CAPÍTULO 10

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En el momento en que suena el despertador abro los ojos y ahí está la lucecita verde por la que tanto he esperado. Incluso me desperté en dos ocasiones para revisar y todavía no estaba del todo cargado. Quito el adaptador del enchufe y, tras separarlo del aparato, lo guardo. Conecto el botón y al ver que funciona a la perfección decido primero ir al baño para asearme antes de usarlo. Es la primera vez que me muestro tan entusiasmada con algo. A toda prisa, entro al baño para que no se me haga tarde y en el momento en que me quito las bragas y veo la maldita e inoportuna mancha roja en mi ropa interior me pongo a llorar de manera exagerada.

—¿Por qué, señor? —clamo mirando al cielo—. ¿Qué he hecho yo para que todo me salga mal?

Sin dejar de lagrimear, me doy una ducha y, cuando regreso al cuarto para vestirme, abrazo al succionador como si me estuviese despidiendo de él tras una muerte trágica para guardarlo donde nadie pueda encontrarlo. Cada vez que me baja el periodo suele afectarme bastante, pero esto ya es demasiado. Seco mis ojos para poder pintarlos y bajo a la cocina con intención de comer algo antes de marcharme al trabajo.

—Mariajo, hija, ¿te pasa algo? —Mi madre no tarda en darse cuenta—. Tienes mala cara.

Fuerzo una sonrisa para evitar explicarle que mi varón de batería sufrió una especie de disfunción eréctil esporádica y que, para colmo, cuando ya estaba listo y esperándome en la cama esta mañana, el inoportuno Andrés ha decidido llamar a mi puerta... y simplemente me lleno un vaso con café.

—Estoy bien —respondo alejándome de ella para evitar que siga indagando.

Miro por la ventana y veo a mi vecina salir de su casa bastante alterada y, tras ella, mi ex intentando calmarla. Caminan hasta la parte trasera del coche y, al ver algo, ella pone las manos sobre su cabeza. No sé qué les habrá pasado, pero me da exactamente igual. Termino de preparar todo y cuando salgo a la calle miro hacia donde miraban ellos, por curiosidad. Al descubrir que su coche tiene un faro roto entiendo todo. Cada vez que mi ex utilizaba el mío para hacer algún recado me hacía lo mismo. Es un verdadero inútil al volante.

Al llegar a la botica, y nada más abrir la puerta, vuelve a recibirme el mismo olor a plástico quemado que la noche anterior, así que vuelvo a revisar todo, pero nada llama mi atención. Coloco los automáticos en su posición y mientras estoy proyectando un poco de ambientador para disipar el desagradable hedor, que cada vez me recuerda más al del pescado podrido, la luz se apaga.

—¿Qué coño pasa ahora? —mascullo, y al entrar en el almacén me doy cuenta de que los diferenciales se han bajado solos.

Dando por hecho que algo no va bien y que no puedo fiarme del arreglo que hizo el sobrino de Margarita, busco el teléfono de un electricista y quedo con él para más tarde. Me va a costar pelear con ella en la próxima factura, sobre todo por haber hecho esto sin su consentimiento, pero tendrá que pagar el arreglo. No pienso poner mi negocio en riesgo porque ella sea una avara.

Las horas pasan y el día cada vez se tuerce más, sobre todo porque ahora parece que he perdido las llaves de mi coche y, para colmo, el electricista acaba de llamarme para avisarme de que al final no podrá acercarse hoy. Lo único bueno es que sé que las llaves están dentro de la farmacia y siempre las guardo separadas de las demás. Desde hace un par de semanas todo me sale mal y, aunque nunca he creído en cosas raras ni paranormales, en mi mente cada vez cobra más fuerza la teoría de que alguien me está haciendo brujería porque, o es eso, o nací un viernes 13 y me lo están ocultando mis padres.

Lucrecia, aprovechando que ha salido a comprar algunas cosas, entra a verme y al notarme decaída se preocupa. Le cuento, aun a riesgo de que me tome por loca, lo que está rondando en mi cabeza, omitiendo, por supuesto, las partes vividas junto al estríper y no tarda en ponerse a buscar algo en su teléfono.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora