Capítulo 13.

98 6 1
                                    

Desde mi encuentro con Rosalinda, muchas veces había soñado con Pandora o con parte de ella.

Caminaba por un bosque buscando o huyendo de algo. Por cada paso que daba o por cada roce, la vegetación se iluminaba en plena oscuridad de un único color azulado y eléctrico.

Nosotras cometemos pecados, robamos y matamos. Somos la encarnación de los siete pecados capitales.

Y por lo tanto nos espera el Juicio Divino, similar dicen algunos al Juicio Final. Otros afirman que son agua y aceite. El Juicio Divino tiene sentencia Santa, mientras que el Juicio Final es una sentencia Neutra; no intervienen divinidades ni demonios.

Pero aquellos que quieren eliminarnos no son santos ni mucho más. Son aún más escoria de la que nos creen a nosotras. Y pese a todo esto, también dictamos juicio.

Las personas no son enviadas al Abismo por diversión, no al menos en la mayoría de los casos. No son desterradas al Infierno por aburrimiento. Y no son sentenciadas a Pandora precisamente porque hayan hecho algo bueno.

Pandora se creó en una dimensión fuera de lo real por una razón, no fue un simple capricho.

Se creó en la parte más profunda del Abismo. Y entre Pandora, la Realidad y el Abismo hay una pequeña fisura donde vive el Guardián.

Es una dimensión más dentro de otras mayores, un laberinto de espejos: su guarida.

____________

Fue tan solo un instante. Fue una estúpida ilusión. Bajo mis pies todo comenzó a resquebrajarse dando lugar a una habitación completamente oscura.

Vi desintegrarse el Jardín Japonés como si se tratara de pintura. Empezaba a deteriorarse hasta romperse como el cristal.

Cubrí la cabeza en un acto reflejo y cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, la habitación ya no estaba a oscuras. Pero lo hubiera preferido.

Pwrr...

Era de paredes lisas teñidas de un rojo tan especial que no parecía ser pintura. El suelo era de mármol con motivo de rombos blancos y rojos, o tal vez fueran pequeños cuadraditos. Las paredes laterales estaban llenas de estanterías, y sobre unas reposan tétricas calaveras, sobre otras frascos llenos de luces que flotaban por sí solas y en otras libros. Las otras dos paredes tenían un enorme espacio a modo de puerta, cubierta por cortinas: una crimson, la otra violeta. No se veía qué había más allí de ellas, sólo una profunda oscuridad que te invitaba a quedarte donde estabas.

Había una mesa redonda, negra y con un mantel blanco decorado con encaje color bermellón. Sobre ella, un juego de té.

Había tres sillas, en una ponía mi nombre, Némesis. Las otras estaban en blanco.

Tras la mesa había un gran reloj. Era blanco en su totalidad, el péndulo negro, las manecillas rojas y no había números. Ni romanos ni de ningún otro tipo.

Eso por una parte. Al otro lado de la habitación había un sillón enorme de color ceniza y sangre. Estaba roto, lleno de arañazos. Y no de algo pequeño precisamente. Eran garras.

Bajo éste, a un lado, había varios ovillos de lana; blanco, rojo, azul y negro. Todos estaban intactos menos el negro que había sido destrozado de mala manera.

Me levanté con cuidado, pensando que de la misma forma que se había disipado aquel jardín podría hacerlo aquella habitación. Sacudí el abrigo y miré el lugar. Para haber caído ahí como si nada, no tenía miedo y estaba extrañamente cómoda. Pero me permití fruncir el ceño.

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt