11- Por una vez fui el héroe

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   Lord John Roxton tenía razón al pensar que alguna específica cualidad tóxica podía estar vinculada a la mordedura de aquellos horribles animales que nos habían atacado.

A la mañana siguiente, después de nuestra primera aventura sobre la meseta, tanto Summerlee como yo experimentamos grandes dolores y fiebre, mientras la rodilla de Challenger estaba tan magullada que apenas podía caminar cojeando. Por lo tanto permanecimos todo el día en nuestro campamento. Lord John estuvo ocupado, con nuestra ayuda en lo que pudimos, en elevar la altura y el espesor de la pared espinosa que constituía nuestra única defensa. Recuerdo que durante todo el día estuve perturbado por la sensación de que éramos estrechamente vigilados, aunque no pudiera sospechar quién era y dónde se ocultaba. La impresión era tan fuerte que se la comuniqué al profesor Challenger, quien opinó que sólo era un efecto de la excitación cerebral causada por la fiebre. Una y otra vez me di vuelta rápidamente para mirar a mi alrededor, con la convicción de que iba a ver algo, pero sólo me hallé con la oscura maraña de nuestra cerca o la solemne y cavernosa tiniebla de los grandes árboles que formaban un arco sobre nuestras cabezas. Y sin embargo la sensación se fue haciendo cada vez más fuerte en mi mente: algo nos observaba y ese algo era malévolo y estaba a nuestra vera. Pensé en la superstición india de Curupuri (el espantoso y acechante espíritu de los bosques) y llegué a imaginar que su terrible presencia perseguía a los que habían invadido su más remoto y secreto refugio.

Aquella noche (la tercera en la Tierra de Maple White) tuvimos una experiencia que dejó una sobrecogedora impresión en nuestro ánimo y nos hizo agradecer que lord John hubiese trabajado tan duro para hacer inexpugnable nuestro refugio. Dormíamos todos alrededor de nuestra mortecina hoguera cuando nos despertó (o mejor dicho nos arrancó de nuestro adormecimiento) una sucesión de los más espantables gritos y alaridos que jamás había escuchado. No conozco ningún sonido al que pueda comparar ese tumulto asombroso, que parecía venir de algún lugar situado a pocos centenares de yardas de nuestro campamento. Desgarraba los oídos como el silbido de una locomotora; pero en tanto el silbato tiene una sonoridad clara, aguda y mecánica, este otro era vibrante y mucho más profundo en volumen, con la máxima tensión de la agonía y el horror. Nos tapamos los oídos con las manos para no escuchar aquel grito que destrozaba los nervios. Un sudor frío brotó en todo mi cuerpo y mi corazón se llenó de angustia ante tanta desgracia. Todas las angustias de una vida torturada, toda la tremenda acusación a los altos cielos y sus innumerables pesares parecían centrarse y condensarse en aquel único grito de agonía y espanto. Y entonces, por debajo de aquel sonido agudísimo y vibrante se oyó otro, más intermitente, una risa apagada y profunda, un gorgoteo gutural, un gruñido regocijado que formaba un grotesco acompañamiento al chillido con el que se mezclaba.

Durante tres o cuatro minutos continuó el espantoso dúo, mientras todo el follaje crepitaba con el aleteo sobresaltado de los pájaros. Entonces, todo se acalló tan súbitamente como había empezado. Durante un largo rato permanecimos en un horrorizado silencio. Luego, lord John arrojó un manojo de ramillas al fuego, y su rojo resplandor iluminó los rostros atentos de mis compañeros y fluctuó sobre las grandes ramas que se extendían sobre nuestras cabezas.

--¿Qué ha sido eso? --susurré.

--Lo sabremos por la mañana --dijo lord John--. Fue muy cerca de aquí... no más allá del claro.

--Hemos tenido el privilegio de escuchar por casualidad una tragedia prehistórica, la especie de drama que ocurría entre los cañaverales de las orillas de algún lago del Jurásico, cuando el dragón más grande sujetaba al más pequeño en el limo --dijo Challenger con una solemnidad que jamás habíamos escuchado en su voz--. Sin duda fue mejor que el hombre llegara tarde en el proceso de la creación. En aquellos días tempranos había poderes desencadenados a los cuales no habría podido enfrentarse ni con el coraje ni con ningún mecanismo. ¿De qué le habrían valido su honda, su lanza o sus flechas contra fuerzas como las que esta noche han andado sueltas? Incluso con un rifle moderno, la ventaja hubiera estado de parte del monstruo.

El Mundo Perdido - "Arthur Conan Doyle"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora