7- Mañana nos perderemos en lo desconocido

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   No quiero aburrir a quienes se internen en esta narración con un relato del confortable viaje que disfrutamos a bordo del buque de la Booth, ni tampoco voy a hablar de nuestra estancia de una semana en Pará (salvo que quiero dejar constancia de la gran amabilidad de la Compañía Pereira da Pinta al ayudarnos a reunirnos con nuestro equipaje). Sólo quiero aludir brevemente a nuestro trayecto aguas arriba por un río ancho, de lenta corriente con aguas color de arcilla, a bordo de un vapor que era casi tan grande como el que nos había transportado a través del Atlántico.

Finalmente cruzamos los estrechos de Obidos y arribamos a la ciudad de Manaos. Allí fuimos rescatados de los limitados atractivos de la posada local por el señor Shortman, representante de la British and Brazilian Trading Company. En su hospitalaria fazenda¹³ pasamos el tiempo hasta el día en que estaríamos autorizados a abrir la carta con las instrucciones del profesor Challenger. Pero antes que llegue a relatar los sorprendentes sucesos de esa fecha, desearía esbozar un retrato más definido de mis camaradas en esta empresa y de los colaboradores que ya habíamos congregado en Sudamérica.

Hablaré sin reservas, señor McArdle, y dejo a su discreción el uso que quiera dar a mis materiales, ya que este informe ha de pasar por sus manos antes que sea dado a conocer en el mundo.

¹³. 'Hacienda', 'finca rústica'. En portugués en el original.

Los logros científicos del profesor Summerlee son harto bien conocidos para que me moleste en recapitularlos. Está mejor preparado para una expedición tan ruda como ésta de lo que uno podría imaginar a primera vista. Su cuerpo alto, enjuto y correoso es insensible a la fatiga y ningún cambio en el ambiente que lo rodea afecta a su carácter seco, medio sarcástico y, a menudo, carente de toda simpatía. A pesar de que tiene ya sesenta y seis años, jamás le he oído expresar algún disgusto ante las ocasionales penalidades con que nos hemos enfrentado. Yo había conceptuado su presencia como un estorbo para la expedición, pero en realidad ahora estoy convencido de que su capacidad de resistencia es tan grande como la mía. En cuanto a su temperamento, es naturalmente agrio y escéptico. Nunca ha ocultado, desde el principio, su creencia de que el profesor Challenger es un completo farsante, que nos hemos embarcado todos en una empresa quimérica y absurda, y que lo más probable es que sólo cosechemos desilusiones y peligros en Sudamérica y el correspondiente ridículo en Inglaterra. Éstos eran los puntos de vista que vertió en nuestros oídos durante todo nuestro viaje de Southampton a Manaos, ilustrando sus peroraciones con apasionados visajes de sus descarnadas facciones y sacudidas de su rala perilla, que se parecía a la barba de un chivo. Desde que desembarcamos, ha obtenido algún consuelo en la belleza y variedad de insectos y pájaros que pululan a su alrededor, porque su devoción por la ciencia es absoluta y la siente de todo corazón. Se pasa los días merodeando por los bosques, con su escopeta y su red de cazar mariposas, y ocupa sus veladas en clasificar y montar los muchos ejemplares que ha adquirido. Entre sus particularidades menores se pueden contar su descuido en el vestir, la falta de limpieza en su persona, la extremada distracción en todos sus hábitos y su afición a fumar en una corta pipa de escaramujo, que rara vez está fuera de su boca. Durante su juventud participó en varias expediciones científicas (estuvo con Robertson en Papuasia) y la vida en campamentos y canoas no es para él ninguna novedad.

Lord John Roxton tiene algunos puntos en común con el profesor Summerlee y otros en que constituyen una verdadera antítesis uno del otro. Es veinte años más joven, pero similar en el físico, descarnado y enjuto. En cuanto a su apariencia, ya la he descrito, me parece, en la parte de mi narración que dejé en Londres. Es extremadamente aseado y meticuloso en sus hábitos, viste siempre cuidadosamente, con trajes de dril blanco y altas botas protectoras de color castaño, y se afeita al menos una vez al día. Como la mayoría de los hombres de acción, es lacónico en el hablar y se sumerge fácilmente en sus propios pensamientos, pero siempre está pronto a responder a una pregunta o a participar en las conversaciones, con un lenguaje algo excéntrico y medio humorístico. Su conocimiento del mundo, y de Sudamérica en especial, resulta sorprendente; cree de todo corazón en las posibilidades de nuestra expedición, sin que le desanimen las mofas del profesor Summerlee. Tiene una voz suave y unos modales serenos, pero detrás de sus relampagueantes ojos azules acecha una capacidad para estallar en ira furiosa e implacable resolución, tanto más peligrosas cuanto que las refrena. Hablaba poco de sus hazañas en el Brasil y en Perú, pero fue una revelación para mí descubrir la excitación que causó su presencia entre los indígenas ribereños, que lo consideraban su campeón y protector. Las proezas del jefe Rojo, como le llamaban, se habían vuelto legendarias entre ellos, pero los hechos reales, por lo que pude saber, eran ya bastante sorprendentes. Sucedió que algunos años antes, lord John, se hallaba en aquella tierra de nadie que forman las fronteras definidas a medias de Perú, Brasil y Colombia. En ese enorme distrito florece el árbol silvestre que produce el caucho, el cual se ha convertido (como también ocurre en el Congo) en una maldición para los nativos, que sólo puede compararse con los trabajos forzados a que los sometían a los españoles en las viejas minas de plata del Darién. Un puñado de malvados mestizos dominaba el país, había dado armas a ciertos indios de quienes podía fiarse y convirtió en esclavos a todos los demás, a los que aterrorizaba con las más inhumanas torturas para obligarles a recoger el caucho, que luego era embarcado en el río para llevarlo a Pará. Lord John Roxton trató de disuadirlos para defender a las desdichadas víctimas, pero sólo recibió amenazas e insultos por sus esfuerzos. Entonces declaró formalmente la guerra a Pedro López, el jefe de los esclavizadores; enroló en sus cuadros a una banda de esclavos fugitivos, los armó y emprendió una campaña, que concluyó al dar muerte con sus propias manos al famoso mestizo y al destruir el sistema que éste representaba.

El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"Where stories live. Discover now