𝟽. 𝙻𝚊 𝚌𝚊𝚛𝚗𝚎 𝚎𝚜 𝚍é𝚋𝚒𝚕

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Aquella mañana, Nona se presentó muy temprano en las oficinas del juzgado con la clara intención de toparse con Brent. De modo que decidió aguardar en la recepción mientras simulaba ordenar algunos papeles de su portafolio. De vez en cuando echaba la vista a las puertas de cristal, esperanzada en encontrarse con los ojos azules del detective que apenas la noche anterior se había atrevido a rechazarla.


Aún le era imposible comprender el porqué de su terquedad. Si bien, ella jamás había hecho una cosa similar, sabía de sobra el impacto que tenía para el sexo opuesto y más de uno habría aceptado gustoso la oportunidad que ella pretendía ofrecerle a Brent.

Se puso de pie y se aproximó al recibidor, en donde una chica fingía responder llamadas inexistentes.

—Disculpa, ¿estás segura de que el detective Brent Hagler se presentará hoy? —La joven apartó el teléfono de su oído y la miró con cierto desprecio, cosa que le importó muy poco a la abogada.

Sabía muy bien que en Oyster Bay ella no iba a ser bien recibida siendo abogada de la mujer caníbal.

—Sí, sí vendrá hoy, ya se lo he dicho —aclaró la recepcionista y, antes de que Nona pudiera hacerle otra pregunta, comenzó a hablar por el auricular, aunque ambas sabían de sobra que ese teléfono no había sonado en la media hora que llevaba esperando al detective.

Decidió darse por vencida y volver al día siguiente, cuando las puertas vidrieras se abrieron, dando paso a una brisa mañanera que le caló hasta los huesos. Nona miró al recién llegado y, cuál no sería su sorpresa al encontrarse cara a cara con el afamado detective.

Hagler desvió la mirada con cierto pesar. Sabía que tarde o temprano se encontraría con ella, pero no esperó que fuese tan pronto.

—Detective, buenos días —lo recibió la abogada con una perlada sonrisa.

Hagler asintió confundido por el extrañamente cálido saludo.

—Buen día, abogada.

Estaba a punto de pasar de largo, pero Nona no iba a permitir que se le escapara, de tal modo que se colocó delante aún sonriente.

—¿No acostumbra a madrugar, detective? Llevo aquí casi una hora.

—¿Usted me esperaba? —la confusión en los ojos de Hagler no podía ser más evidente, sobre todo ante los ojos de la recepcionista puestos en ellos.

—Por supuesto, quedó una charla pendiente entre nosotros sobre Holly Saemann, ¿recuerda? Anoche, en su casa.

—Está bien abogada, por favor —interrumpió él, extendiendo la mano para guiarla.

No pensaba permitir que le montara una escena y mucho menos cuando él no tenía nada que ver con ella.


La llevó hasta una de las oficinas especiales para los fiscales, abrió una de ellas y le franqueó la entrada. Nona, sin más, penetró en la pequeña habitación oscura. Hagler se apresuró a abrir las cortinas que daban a la calle y a las demás oficinas con tal de acallara cualquier malintencionado cuchicheo acerca de la presencia de esa abogada ahí. El detective le ofreció una silla delante del escritorio oscuro y él tomó asiento detrás del mismo.

—Bien, señorita Grecco, dígame.

—Lo que le dije sobre que tanto usted como yo corríamos peligro con Holly en la cárcel es completamente cierto, sé que no lo comprende, pero debe escucharme.

—La escucho, abogada, pero para ser sincero no le encuentro sentido a sus palabras.

—Sé que no, pero créame, después será demasiado tarde. Mi clienta necesita ingresar a un hospital psiquiátrico enseguida, está por completo demente.

Holly - Diario de una mujer caníbal [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora