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Nada más recoger el objeto sentí un dolor realmente incómodo. Instintivamente, como si me lo ordenase mi propia naturaleza, aparté mi mano soltándolo y dejándolo caer al suelo. La revisé y ahí encontré lo que temía hallar. Un humor almagre de color y agresivo a la vista se escapaba de él. 

Estoy segura de que la situación no fue tan escandalosa como la recuerdo, pero la verdad es que por algún motivo que desconozco, me hizo sentir una descarga muy rápida de adrenalina, frialdad de piel, contracción de pulmones y latidos a un ritmo descontrolado que eran manifestaciones de la impresión y de la sorpresa.

"Parece que soy lo suficientemente torpe como para asustarme por un corte en el dedo", pensaba yo, mientras me limpiaba con la tela de blusa, que tampoco importaba tanto que se manchase, porque siempre la escondía debajo del suéter y de la casaca. De hecho, cualquiera que me hubiese visto sin él hubiese constatado que varias manchas de tinta, café y quién sabe que más que se habían formado desde la última fecha que la había lavado, fecha que por antigua que era hasta dudaba que hubiese sucedido.

A pesar de la mala experiencia que me había hecho pasar, recogí el cartucho y decidí quedarme con él. Estaba bastante viejo y desgastado, la parte impresa estaba totalmente arañada, tanto así que no se podía distinguir de que juego se trataba. Incluso cabía posibilidad de que no funcionase. Sin que eso llegase a importarme, lo guardé y seguí caminando. 

Aunque había sido una herida por lo demás leve, el dolor que producía dejó en segundo plano al de cabeza y la fiebre. En ese momento era la única cosa de la que quería deshacerme. No podía escuchar mis propios pensamientos ante esa sensación tan estúpidamente terrible. Estoy completamente segura de que ni en las trincheras se siente dolor tan terrible que el de haberse hecho un corte en el pulgar. 

No se como pude concentrarme lo suficiente como para que se me ocurriese una idea: ¡Claro!, una bolsa de hielo podría calmar el dolor.

Me desvíe hacia una bodega y pedí preciada bolsa. Sin tomarme tiempo para sorprenderme de que las estuviesen vendiendo en pleno invierno y a un precio tan bajo, dejé el dinero en la caja y salí de ahí, sosteniendo la bolsa con la mano herida.

Sentí como el hielo entraba en mi sistema y lo enfriaba totalmente. Penetraba por mi piel hacia mis venas y nervios, haciendo desaparecer el dolor como si lo hubiese sentido nunca. Y a decir verdad es que en ese momento hubiese ofrecido un ducado entero por algo que generase tal efecto.





Cerebro y corazónWhere stories live. Discover now