🚌​Capítulo 11🚌​

311 49 766
                                    

Phoenix, Arizona

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Phoenix, Arizona. 15 de junio de 2023.

¿Pero qué he hecho?

Nunca antes me había costado tanto abrir los ojos para despertarme, y no es porque tenga sueño, pues he dormido como un lirón, sino porque, como ya es habitual en mí, no quiero tener que enfrentarme a la realidad.

Empiezo a creer que la noche conspira contra mí, una especie de hechizo por el que me veo afectada hasta que los rayos del sol hacen su aparición de nuevo en el cielo cada mañana.

¿Que si me arrepiento de lo que pasó anoche? No podría... Es decir, fue espectacular; algo que debía haber pasado días atrás. Pero ahora que ha pasado siento que he estado años pecando por no haberlo hecho antes. ¿Curioso, no? Lo de sentir como pecado si no hay pecado, digo. Amén, jejé.

El caso es que nadie en su sano juicio podría arrepentirse de la maravillosa experiencia que anoche me regaló Mael, pero sí que me siento algo culpable por haber permitido que mi corazón se abriese de nuevo a él.

Vale, puede que tal vez también tenga un poco de miedo. Lo típico: ¿y si a él no le ha gustado tanto como a mí? ¿Y si era esto lo que quería y ahora pasa de mí? ¿Y si ha arrancado la tirita que con tanto esfuerzo pegué en mi despedazado corazón y la ha tirado a la basura?

No tengo más tiritas; o sea, directamente no me he traído ni una al viaje. ¿Qué clase de persona no lleva tiritas a un viaje a la otra punta del mundo? Podrían rozarme los tacones y, al no tener tiritas, pasearme por la boda como un pato mareado.

¿Pero los patos se marean?

—¿En qué piensas?

Oír su voz, así, tan de repente, hace que se me escape un ensordecedor chillido que pronto se ve opacado por su armoniosa risa. Llevo bastante rato mirando a las musarañas con los ojos fijos en el techo de la caravana y con las manos entrelazadas sobre mi vientre, ausente de la vida; pero lo cierto es que sigo tumbada al lado de Mael, con nuestros cuerpos desnudos resguardándose bajo las sábanas.

—En patos mareados —confieso, entonces.

—¿Ah, sí? —ríe por lo bajo—. ¿Y por qué están mareados? —se interesa, aún sin dejar de mirarme mientras coloca un brazo bajo su almohada.

—Porque no tienen tiritas.

—Tiritas —afirma—, ¿que las necesitan para...?

—Para que no les rocen los tacones. —Giro mi cabeza hacia él—. Para acabar de despertarte, estás haciendo demasiadas preguntas, ¿eh?

—Tranquila, ¿necesitas pensar un rato más en esos patos con rozaduras de tacones? —Veo cómo intenta disimular una sonrisa para parecer lo más serio posible—. Puedo ir preparando el desayuno mientras tanto.

—Fíjate, eso me parece una estupenda idea.

—Bien —zanja incorporándose hacia mí hasta depositar un suave beso sobre mis labios—, buenos días.

Lo predijeron las cartasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora