Capítulo 8.

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—¿Eh? —miré de reojo a Lisbeth, que tranquilamente me había mordido un dedo, mientras Deidara intentaba subirse a mi espalda.

Ya habían trascurrido algo más de tres meses desde el pequeño incidente con Damn Own y los demás acontecimientos.

Fueron días tranquilos, dentro de lo que cabe, en un ambiente como aquel. Días llenos de preguntas y de respuestas. Días en los que el sol brillaba con intensidad, lo cual me hacía odiarlo y sin embargo a Lisbeth le encantaba. Solía salir con las doncellas de la mansión, las cuales le sujetaban varias sombrillas para no quemar su piel de porcelana. Diddi también solía salir a jugar con Lisbeth, sin embargo pocas y raras eran las veces. No porque no quisiese, digo yo, sino porque no le agradaba tanto el sol como a ella. En cuanto a mí: los días de sol me quedaba en el salón, a oscuras, frente a la chimenea observando como las llamas subían y bajaban entre amarillo y naranja. El bailar de éstas me recordó la voz de una joven cantando, en aquel momento no presté mucha atención. También hubo días de tormenta, mis preferidos con diferencia. Me gustaba salir a la terraza y oler la humedad después de una intensa lluvia. Me gustaba ver como las gotas de agua recorrían lentamente las ventanas y escuchar como el viento silbaba entre los árboles desnudos. A Lisbeth también parecía gustarle algunos días de tormenta, sobre todo los que desprendían rayos. Sin embargo, escondido tras aquellos días, hubo días melancólicos, días en los que Khalius estaba enfurecido y días en los que a cinco minutos más y aquella mansión victoriana quedaba reducida a escombros. Dejémoslo en días extraños.

El enterarme, nuevamente, de que Lisbeth y Deidara eran compañeras, por llamarlo de alguna manera, no me chocó tanto como parecían esperar.

No me enfadé, estaba tranquila y paciente cavilando la situación. Khalius se había convertido en una figura paterna para aquellas dos. Lo seguían a todas partes, le pedían regalos e incluso el arroparlas en el momento que iban a sus habitaciones. Era alucinante. Nunca antes me había aplicado el dicho "No juzgues un libro por su portada", como hasta entonces. Para Diddi, el ver a Leo, había quedado atrás, lo tenía olvidado, por lo que éste pasaba todo el día y la santa noche metido en la mansión discutiendo como un niño con Khalius. En efecto, ya se habían mudado. Mark fue el único que me pareció ver como siempre. Serio, sin expresiones, y educado... claro, hasta que lo escuché discutir con Leonardo, por mancharle su traje. Ese momento fue otro shock a mis memorias. Nunca había escuchado tantas malas palabras juntas en lo que tenía de vida allí. De alguna forma, me sentía cómoda. Aquello era algo similar a una familia, sobrecogedora, protectora, amable, cariñosa... Sí, algo afín.

—Oye, ¡quita! —zarandeé el brazo de forma exagerada intentando apartar a Lisbeth, la cual había pasado de clavar su colmillo derecho en mi dedo índice a clavarlos todos en el dorso de la mano.

—¡Mmmm! —El sonido fue confuso pero deduje que sería un "No", pues había clavado más sus dientecillos hasta conseguir que de la mano emanara sangre. La absorbió y una vez satisfecha me soltó—, ¡Vale te suelto!

—Sí, cuando ya te has satisfecho —contesté enfurecida mientras intentaba quitarme a Diddi de encima—, ¡deja de hacer el koala Deidara!

Ésta sonrió y se aferró más. Estaba claro que me quería hacer enfadar. Respiré hondo y miré de reojo a Lisbeth, que estaba tranquila mirándome inocente con aquellos dos grandes ojos inyectados en sangre. Suspiré, me erguí y dejé que Diddi se deslizara hacia abajo. Ya había tenido suficiente; eso pensaba y que equivocada estaba.

En el trascurso del día no había dejado de observar como un cuervo nos perseguía a todos lados, por lo que intentaba estar siempre dentro de la mansión. Algo casi imposible ya que el día era agradable, con algo de fresco, pero el sol brillaba y a Lisbeth le interesaba jugar en el patio interior junto a Diddi. En momentos como ese, me sentaba y esperaba observando al cuervo. Era totalmente negro y ni siquiera se diferenciaban sus ojos del resto del cuerpo. Muchas veces batía sus alas alocadamente, se iba, y volvía sereno. Actos que por segundos me hacia bajar la guardia, pues parecía estúpido, aunque nada de eso. Sabía como arreglárselas para estar encima nuestro todo el tiempo. Dentro de la mansión, continuamente nos observaba por alguna ventana. Era tedioso, empezaba a molestarme.

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Where stories live. Discover now