Capítulo 3.

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—No te conozco.

—¡Sí me conoces!

Aquella discusión era constante, a todas horas; cuando desayunábamos, almorzábamos o cenábamos. Él estaba ahí, comiéndome la oreja con lo mismo.

A veces tenía ganas de levantarme, sujetar aquel, magnífico, cabello blanco y atárselo alrededor del cuello para que dejase de hablar, para que el tono de su piel blanca debido a la escasez de sangre hiciera juego con su melena. No obstante otras, y no sé por qué, sentía la necesidad de abrazarlo. Cosa que reprimía cebándome, en cierta manera, con Macius. Había pasado poco tiempo. No los conocía de toda la vida, pero me sentía cómoda. Era extraño, ellos seguían siendo las únicas personas con las que había hablado. Sabía que en aquel lugar habitaban más personas pero no quiénes.

Sacudí la cabeza varias veces intentando disipar aquel pensamiento. Khalius, con la misma vestimenta aunque ésta parecía nueva, intentaba explicarme la situación. Pero por más que lo intentase, no le entendía del todo.

—¿De verdad es tan ilusa, milord? —Preguntó Mark, mientras me servía una taza de té rojo.

Fruncí el ceño hasta juntar las cejas, y miré a Mark. Estaba totalmente serio. Me parecía descortés, aunque no más de lo que podría ser yo si seguía con aquella actitud petulante.

—Oye, Mark, desaparece por ahí —invité con una sonrisa que disimulaba mi claro enfado.

Khalius empezó a reír cándidamente mientras se llevaba una galleta al labio inferior.

—Tranquila Enna —¿Enna?— . Mark es así de sincero y... frío. —Sus palabras sonaron vacilantes y finalmente se introdujo la galleta en la boca.

Lo observé bajando el tono de voz, que parecía haber levantado, y me senté como era debido.

Él era diferente, sino extraño. No se parecía en nada al Khalius que se había enterado que mi posible nombre y apellido era Enaira Leblanc. Aquella vez, Khalius, había salido con viento fresco de la habitación. No me dio tiempo a seguir explicándole lo que recordaba, me había dejado sola con Mark.

En aquel momento me di cuenta, de que me tenía confinada en aquella elegante habitación, sin embargo no dije ni hice nada. Dejé pasar aquel asunto, al igual que él. De momento no tenía la intención de salir de donde fuera que estuviese. No con tan poca información y desorientada como me encontraba.

—¿Sabes qué es Pandora? —Preguntó mientras daba vueltas con la cucharita a su té. Negué con la cabeza, atenta a lo que decía.

—Solo recuerdo mi nombre Khalius.

Éste rascó su mejilla izquierda y me miro. Mostraba duda, algo de desconcierto y preocupación.

—Ya veo, supongo que con el tiempo irás recordando. Lo primero —suspiró y ladeó la cabeza cavilando y miró a Mark cambiando de tema y sin terminar la frase que había comenzado—. ¿Sólo encontrasteis a Enaira?

Éste asintió y como de costumbre yo no entendía de qué hablaba. Después empecé a reír reprimiendo las grandes carcajadas que querían brotar y escapar de mí. Detuve aquella extraña risa, y le dediqué una sonrisa enigmática acompañada de una mirada desafiante. Me estaba cansando, y muy a su pesar ellos lo sabían.

—Una pregunta, Khalius: ¿por qué me tienes encerrada en esta habitación? Creo que ha pasado una semana y sois —señalé tanto a Mark como a Khalius— los únicos con los que he entablado conversación. ¿A qué se debe eso?

Mark escuchaba en silencio mientras retiraba el juego de té y en su lugar dejaba una servilleta de un impoluto color blanco. Frunció el ceño mirándome realmente serio antes de intervenir.

—Señorita Leblanc, dudo que quiera hablar con aquellas personas que le apuntaban con una espada a ras de pecho. Con aquellas, que posiblemente quieran experimentar con usted, y aquellas que pretenden provocar a las demás.

Miré la servilleta inexpresiva mientras pensaba. Poco después levante la mirada: Khalius, se había levantado y dirigido al gran y amplio balcón mientras que Mark ahora estaba sentado en el sitio de Khalius. Era, como si esperase que le preguntara quiénes eran las demás. Una pregunta, como todas las demás, que rondaba mi mente una y otra vez, iba y venía. No obstante, lo único que hice fue reír a grandes carcajadas, ésta vez sin reprimirlas. Esa situación me estaba superando.

Estaba sulfurada, agobiada, cansada. Sentía confusión, odio, rabia, asco, vamos: aversión. Retiré bruscamente la silla hacia atrás, mientras que cerraba la mano derecha y la impactaba contra la mesa.

—Pandora, Las demás, Las Siete Llaves... Estoy harta, maldita sea, de escuchar palabras que no entiendo o nombres que no recuerdo. Cada vez que me lo intentas explicar, te vas por las ramas o me sueltas cosas como "ya lo recordarás".

Podría haber seguido diciéndole mil y una cosas a Khalius. Echándole en cara miles de cosas, quejándome, regañándolo... podría, sí. Mas no pude. Antes de tener la oportunidad seguir hablando, noté cómo alguien apresaba mis brazos, me inmovilizaba y seguidamente cubría mi nariz y la boca con un trapo.

Empecé a ver borroso, difuminado, distorsionado... sentía que tenía sueño. Lo último que recuerdo de aquel momento, era una voz junto a mi oído que me decía: "debes tener paciencia." Después mis ojos se cerraron.

Volvía a estar sola, sin embargo en aquel ¿sueño? veía, igualmente difuminados, varios colores que me rodeaban: amarillo, azul, rojo, gris, violeta y naranja. Escuché risas, y murmullos. Y aunque pareciera extraño, escuchaba el silencio amenazándome.

«Vuelve, el Pandemonio se está cerrando»

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora