¡Que quiero ser rubia!

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Hacía más de media hora que no se escuchaba nada dentro de la casa, ni voces, ni susurros, ni golpes. Alicia estaba tranquila y a gusto en la cama, pero necesitaba beber algo fresquito que le quitara el sofoco de una noche claustrofóbica de mediados de agosto.  

Alicia puso un pie en el suelo y, cuál fue su sorpresa, al darse cuenta de que tenía los tacones puestos. El golpe seco que produjo el taco metálico en la tarima, la dejó descolocada “¿Me he acostado con la ropa puesta?” Pensó por un segundo.

Se incorporó por completo y contempló su reflejo en el gran espejo de su habitación.

— ¡¿Qué coño es esto?!

Parecía que los ojos se le iban a salir de las cuencas a causa del asombro, tuvo que taparse la boca para no dar un grito a pleno pulmón.

Frente a ella se exhibía la imagen de una Alicia cambiada por completo. Llevaba unos tacones plateados y brillantes, su morena melena estaba adornada con dos coletitas a ambos lados de la cabeza, y vestía un ceñido mono de cuero rosa con cinturón a juego con los zapatos, uno de los trajes más provocativos que había visto jamás. Ella no se había puesto aquel atuendo antes de acostarse.  

Se acercó al espejo un poco más, quería comprobar qué era aquello raro que observaba en su rostro.

— No puede ser, pero… pero… ¡¿Qué me ha pasado?!

Alicia comprobó estupefacta que sus ojos habían cambiado, ya no eran esos grandes y expresivos que siempre la acompañaban, ahora los tenía rasgados, del mismo color pero con una forma diferente.

— ¡Ostras! ¡Pero si soy china!

Salió de la habitación corriendo (todo lo que podía correr con aquellos tacones de vértigo) y al cruzar la puerta, descubrió que su atuendo y sus ojos no eran lo único que había cambiado.

— ¡Chicas, despertad, por favor, venid ahora mismo! — Gritaba desesperada sin poder mover los pies del suelo, como si se le hubiesen quedado soldados a la madera.

So, medio zombie y tambaleándose por el pasillo salió a su encuentro, restregándose los ojos y bostezando incontroladamente.

— ¿Qué coño pasa? Nena, que necesito dormir, esta semana será un caos en el trabajo.

— ¡Ay va! Pero, ¿tú te has visto que pintas tienes? — Decía Alicia a su compañera de piso.

— No recuerdo haberme acostado vestida, pero no sería la primera vez que… ¡¿Qué cojones es esto?! — Gritaba So, mientras se tocaba y miraba las puntas del pelo.

— ¿Vosotras también? — Decía en ese instante Irene que llegaba corriendo y con cara de susto al salón.

So miró a Irene con su pelo moreno y sus ojos achinados, dándose cuenta en ese instante de que a Alicia le pasaba lo mismo en la cara y, temiendo que fuese algo colectivo, se fue a mirar al espejo.

Todas las chicas se reunieron en la habitación. Todas tenían las mismas pintas: trajes rosados y pelo teñido de moreno, sin contar que a todas se les había puesto cara asiática.

— Esto no tiene puta gracia, ¿qué hiciste anoche Regina? — Voceaba So mientras se tocaba los ojos y parpadeaba rápidamente frente al espejo de la entrada.

— ¿Yo? ¿Por qué yo? No he hecho nada. La broma del tinte mientras dormíais fue una tontería; menudo follón. Te juro que estoy tan sorprendida como tú.

— Pues quiero mi pelo exactamente como antes. Me ha costado mucho dejarme ese color rubio tan bonito. ¡Mierda! ¿Qué leches ha pasado aquí? — Seguía So, mientras intentaba buscar mentalmente una explicación.

Encuentro en taconesWhere stories live. Discover now