10- Han ocurrido las cosas más extraordinarias

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   Nos han ocurrido las cosas más portentosas y aún nos siguen ocurriendo, continuamente. Todo el papel que poseo consiste en cinco viejos cuadernos de notas y una cantidad de fragmentos, y sólo tengo un lápiz estilográfico; pero mientras esté en condiciones de mover la mano, continuaré asentando nuestras experiencias e impresiones. Ya que somos los únicos hombres de toda la raza humana en presenciar estas cosas, tiene una enorme importancia que las pueda registrar mientras aún están frescas en mi memoria, y antes que el destino, que parece estar amenazándonos constantemente, pueda alcanzarnos. Sea porque Zambo pueda llevar al fin estas cartas hasta el río, o porque yo mismo, por vía milagrosa, pueda transportarlas conmigo a mi regreso, o porque algún osado explorador, siguiendo nuestras huellas (con la ventaja, tal vez, de contar con un perfeccionado monoplano), encuentre este manojo de manuscritos, en cualquier caso, digo, tengo la impresión de que lo que estoy escribiendo está destinado a la inmortalidad como un clásico de la literatura de aventuras verídicas.

A la mañana siguiente del día en que quedamos atrapados en la meseta por obra del villano Gómez, iniciamos una nueva etapa en nuestras experiencias. El primer incidente no fue tal como para que yo formase una opinión muy favorable acerca del lugar en que estábamos extraviados. Al despertar de un breve adormecimiento, poco después del alba, mis ojos se posaron sobre un objeto muy extraño que estaba sobre mi pierna. Mi pantalón se había deslizado hacia arriba, dejando expuestas algunas pulgadas de piel por encima de mi calcetín. Sobre ese lugar descansaba un ancho racimo de color púrpura. Asombrado ante la visión, me incliné para quitármelo de encima, cuando, para horror mío, eso reventó entre mi índice y mi pulgar, chorreando sangre en todas direcciones. El grito de asco que lancé atrajo a mi lado a los dos profesores.

--Muy interesante --dijo Summerlee inclinándose sobre mi espinilla--. Una enorme garrapata, que según creo no ha sido todavía clasificada.

--El primer fruto de nuestros trabajos --dijo Challenger en su estilo pedante y bombástico--. Lo menos que podemos hacer es llamarle Ixodes Maloni. La insignificante incomodidad que representó su picadura, mi joven amigo, no puede compararse, estoy seguro, con el glorioso privilegio de que su nombre quede inscrito en el inmortal registro de la zoología. Infortunadamente, ha aplastado usted este bello ejemplar en el momento en que se saciaba.

--¡Asquerosa sabandija! --exclamé.

El profesor Challenger enarcó sus gruesas cejas como protesta y colocó su zarpa acariciadora sobre mi hombro.

--Debería cultivar usted la observación científica y la imparcial inteligencia de la mente lógica. Para un hombre de temperamento filosófico como yo, la garrapata, con su probóscide o trompa en forma de lanceta y su estómago dilatable, es una bella obra de la Naturaleza, como el pavo real o, para el caso, como una aurora boreal. Me duele oírle hablar en forma tan despreciativa. Sin duda, como nos apliquemos a ello, conseguiremos otro ejemplar.

--No cabe duda de eso --dijo Summerlee ceñudamente--, pues acabo de ver otra que desaparecía por el cuello de su camisa.

Challenger pegó un salto en el aire bramando como un toro, mientras se arrancaba frenéticamente la chaqueta y la camisa.

Summerlee y yo empezamos a reírnos de tal modo que apenas podíamos ayudarle. Por fin dejamos al descubierto aquel monstruoso torso (cincuenta y cuatro pulgadas, medidas con cinta de sastre). Todo su cuerpo parecía un bosque de pelo negro, y en esa maraña cazamos a la garrapata errabunda antes de que le picara. Pero los arbustos que nos rodeaban estaban llenos de esta horrible peste, y era evidente que teníamos que mudar de sitio nuestro campamento. Pero ante todo era necesario tomar nuestras providencias respectivas al fiel negro, que justamente se presentó en el pináculo con una cantidad de latas de cacao y galletas, que nos arrojó por encima del abismo. Le ordenamos que de las provisiones que quedaban abajo retuviese todo lo que necesitaba para mantenerse durante dos meses. El resto deberían recibirlo los indios, como recompensa por sus servicios y en pago por llevar nuestras cartas hasta el Amazonas.

El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"Where stories live. Discover now