CAPÍTULO 15

24.6K 4.5K 1.2K
                                    

—¡Cristo bendito! ¡Qué calor! —exclama Lucrecia desde el otro lado de la habitación y de pronto recuerdo que está presente. Me aparto todo lo rápido que puedo de Gorka y al mirarla se está abanicando con una mano. Casi puedo percibir un aura de corazones a su alrededor—. Seguid. Seguid. Por mí no os cortéis —indica con una gran sonrisa en sus labios y temo que lo que acaba de ocurrir no tarde en aparecer en el grupo de mensajería que compartimos con nuestras amigas.

—Si dices una sola palabra de esto a las demás te bloquearé para el resto de tu vida.

Muy despacio, saca su mano libre del bolso y tuerzo los ojos. Si me llego a descuidar solo un segundo más habría sido demasiado tarde. Cuando quiere es más rápida que la subida de mi factura de la luz.

—Mariajo...

—¿Qué quieres ahora? —Me vuelvo hacia Gorka, cabreada. Con sus idioteces no para de buscarme problemas. Este juego que se trae conmigo es algo nuevo para mí y no negaré que me gusta, pero únicamente cuando estamos solos.

—¿Te está faltando el aire? —Su pregunta hace que preste más atención a mi cuerpo y aunque noto que mi respiración se está acelerando, culpo de ello a mi enfado.

—Ahhh, no... No pienso caer otra vez —le anuncio. Es increíble lo que es capaz de inventar con tal de robarme un beso. ¿Por qué lo hace? ¿Qué carajo pretende con eso? Mi irritación aumenta por momentos y varias gotas de sudor corren por mi espalda.

—Lucrecia, llévala ya a su cuarto —Gorka sigue a lo suyo—. Creo que su saturación está bajando. No puede estar más tiempo sin la mascarilla.

—¿Es que nunca te cansas? —Resoplo y al inhalar noto que mis pulmones ya no se llenan como antes—. ¡Mierda! —Pongo las manos sobre mi pecho, asustada, y Gorka se sienta.

—¡Joder! —Sujeta mis hombros, preocupado—. ¡Necesitas el oxígeno ya!

—Me estoy mareando. —Jadeo y todo comienza a darme vueltas. Cuando voy a sujetar mi cabeza descubro que las puntas de mis dedos están moradas y me asusto—. ¿Qué es esto? No...

—¿Qué hago? ¿Qué hago? —Lucrecia se mueve de un lado para otro por la habitación y de pronto la oigo hablar con alguien—. Lo siento mucho, señor. Lo siento de veras, pero necesito que me preste esto. —Con un rápido movimiento arranca al anciano que tenemos al lado su mascarilla y me la trae. Al ver que está empapada y llena de grandes manchas, compatibles con saliva, niego con la cabeza y por sus narices me la coloca en la cara—. ¡Respira, nena! —Me vuelvo a negar asqueada y la frota en mis mejillas—. ¡Respiraaa! ¡Vaaaaamos! —Al ver que ni siquiera hago el intento, la aprieta más fuerte contra mi piel y, tras dar varias arcadas, no me queda más remedio que hacerlo. Inhalo profundamente sin apartar la mirada de los goterones por si me esnifo alguno y, tras varios segundos, comienzo a encontrarme mejor, pero en ese momento la máquina del anciano pita con fuerza y una enfermera entra corriendo.

—Robustiano, ¿se encuentra bien? —Lo mueve y el hombre señala en nuestra dirección con la mano temblorosa.

—Me quieren matar... —le explica con una voz agónica, igualita a la de Darth Vader. Lucrecia y yo negamos con la cabeza.

—¿Qué has hecho con tu respirador? ¿Dónde está? —Le pregunta la enfermera mientras lo busca entre la cama y el anciano vuelve a alzar su dedo acusador.

—Ellas me lo han robado... —Incrédula, la pobre mujer mira una vez más hacia nosotros y cuando se da cuenta de la dirección que lleva el tubo conector, abre su boca, sorprendida.

—Oh, Dios mío. Pero ¿qué está pasando aquí? —No puede creer lo que está viendo—. ¿Por qué habéis hecho eso? —Toca un botón que hay en el cabecero de la cama y a través de un pequeño altavoz pide a alguien que le traiga un kit de oxígeno.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Where stories live. Discover now