Una cita a cuatro manos

69 2 0
                                    

— Respira dentro de la bolsa, despacio… despacio… Oíd, chicas, creo que esto no funciona, Irene está cada vez más pálida— decía Karol mientras le acariciaba el pelo a la rubia.

Irene, sentada en el escalón de un portal, intentaba recuperar el aliento, nerviosa a causa de la tardanza de sus amigas que, con más de media hora de retraso, la estaban ocasionando un ataque de ansiedad además de ponerla de los nervios.  

— Venga nena, no seas así, llevas más de cinco años esperando que llegue este día y ahora lo vas a fastidiar todo por no poder controlar la situación. Aún faltan unos minutos para que empiece y estamos a punto de entrar, ya lo verás— la consolaba Connie sin dejar de mirar la calle a su derecha, impaciente de ver aparecer a So y Regina.

— Jamás entenderé  que la gente se ponga así por un simple…— no le dio tiempo a terminar la frase a Alicia, que gracias a las miradas de furia y aviso de Connie y Karol, cerró el pico de inmediato.

— Sé que pensáis que soy idiota— dijo Irene sacando la cara de la bolsa de plástico un momento— pero entended que para mí es muy importante este día… No podremos entrar a tiempo y…— la pobre chica empezó a híper ventilar de nuevo.

— En serio, si sigues así, lo que vas a conseguir es que tengamos que ir a un hospital. Ya vale, tranquilízate y respira profundamente, dentro de unos minutos le tendrás frente a ti y estarás riéndote de lo tonta que has sido— la intentaba convencer Karol.

— No, llegaremos tarde y no me dejarán entrar, y no podré verlo, y no podré…

— Buenoooo, ahora viene el llanto, solo nos faltaba esto. Pero, ¿dónde se han metido estas guarras? Ni siquiera me cogen el teléfono, será mejor que llame a casa a ver si es que no se han enterado bien de la hora. “Mira que me extraña, es de lo único que hemos estado hablado en los últimos tres meses…”— dijo en voz baja Alicia mientras marcaba las teclas del móvil por enésima vez.

Los hipos de Irene se escuchaban en toda la calle del centro de Madrid, los viandantes miraban a las cuatro muchachas vestidas de noche con sus pantalones ajustados y camisetas escotadas, mientras ellas intentaban no pensar en el dolor de pies que les ocasionaban sus zapatos de tacón vertiginoso.

— Creo que ya las veo venir— dijo Connie con una radiante sonrisa, mientras apretaba con fuerza la mano de Irene.

— Menos mal, porque son ellas las que tienen las entradas, mira que dejártelas en el baño…— dijo Alicia a la rubia de rimel corrido.

— Si es que estoy muy nerviosa y no me di cuenta y no sabía si había cogido todo y… menos mal que han llegado. Seguro que no podemos entrar, ya habrán cerrado las puertas.

— ¿Qué coño está pasando aquí? He tenido que desconectar el móvil, mira que sois pesadas, eh— decía So levantando una ceja y ladeando la cabeza al ver el estado de Irene.

— ¡Yo la mato!

La compungida rubia se abalanzó sobre So, preparada para agarrarle del cuello y estrangularla allí mismo, pero el resto de amigas la sujetaron y tranquilizaron un poco.

— Deja los asesinatos para más tarde que así no entraremos nunca, te perderás el principio—mediaba Karol quitando hierro al asunto.

— Con la que está cayendo y gastarnos este dineral para darte el gusto, nena. ¿Es que no sabes cómo está el país? — Pinchaba Regina a la ya atormentada Irene.

— Ey, no me toques las políticas, que te hago un Ling Quán con ouija incluida, pasando por el vudú con reducción de cabeza a lo Jíbaro.

— Cómo está esta hoy ¿no? No hay quién te tosa, nena— se reía Regina mientras meditaba qué era un Ling Quán.

Encuentro en taconesWhere stories live. Discover now