Heroínas y Barbie-túricos (1)

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Las seis chicas estaban en la cornisa del edificio Pentagrama. Allí, desde las alturas, cada una inspeccionaba una zona diferente de la ciudad.

— ¿Os acordáis de la película de “Los increíbles”? Estoy de acuerdo con eso de no llevar capa, además, da un calor de narices— decía Connie despegándose la tela de las piernas.

— La próxima vez hacéis los trajes vosotras, me tenéis harta de tantos cambios de vestuario—contestó Regina, cruzando los brazos bajo el pecho, malhumorada.

— A mí me gusta, resalta mis tetas que no veas— sonreía Karol.

So, que intentaba no hacer caso a las conversaciones, miraba con los prismáticos la zona más alejada de la ciudad, donde se encontraban los almacenes y viejas fábricas de carga y descarga del muelle.   

— Creo que he visto algo—dijo en esos momentos cortando la conversación sobre trapitos.

Todas dejaron su puesto y se aproximaron a la parte norte del edificio, para comprobar a qué se refería So.

— Déjame ver—dijo Alicia, quitándole a So los prismáticos de las manos—, yo no veo nada, ¿dónde tengo que mirar?

— Allí—señalaba So con el dedo— donde la calle principal se bifurca hay un resplandor.

— Serán las luces nocturnas que dejan encendidas en la fábrica— observaba Irene, con el dorso de la mano sobre la frente para centrar mejor la vista.

— Las luces de emergencia no centellean y éstas sí que lo hacen— aseguraba Regina, en su turno de prismáticos.

Todas sabían lo que tenían que hacer, eran ya muchos los años que llevaban juntas en la tarea de salvaguardar la paz. El grupo de heroínas habían recorrido medio mundo persiguiendo a su Némesis. Aquella ciudad era el último paradero conocido donde los periódicos apuntaban sus maldades encubiertas, leer entre líneas era su especialidad y estaban seguras de no equivocarse esta vez, por fin lograrían capturar al cabrón que tenía en jaque a todo un país. 

Abandonaron la azotea saltando de un edificio a otro con naturalidad, daban saltos imposibles acercándose cada vez más a la zona del muelle. Pronto llegaron hasta el inicio de la calle donde, fábricas grises y oscuras les saludaban con indiferencia.

Connie sacó de su cinturón un cartucho de tinta especial y pintó una de las fachadas con él, repitiendo la tarea cada trescientos metros, asegurándose así, que nadie las sorprendiera por la espalda.  

Karol empuñó su arma, una catana de más de doscientos años, forjada en el acero más fuerte que pudiera existir y que había desmembrado y amputado centenares de enemigos en su vida.

Alicia miraba su cartuchera, comprobando que las estrellas estaban en su lugar, con las puntas afiladas y listas para ser lanzadas.

Regina ajustó el cordel de cuero a su muñeca, y cogió el látigo con fuerza entre sus dedos, el tacto del material estaba frío, pero a ella le reconfortaba. Enrolló el resto de la cuerda metálica y espigada en su muñeca. Miró decidida al resto de compañeras, esperando que So diera la voz de alerta para comenzar el espectáculo.

So, ajustó el puñal en su cintura y quitando el seguro a sus armas las empuñó con seguridad, eran dos relucientes pistolas de culata plateada que habían dormido con ella todos y cada uno de los días de su vida.

Irene seguía con la mirada a sus compañeras; cuando vio que todas estaban listas, pegó un fuerte tirón del arnés, ajustándolo sobre su cuerpo y asegurando que la ballesta que descansaba a su espalda no se moviera. Por algún desconocido motivo no le gustaba sacarla de la funda hasta el momento de utilizarla, curiosidad que al resto de amigas siempre les pareció extraña, pero que en ningún momento produjo errores en su profesionalidad al combatir.

— Connie, ya sabes— dijo Alicia sin mirarla.

Connie se adelantó varios pasos y se puso en medio del grupo, de manera que quedara protegida por todas las compañeras de cualquier ataque.

Una fuerte explosión hizo retumbar el suelo y las fachadas colindantes, rompiendo los cristales de varias ventanas cercanas y por consiguiente, desperdigando cristales cerca del grupo de chicas.

Karol se quitó del pelo algunos fragmentos y frunció el ceño.

— Como me hayan cortado el pelo se van a enterar de lo que vale un peine— dijo con fastidio.

— ¡Vamos! La jornada laboral acaba de comenzar— dijo So en voz alta.

Corrieron por calles repletas de contenedores y en pocos segundos llegaron al lugar de la explosión. Una nube negra de humo se expandía con rapidez, dejando poca visibilidad, pero para ellas no era ningún problema.

Las voces llegaron después, transportadas por el aire y nítidas para sus oídos.

“Ya han llegado esas hijas de puta. ¡A por ellas!” Oyeron decir.

Una tropa de hombres uniformados y con la cara tapada por mascaras negras, se abalanzaron sobre ellas, armados con metralletas y disparando indiscriminadamente al grupo de féminas.

— ¡Connie! — Gritó Regina.

La aludida sabía perfectamente qué hacer. Buscó con las manos a dos de las chicas, Irene y Alicia, que eran las más próximas. En cuestión de segundos todo el escenario cambió, volviendo la secuencia a cámara lenta, ralentizando a los hombres que estaban escupiendo metralla sobre sus cuerpos. 

Las chicas aprovecharon el don de la rubia y se acercaron decididas a los atacantes. Regina ahogaba con la presión de su látigo el cuello de aquellos enmascarados, dejándolos como vulgares trapos tirados por el suelo. Karol usaba con maestría su espada samurai, mientras descabezaba a los incautos que se atrevían a sobrepasar la línea imaginaría que ella misma había impuesto. So descargaba sus armas contra aquellos desgraciados que, perplejos, no sabían el porqué de la rapidez de movimientos de las mujeres. Alicia, aún unida al tacto de Connie, lanzaba con una sola mano las estrellas ninja, emitiendo un silbido similar a juncos atizados por el aire, clavándose en las cuencas oculares de los hombres de rostros tapados. Irene desenfundó su ballesta y con una velocidad inverosímil, traspasó con flechas certeras sus cuerpos, como lo haría un cuchillo de filo caliente en manteca de cerdo.

En tan solo un par de minutos habían conseguido reducir a cero el grupo enemigo que, por la variedad de sus heridas, aullaban de dolor tirados por el suelo, retorciéndose como lagartijas.

— ¿Y ahora qué? — Preguntó una de las chicas.

— Busquémosle, esto solo ha sido una maniobra de distracción— contestó Regina.

Una voz potente y enérgica las sobresaltó.

“Muchas gracias por acudir, Barbies. Os estaba esperando”

Una gigantesca explosión iluminó todo el lugar, haciendo caer al suelo al grupo de amigas por la honda expansiva.

Tras el sonido atronador llegó la calma y los gritos de Connie se oyeron cada vez más alejados de donde ellas intentaban recuperar la estabilidad de sus piernas.

Connie sintió un trapo cubrir su cabeza, amortiguando el sonido de sus gritos. Ahora se daba cuenta de que, efectivamente, la idea de poner capas a sus trajes era una completa equivocación.

“CONTINUARÁ”

Encuentro en taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora