Capítulo 4

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IV

 Me encuentro en una calle oscura por la que transita una neblina espesa y pegajosa. El asfalto está húmedo, lleno de charcos de agua estancada que evito en la manera posible. Mientras busco una salida cierro mi abrigo, abrazándome a mí misma, pues la temperatura está por debajo de los cuarenta. Mis pasos resuenan por el desolado lugar, pero no más que mi desbocado corazón.

 De pronto siento una sensación extraña, como si alguien me estuviera observando. No tardo mucho en descubrir la razón de mi inquietud; alguien me sigue.  Los pasos que resuenan detrás de mí son suficientes como para intensificar mis sentidos y embriagarme de adrenalina. Mi instinto me dice que corra. Que corra muy lejos. Y así hago, me echo a correr sin mirar atrás, pensando en un sólo objetivo: salir con vida de allí.

 Al poco rato mis piernas se cansan, pero las obligo a desplazarse más rápido. Sigo y sigo, tomando bocanadas de aire que no alivian el creciente ardor en mis pulmones. La calle parece que no tiene fin. 

Continúo corriendo, sin atreverme a mirar por encima de mi hombro. No tengo que hacerlo. Escucho sus pasos muy claros. Sé que está cerca. Muy cerca.

 «No te rindas ahora. Sólo un poco más», me digo desesperadamente.

 Al final la calle se divide en dos caminos. Debo elegir rápido, no hay tiempo para dudar. Me persigno en mi mente y doblo a la izquierda, con la esperanza de encontrarle una salida a este laberinto. Mis ojos se abren como pelotas de golf al encontrarme de frente con un enrejado imposiblemente alto. «No tengo salida», me digo, tirando de las cadenas en un último acto de desesperación. Entretanto, los pasos retumban cual tambor en mis oídos. ¿O será mi corazón?

 No me da tiempo ni de voltear a ver a mi atacante, dado que mi cuerpo es empujado contra el enrejado con brutalidad. Líquido espeso baja por mi ceja, sin embargo, no me duele nada. Aún. Cierro los ojos. Si voy a morir, espero que sea rápido.

  Mi asaltante suelta una carcajada macabra, volteándome para que lo pueda ver. Mi mirada se posa sobre un joven alto de piel pálida. Sus cabellos, de color muy cercano al platino, cubren su frente, dándole un aspecto juvenil que contrasta con sus duras facciones.

 Me empujo lo más que puedo contra la verja, luchando con las lágrimas que se agolpan en mis ojos.

 —No, por favor —sollozo—. No me lastimes.

 El joven entrecierra los ojos, los cuales parecen dos esferas de mercurio, agarrándome por el cabello y obligándome a arrodillarme en el suelo.

 —Reza tus últimas oraciones —escupe las palabras.

 Después saca una daga y la levanta en el aire.

 Me despierto empapada en sudor, agarrándome el pecho y con el corazón latiéndome a mil por hora. «¿Qué rayos fue eso?», me pregunto, tratando de darle sentido a la horrible pesadilla que me acaba de despertar. Permanezco así por unos minutos, tomando aire para calmar mis nervios.

 Una vez se regulariza mi pulso, vuelvo a acostarme en la cama, pero no sin cubrirme de pies a cabeza con la colcha, sin ni siquiera dejar un espacio para que se cuele la poca claridad que  brindan las farolas de la calle. No puedo dejar de temblar. Me siento como si estuviera sumergida en agua helada. De no ser por la pesadilla, pensaría que me agarré una gripe.

 Mientras pienso en eso me hago a la idea de pasar la noche en vela, porque no creo que pueda volver a pegar un ojo. Si fuera por mi  mente así lo haría, mas mi cuerpo tiene otra opinión. Los ojos se me cierran, y por momentos me quedo dormida para  segundos después despertar sobresaltada. Lucho todo lo que puedo por mantenerme despierta, hasta que al final el sueño me vence y regreso a los brazos de Morfeo.

Dangerous Minds Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin