CAPÍTULO 30

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Ya han pasado tres días desde que estuvimos en la farmacia y todavía no hemos podido vernos de nuevo. A mi madre, como cada vez que tiene un disgusto, le ha dado por hacer limpieza en casa y he tenido que quedarme para ayudar. Sé por Gorka que al final Rebeca logró contactar con mi abogada para verse esta tarde y la verdad es que estoy bastante nerviosa. Cuando estuve con ellos no me atreví a preguntarle qué era eso que ella creía tan importante como para cambiar el rumbo de las cosas y ahora me arrepiento. Mi única esperanza es acabar de colocar todo esto para poder ir a verlos.

Me ha tentado varias veces la idea de marcarles y preguntar pero, sinceramente, no me parece una conversación apropiada para hacerla por teléfono y más sabiendo que me están investigando. Igual he visto demasiadas películas pero temo que la policía me haya pinchado el teléfono.

—¡Al fin! —Exhalo a la vez que coloco las manos en mi cintura y me reclino hacia atrás. No veía el momento de terminar—. Mamá, ¿tenemos que hacer algo más? —le pregunto rezando, y al escucharle decir que no cierro el puño para celebrarlo.

Miro el reloj y al ver que todavía es pronto decido ir a ver a Gorka, aprovechando que se quedará solo. Hasta ahora he estado tranquila porque sabía que su hermana estaba con él y, al parecer, mi madre también. No ha parado de preguntarme en todo momento si estaba acompañado.

En cuanto termino de arreglarme aviso a Gorka de que voy para allá y conduzco hasta su casa. Saber que hoy por fin lo veré hace que me ponga nerviosa. Ansiaba tener un rato libre solo por esto. Subo la larga escalera con menos esfuerzo que otras veces y cuando Gorka me abre la puerta siento que el corazón me da un vuelco. Cada día está más guapo.

—Hola —le saludo disimulando la emoción como puedo. Si supiese cómo estoy creería que todavía no he superado la fase de la pubertad.

—Hola. —Sonríe y hago lo mismo sin darme cuenta.

Se aparta para que pase y al notar que no viene detrás me giro hacia él.

—¿Qué ocurre? —pregunto arrugando el ceño al verle inmóvil en el mismo lugar.

—¿Vas a entrar así?

—¿Cómo se supone que debo entrar? —digo confundida. No sé a qué se refiere y lo primero que hago es mirar mis pies por si quiere que me quite las zapatillas.

—Ven aquí, por favor —señala la puerta y voy hasta donde me indica—. Sal y vuelve a entrar.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Hazlo —ríe igual que cuando planea una de sus trastadas y le miro con los ojos achinados. No me fio ni un pelo de él.

—No quiero.

—Hazlo —insiste.

—No —repito.

De un solo empujón me saca del apartamento.

—¿Qué haces? —protesto.

—Esto. —Sin soltarme, tira de mi ropa de la misma forma y cuando vuelve a introducirme en el interior, me besa.

—¡Qué bobo eres! —río cuando se aparta y veo un brillo divertido cruzar sus ojos—. ¿Se ha ido ya Rebeca? —pregunto al no verla.

—Sí, hace un rato ya. —Camina hacia el interior y cierro la puerta antes de seguirlo—. Me ha dicho que, si quieres, hay café en la cocina y unos dulces que compró esta mañana.

—Oh, ¡qué amable! —Me agrada que piense en mí.

—Será contigo. —Escucharle decir eso hace que mi mente vuelva al momento en que vi como su hermana le dio aquella cachetada y, aunque sé que está mal, no puedo evitar echarme a reír. Cada vez que lo recuerdo me pasa. Fue algo cómico y para lo que no estaba preparada. Gorka es un hombre que siempre se muestra muy varonil y en un control absoluto de su mundo. Mentiría si no dijera que verlo tan dócil con su hermana no me causó una gran sensación—. Sé lo que estás pensando. —Me apunta con el dedo acusador y, lejos de contenerme, estallo en carcajadas. Cuanto más trato de olvidarlo más viene a mi cabeza y como no deja de echar leña al fuego es todavía peor.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Where stories live. Discover now