba necesariamente tener que emprender la engorrosa y ardua tarea de buscar las llaves de nuevo.

Aún así, preferí continuar echada en la cama que había en la habitación, prometiéndome dejarla en menos cinco minutos; esto es cuando, pensaba yo, seguro tendría energía suficiente para incorporarme y volver a mi cuarto, cosa que acabé postergando indefinidamente

Es que me sentía extrañamente familiar, cómoda, plácida. Una extraña fuerza me jalaba hacia abajo, la cual no se bien si era la flojera o la misteriosa suavidad que poseía la cama de mi madre, pero que me hizo expulsar de mi conciencia toda intención de retirarme de ese paraíso.

No recuerdo cuanto tiempo había pasado desde que me acosté cuando poco a poco, a pesar de seguir sintiendo un ligero dolor de cabeza, sombra del que había sido el peor de mis problemas, fui perdiendo la noción del tiempo, más lo que si recuerdo perfectamente es como fue que la recuperé:


Cerebro y corazónWhere stories live. Discover now