CAPÍTULO 2

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A la hora de cerrar todavía no he logrado sacarme de la cabeza el suceso y mi mente tampoco me ayuda. Y, para colmo, cada vez que tiene oportunidad me lanza una imagen clara y concisa del posible tamaño de ese... animal. Recojo lo que puedo y, procurando dejar todo preparado para la jornada de mañana, me marcho. Odio llegar a casa y saber que todavía me quedan cosas por hacer. Si quiero desconectar del trabajo esta es la única manera. Cuando estoy bajando el cierre de seguridad, dando por hecho que ya he terminado, recuerdo que no he desconectado los automáticos y tengo que volver a subirlo para regresar. Desde hace meses noto que, si apago todo, a excepción de las neveras, desembolso casi la mitad en la factura de la luz. Algo me dice que la estirada dueña del local tiene algún tipo de enganche ilegal y es a mí a quien están cobrando su consumo. Con lo rácana que es Margarita podría apostar lo que fuese y no lo perdería.

Abro la puerta del cuadro eléctrico, bajo los diferenciales que no necesito y, cuando estoy presionando el último, una ráfaga de luz sale proyectada en mi dirección.

—¡Qué mierda ha sido eso! —Apenas he sentido dolor, pero el brillo inesperado de la luz me ha dejado ciega.

Busco con las manos la pared para guiarme y, tras luchar contra cientos de destellos oculares, poco a poco voy recuperando la vista. Vuelvo la atención al cuadro de luz buscando una explicación y lo único anormal que encuentro son unas motitas de hollín en el suelo. Definitivamente, la bruja de arriba me la está jugando y mañana sin falta hablaré con ella. Igual que a mí me cobra por todos los desperfectos externos, esto es algo interno y debe hacerse cargo.

Compruebo que los interruptores de las neveras están bien, esta vez presionándolos con un listón de madera por si las moscas y, al ver que todos funcionan a la perfección, hago lo que debería haber hecho hace rato y me voy.

A medio camino, mientras conduzco, abro un poco mi ventanilla e inspiro profundamente el dulce aroma que desprenden las flores de azahar. Soy sevillana de nacimiento y si por cualquier razón tuviese que marcharme de aquí, lo primero que echaría de menos sería este adictivo perfume. Solo Sevilla puede oler así.

Aunque ya es tarde y apenas hay luz solar, no puedo evitar echar una mirada a través de los cristales. Desde la carretera se aprecia la Giralda en todo su esplendor y, aunque paso cerca de ella todos los días, me tiene totalmente enamorada. No sé si será por su altura, ya que durante años fue la torre más alta del mundo, o por su portentosa estructura con la que logra impactar a todos los que la visitan, pero lo cierto es que cada vez me gusta más. Aunque quizás, pensándolo bien, tenga más que ver con mi abuelo y el amor con el que me habla de ella. Allí fue donde besó por primera vez a mi abuela y eso debió de calar muy hondo en su corazón. Es tal su pasión por este campanario, que hasta llegó a encargar un cuadro del Giraldillo, la escultura que corona la torre sobre una gran bola de bronce.

—¡Mierda! —Piso el pedal del freno— ¡Las bolas! —Al pensar en la de bronce recuerdo que las he dejado encima del mostrador de la farmacia—. ¡Sabía que al final me olvidaría de algo! —Golpeo el volante y por suerte no viene nadie detrás. Es muy tarde para volverme ya y, por descuidada, me toca esperar hasta mañana. ¡Con las ganas que tenía de probarlas!

Al llegar a casa mi hermano está en ella y me sorprende verlo. Es solo dos años mayor que yo, pero se independizó hace, al menos, cuatro.

—¡Hola, hermanita! —Se acerca a mí y me besa en la frente—. Cada día estás más guapa.

—Y tú más pelota —río mientras lo abrazo. Me parece increíble que ahora nos llevemos tan bien, cuando siempre nos hemos estado peleando y hasta sacando trozos de piel. Aún recuerdo la vez que, en venganza por romperle uno de sus coches, me colocó varias cerillas entre los dedos de los pies mientras dormía y las encendió. ¡Menudo hijo de perra! Era más malo que la carne de cabra vieja—. ¿Qué haces aquí? —Vive, al menos, a cien kilómetros de distancia y, por las horas que son, entreveo que también se quedará a dormir.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Where stories live. Discover now