Tarde de calor, chat y sorpresas

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— Estás muy vaga— decía Irene.

— No estoy vaga, solo es este calor— se defendía Alicia, abanicándose con una revista.

— No, estás vaga hasta decir basta. Qué parsimonia que llevas desde hace dos días.

— Que nooo estoooy vaaaaaga.

— Sí lo estás.

— Que no.

— Que sí.

— Que noooo.

— Que síiiii.

— Vale, pá ti la perra— terminó por decir Alicia.  

— ¿Lo ves? Estás vaga hasta para seguir discutiendo.

— No es ser vaga, es que no quiero seguir con esta conversación de besugos.

— Claro, por vaguería.

— Paso de ti.

— Anda que yo…

— ¡So, mira lo gilipollas que está Alicia hoy! —Gritó Irene. 

— Llevo media hora aguantándome para no daros una hostia a las dos por gilipollas; y dejadme que estoy escribiendo— respondió So sin quitar la vista del portátil.

— ¿Ves? Ella no está vaga—dijo Irene con gesto de suficiencia.

— ¿Por qué no vais a dar una vueltecita por el parque, niñas, y dejáis a los mayores trabajar?

Alicia e Irene la miraron con cara de pocos amigos y luego se echaron a reír estrepitosamente. So levantó la mirada, ceñuda.

— ¿Y ahora, de qué coño os reís?

— Pues que también estás vaga, cualquier otro día te habrías levantado hace rato para darnos dos guantás— decía Irene sin dejar de reír a punto de hipar.

— Lo que no sé es dónde se han metido Regina y Karol, ya lo habrían hecho por mí hace tiempo. ¿Sabéis dónde han ido esas dos brujas? 

— Creo que están en la nueva tienda de la esquina, intentando conseguir el teléfono del dependiente de culo masticable— contestó Alicia.

— ¿Y por qué no las habéis acompañado? Seguro que necesitan refuerzos. “Y yo descanso”—dijo So en voz baja poniendo los ojos en blanco.

— Lo mejor sería despertar a Connie, lleva veinticuatro horas hibernando, y así íbamos todas a por el chavalito en cuestión. Con seis mujeres al acecho nos haríamos con él en un santiamén— maquinaba Irene con lágrimas en los ojos a causa de la risa.

— Pobre chaval, bastante tendrá con esas dos lagartas poniendo las tetas sobre el mostrador— contestaba So aporreando las teclas del PC.

— Por cierto, ¿qué escribes tan concentrada? —Preguntaba Alicia al tiempo de se bebía el último vaso de coca cola.

— Una carta para mi novio.

— Pero si tú no tienes novio. A ver…—dijo Irene levantándose del sofá.

— Si te acercas al portátil, te doy la guantá que debí daros hace dos horas—amenazó So, entrecerrando los ojos y bajando mínimamente la tapa del portátil.

— So tiene un secreto… So tiene un secreto… So tiene un secreto… So tiene un secreto…— canturreaba Alicia.

— Mira que sois porculeras cuando os lo proponéis. Anda, id a despertad a Connie, no es normal que duerma tanto, le van a doler hasta los empastes cuando se levante—intentaba convencerlas So para que la dejaran un rato tranquila.

Irene y Alicia se miraron cómplices y con tan solo esa mirada decidieron qué hacer.

            Las dos chicas se levantaron al mismo tiempo del sofá e hicieron el amago de ir hacia el pasillo que conducía a las habitaciones. Antes de entrar se dieron un toque en el brazo y se abalanzaron sobre So. Irene sujetó a la rubia y Alicia le quitó el portátil con un movimiento rápido. Corrió hacia su dormitorio a toda velocidad mientras que Irene forcejeaba con So para que no se moviera.

Una vez estuvo Alicia dentro del dormitorio, pegó un grito. Irene soltó a So de los hombros y fue a encerrarse con Alicia.

— Abrid la puerta y dadme el portátil, como lo rompáis…— amenazó So, dando fuertes golpes en la puerta de Alicia.

Las dos amigas habían cerrado el pestillo, tirándose sobre la cama para investigar qué era aquello que So quería esconder.

— ¡Hostia! So tiene un ciber novio— decía Alicia sin poder evitar el asombro.

— ¡No jodas! A ver…— contestaba Irene más sorprendida aún.

— Sí, mira, mensajitos con corazones y todo en los privados del face. De cualquiera no me sorprendería, pero de So…

— ¿Qué pone? ¿Qué pone? — Preguntaba Irene curiosa.

— Habla de literatura, de no sé qué de editoriales, algo sobre un gato…Mira, aquí, ¡jooooder!

— ¿Qué pasa? ¿Qué pone? Tía, no seas acaparadora, déjame mirar— refunfuñaba Irene.

— ¡Ala! Qué fuerte, ¿no? Esto no lo ha podido escribir So, ella no tiene ese tipo de delicadeza, y menos aún, utilizaría las palabras “Dulce de tiramisú”

Las dos chicas rieron con ganas, ignorando las voces de una So a punto de tirar la puerta abajo.

— Espera, tengo una idea— dijo Alicia.

Las dos espías se miraron fijamente a los ojos por una milésima de segundo y, empezaron a decidir qué contestar al ciber novio de So.

— ¡Ni se os pase por la cabeza!

— Calla, que te vamos a ayudar nena, verás que divertido— voceaba Irene al monstruo en el que se había convertido So tras la puerta.

— Quiero quedar contigo. No, mejor, quiero que nos veamos esta tarde. Venga, ponlo, a ver qué dice el maromo.

“Ya sabes que no puedo, al menos hasta dentro de un par de semanas”

— ¡Dejad de tocar mis cosas, os juro que lamentareis haber nacido! — Amenazaba cada vez más alto So.

— Pero me gustaría verte, podríamos quedar…— escribía Alicia.

— No pongas aquí, que a saber quién coño es este— recomendaba Irene.

— Ok, pondré en Madrid centro, en la Vaguada, ¿vale? — Irene asintió y Alicia escribió detalladamente el lugar y la hora exacta de la cita, utilizando las palabras que So había dejado en mensajes anteriores.

“Está bien, allí estaré, tengo muchas ganas de verte. Te invitaré a un helado y al fin podremos hablar tranquilamente de nuestras cosas. Llevaré incluso un pequeño regalo que te compré el otro día. A las cinco en la puerta del Starbucks. Allí te veo. Ahora me tengo que ir, pero recuerda que…” 

— Y yo a ti, luego nos vemos— escribía Alicia, cortando al hombre para no dar paso a una retahíla de amorosos comentarios.

Cerraron el chat y se dispusieron a comunicarle a So su cita de por la tarde, estaban seguras de que se alegraría de acelerar un poco el proceso de encuentro. Aunque eran conscientes de que al salir de la habitación la histérica rubia se les tiraría al cuello.

— ¿Preparada para la batalla? — Dijo Irene con un atisbo de terror en la mirada.

— Preparada.

So las esperaba en el pasillo, apoyando la espalda contra la pared, con la cara agachada, resoplando como un toro enfurecido y con la mano extendida para que le devolvieran el portátil.

— Dádmelo— dijo con voz gutural y amenazante.

Antes de que pudiera dejar el aparato en el suelo, para que no se rompiera por los golpes que les iba a dar a sus amigas, Connie salió de su cuarto, con los pelos revueltos y una sonrisa en el rostro.  

— Chicas, esta tarde tengo que salir, voy a la Vaguada de compras y creo que llegaré tarde, no me esperéis para cenar— dijo la recien llegada para sorpresa de todas.

Encuentro en taconesWhere stories live. Discover now