🚌Capítulo 6🚌

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—Estás tensa.

La voz de Mael me sorprende entre recuerdos. No sé cuánto tiempo he estado ausente, pero pensar en Joel me ha revuelto el estómago. ¿En qué fallé para que me dejara y se fuera con otra? Sé que le dolió tanto o más que a mí, me lo transmitió con sus ojos, pero aun así lo hizo. Me destrozó, me rompió en dos.

Y todo ese sufrimiento fue por culpa de Mael. Porque se fue. Me abandonó sin decir ni adiós. Si Mael hubiese estado ese día en el polideportivo, yo no habría conocido a Joel. La verdad es que no sé si agradecérselo o recriminarle por ello.

—Es que el silencio me hace pensar, y no me gusta pensar porque sobrepienso —contesto exhalando un suspiro.

—Claro, es lo que tiene pensar —ríe él.

Lo fulmino con la mirada.

—Si quieres, puedes decirme en qué piensas. Así pensamos juntos —añade, esta vez en serio.

No puedo decírselo. Es algo del pasado, algo que debería olvidar y pasar página. Pero y ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?

—Solo necesito acallar mi cabeza.

—¿Quieres que pongamos música? —propone.

—¿Este cacharro tiene para conectar el móvil?

Comienzo a toquetear la radio, abriendo compartimentos y buscando la ranura para cable auxiliar o usb. Mi cuerpo empieza a traquetear al ritmo de la caravana y me incorporo rápidamente, asustada, para ver qué está pasando. Hay humo saliendo del capó.

—¿Qué pasa? —le pregunto a Mael, que está aferrado al volante, pensativo.

—Espero que nada grave.

—¡Para, por Dios, para, no vaya a ser que salgamos volando por los aires!

En vez de llamarme paranoica, Mael reduce la velocidad y estaciona en el arcén, pero no apaga el motor. La puerta emite un chirrido al abrirse cuando desciende del vehículo tras activar la palanca que abre el capó. Lo sigo, quiero ver la catástrofe de cerca. Mete las manos por debajo y el capó se abre del todo. Una nube de humo lo golpea en la cara y él se cubre con el brazo, tosiendo.

—¿Y ahora qué?

No me contesta. En su lugar, se adentra de nuevo en el vehículo y se queda mirando a un punto fijo tras el volante. Hace un calor insoportable y la única sombra disponible es la que ofrece un árbol a pocos pasos de donde hemos estacionado.

—La temperatura está bajando, pero le llevará un rato más estabilizarse por completo —dice, acercándose para revisar el motor.

—¿Y qué hacemos mientras tanto? ¿Asarnos bajo el sol?

—Ve bajo el árbol, yo voy a echar un vistazo a Betty.

—¿Quién es...? —Ah, coño, la caravana—. Como quieras.

Me aproximo a la parte trasera y saco una silla, una botella de agua y un libro para pasar el rato y los sofocos. Monto mi chiringuito bajo el árbol, que lo único que hace es impedir que el sol me dé de lleno pero sin aportar fresquito alguno, e intento contar hasta diez para relajarme. Estamos en medio de la mismísima nada, no pasan coches que puedan socorrernos y no sé a cuántos kilómetros queda el pueblo más cercano. Si no arreglamos pronto la caravana, es posible que pasemos a fundirnos con el entorno y a formar parte de él para siempre.

Abro el libro por donde lo dejé en el avión, o sea prácticamente por el principio porque cierto niño de las pataditas impidió que me concentrara, y me inmiscuyo en la lectura. No sé en qué momento se me ocurre levantar la cabeza para ver cómo lo lleva mi compañero de viaje, pero es la peor decisión que podría haber tomado.

Lo predijeron las cartasWhere stories live. Discover now