Capítulo IV (De vuelta a mi país)

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En una de mis visitas a la catedral de CDMX, yo le pedí ferviente y egoístamente a mi Virgencita de Guadalupe, que me diera una pareja tal cual como yo la había descrito en la conversación nostálgica con mi amigo.

En realidad con tantas bendiciones que había yo recibido hasta el momento, creo y ahora lo veo así, que pequé, un pecado de ambición y de soberbia, cometí, una mala infinitud, al exigirle a nuestra sagrada madre un Milagro, tras haber vivido tantos y tan bonitos ya, hasta el momento.

Probé el pastel y no me conformé con unos generosos pedazos, lo quise todo.

Ahora a la sazón de escribir esto para ustedes, recuerdo una frase que me dijo mi tosco y rudimentario padre, lo describo así por ser un señor bastante serio, de poco hablar y de razonamientos muy básicos, aunque ello no signifique que no sea inteligente, pero así es su personalidad.

Me dijo un día cuando me realizaron la invitación a México:

"hijo tú tienes algo, que he visto desde que naciste, a ti se te cumplen los deseos"

Vaya que ahora después de cuatro años de estos eventos entiendo muchas cosas, no se trata de desear cosas, no se trata de pedir con fe y con ahínco que se haga nuestra voluntad, no se trata de hacer de la vida un traje a la medida, no se trata de querer que las cosas sucedan a nuestro entero parecer, no se trata de querer jugar a ser todopoderosos, a veces es sano aceptar las cosas como son, a veces también hay que reevaluar y repensar los sueños, metas y deseos, no se trata tampoco de resignarse, pero mientras más años cumplo más me doy cuenta que efectivamente hay un plano superior a nosotros.

Tomé mi vuelo, mi largo vuelo y llegué a mi país, toda una familia orgullosa esperándome, todo un pequeño equipo de trabajo esperándome, todos en el aeropuerto, con abrazos, besos, y sin cubre bocas porque no existía la pandemia.

Todo un grupo de gente animada con mis logros y yo ahí con ellos de nuevo, ansioso por contarles todo, ansioso por darles mis suvenires, ansioso por abrazar a mi abuela y mostrarle tantas y tantas cosas de ese país que formó a través de sus películas, sus artistas y su música, parte de su juventud.

Ansioso por abrazar a mi madre que me había ayudado día con día, por whatsapp, a pulir mis discursos y materiales en cada presentación que tuve.

Y así fue, en casa de mis padres hubo una fastuosa cena que nos reunió a todos para hablar sobre la exitosa gira, para hablar sobre aquella inédita experiencia dentro de mi familia.

Fueron preguntas, fueron respuestas, fueron risas, fueron alegrías, yo contaba y a la vez no me creía las cosas, yo contaba y a la vez recordaba con nostalgia, yo contaba y a la vez me transportaba.

Fue una cena de horas y horas, mi abuela me decía que conocía a Monterrey por la famosa serie del Zorro, y yo le comentaba que Monterrey parecía New York, y así íbamos trasmutando alegrías y vivencias, así íbamos asimilando todo, todos nosotros.

Pasaron los días, con un merecido descanso en mi cuarto, merecidas reflexiones, y de vuelta a la rutina.

¿Cuál era mi rutina en aquel momento? Pues dar clases, compartir a diario con mis alumnos, también con ellos compartí mis experiencias y vivencias, en una institución que bien podía confundirse con los parajes de los Hobbits de aquella famosa película de Frodo, un instituto enclavado en paisajes naturales sin igual, con un clima envidiable y un aura familiar y única.

Mi rutina era leer mucho en la biblioteca de la universidad, y además participar en el crecimiento de la organización que presidí y en la actividad política de mi país.

Un país lleno de escasez, hiperinflación, represión y protestas, fue el país que me recibió a mi llegada de México, fue el país que tenía, mi sueldo de profesor pulverizando todas mis recientes vivencias, las preocupaciones que generan la escasez material de una crisis inédita en nuestro país, lograron ponerme de nuevo en tierra sin pista de aterrizaje.

La aerolínea de primer mundo que me trajo de vuelta a mi país en aquel momento, realizó un estupendo trabajo en ese vuelo, pero la realidad de la Venezuela del momento me hizo aterrizar de golpe, sin embargo, a esa edad, la adaptación y la resiliencia me hicieron retomar rápidamente mis tareas y mis proyectos.

En seguida planteé el nuevo periodo de clases con nuevas evaluaciones y proyectos, también replanteé varias cosas en la organización juvenil que yo dirigí y además me propuse seguir avanzando dentro del plano político convulsionado de mi país.

Pasaron un par de meses de mi llegada a México, y la hiperinflación hizo estragos sobre la economía nacional, y en pocas semanas cual tsunami, devoró todos los ahorros e ingresos de mi familia que siempre se ha caracterizado por ser laboriosa, profesional pero clase media, y a la vuelta de poco tiempo y sin darnos cuenta, empezamos a vivir precariedades que nunca jamás habíamos tenidos que vivir en nuestras vidas, tanto como familia, como sociedad y como país.

Un crédito bancario que yo había solicitado me fue otorgado en esas semanas y el equivalente en dólares era irrisorio, tanto que cuando me fue depositado en mi cuenta tan solo me alcanzó para comprar un par de combos en Subway, después de que me había planteado con él cambiar mi automóvil, ya mis tarjetas de crédito no alcanzaban sino para comprar un par de productos en la farmacia, y mamá me llamaba con prisa para que yo saliera de mi trabajo, a comprar 2 paquetes de harina porque una amiga le había avisado que la vio en un anaquel de un mercado cercano a la casa. 

Un Milagro IndeseadoWhere stories live. Discover now