13- Una escena que no olvidaré jamás

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   Cuando el sol se ponía y comenzaba aquella melancólica noche, vi la solitaria figura del indio en la vasta planicie que se abría allá abajo ante mí, y lo contemplé, como a una débil esperanza de salvación, hasta que desapareció entre las nieblas del atardecer, que se elevaban teñidas de rosa por el sol poniente entre el río distante y yo.

Estaba ya muy oscuro cuando regresé al fin a nuestro devastado campamento, y mi última visión al irme fue el rojo resplandor de la hoguera de Zambo, único punto de luz en el ancho mundo de abajo, como lo era su presencia leal en mi propia alma ensombrecida. Y, sin embargo, me sentía más contento ahora, como no me había sentido después de aquel golpe aplastante que había caído sobre mí: porque era bueno pensar que el mundo sabría lo que habíamos hecho, de modo que en el peor de los casos nuestros nombres no perecerían con nuestros cuerpos, sino que pasarían a la posteridad asociados al resultado de nuestros trabajos.

Era algo aterrador dormir en aquel fatídico campamento; pero aún era más enervante hacerlo en la maraña de la jungla. Pero no había otra alternativa. Por un lado, la prudencia me avisaba de que me mantuviese en guardia, pero, por el otro, mi exhausta naturaleza me impelía a no hacer nada de esta clase. Trepé a una rama del gran árbol gingko, pero su redonda superficie no me ofrecía una sustentación estable, y seguramente me vendría abajo rompiéndome el cuello en el momento en que me adormeciera. Por lo tanto bajé de nuevo y me puse a meditar sobre lo que debería hacer. Por último, cerré la puerta de la zareba, encendí tres fuegos separados en triángulo. Después de haber ingerido una cena reconfortante, me sumí en un profundo sueño, que tuvo un despertar tan sorprendente como bienvenido.

Al amanecer, justo cuando despuntaba el día, una mano se posó en mi brazo. Me levanté de golpe, con todos mis nervios vibrando y mi mano tanteando el rifle. Lancé un grito de alegría cuando, en la fría y gris luz de la mañana, vi a lord John arrodillado junto a mí. Era él ... y, con todo, no era él. Cuando lo había dejado era una persona de talante sereno, maneras correctas y pulcritud en el vestir. Ahora estaba pálido, con ojos extraviados, respirando a boqueadas, como si hubiera corrido rápido y muy lejos. Su rostro delgado estaba ensangrentado y arañado, su ropa le colgaba en andrajos y había perdido el sombrero. Lo contemplé asombrado, pero él no me dio oportunidad para hacer preguntas. Al mismo tiempo que hablaba iba cogiendo cosas de entre nuestros depósitos.

--¡Rápido, compañerito! ¡Rápido! --exclamó--. Ahora cada momento cuenta. Agarre los rifles... los dos. Yo tengo los otros dos. Y ahora todos los cartuchos que pueda reunir. Llene sus bolsillos. Ahora, algo de comida. Media docena de latas será suficiente. ¡Ya está bien! No se demore en hablar ni en pensar. ¡Dése prisa o estamos perdidos!

Aún semidormido e incapaz de imaginar el significado de todo aquello, me vi corriendo alocadamente por el bosque detrás de lord John, llevando un rifle bajo cada brazo y un montón de alimentos en las manos. Corría escabulléndose por entre lo más espeso del monte bajo, hasta que llegó a una densa mata de arbustos. Se arrojó dentro, sin cuidarse de las espinas, y se echó en el corazón del matorral, empujándome para que me colocase a su lado.

--¡Eso es! --jadeó--. Creo que aquí estamos a salvo. Tan seguro como el destino que ellos van a ganar el campamento. Va a ser su primera idea. Pero lo que hemos hecho los confundirá.

--¿Qué significa todo esto? --pregunté cuando hube recobrado el aliento--. ¿Dónde están los profesores? ¿Y quién nos persigue?

--Los monos/hombre --exclamó--. ¡Por Dios, qué bestias! No levante la voz porque tienen el oído muy aguzado... y la vista muy penetrante, también, pero su olfato es muy débil, hasta donde pude juzgar. Por eso, no creo que puedan descubrirnos husmeando. ¿Dónde estuvo usted, compañerito? ¡De buena se salvó!

El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"Onde histórias criam vida. Descubra agora