🚌Capítulo 3🚌

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Con la frente en alto y una sonrisa en la cara, cualquiera diría que voy en dirección a la sala de castigo

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Con la frente en alto y una sonrisa en la cara, cualquiera diría que voy en dirección a la sala de castigo. Sé de sobra que no podemos utilizar los teléfonos en clase, pero ha merecido la pena. Al fin me han aceptado en la universidad de Economía y Ciencias Políticas de Londres y es cuestión de tiempo que me marche de esta prisión.

Me he partido el lomo para sacar la mejor nota de bachillerato, estudiando día y noche y bordando cada examen y exposición oral durante seis malditos años, y todo con el único propósito de poder perder de vista a mis padres y ser libre tanto de sus exigencias como de sus prohibiciones. Solo quedan tres meses para graduarme. Solo tres.

La puerta del aula de castigo está entreabierta cuando doblo la esquina, así que una de dos: o he llegado el primero y dentro solo está la profesora de inglés, o soy el último y llego tarde. No me molesto ni en llamar, sino que paso directamente y me encuentro con miss Dorothy.

—¿Señorito Saavedra? —pregunta enarcando las cejas por encima de sus gafas de pasta. Está apoyada sobre el escritorio con papeles entre sus manos y lleva un lápiz sujetando su moño de señorita Rottenmeier—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

—Vengo a cumplir con mi castigo, miss Dorothy. —Las arrugas de la edad bajo sus ojos se estiran al abrirlos en sorpresa.

—¡Vaya! Reconozco que no esperaba verlo jamás por aquí. Pero pase, pase, tome asiento. —Obedezco sus órdenes y dejo caer la mochila al lado de una de las mesas vacías antes sentarme—. No quiero saber qué es lo que ha hecho porque se me caería del pedestal en el que lo tengo subido, así que me limitaré a decirle que el castigo tiene una duración de dos horas durante las cuales puede aprovechar para adelantar trabajos.

Asiento con la cabeza.

—¿Soy el único al que han castigado hoy? —pregunto señalando el aula vacía. Miss Dorothy suelta una leve y sutil carcajada.

—Por supuesto que no. Nuestra sancionada estrella debe de estar al caer. En breve la conocerá.

Dicho y hecho. Es terminar de hablar y oímos el sonido de unas pisadas apresuradas acercarse por el pasillo. La puerta se abre de golpe y entra una chica de melena castaña con la respiración entrecortada. Lleva un abrigo negro por el que resbalan gotas de agua que dejan un reguero a su paso.

Sorry, sorry —se excusa la recién llegada con una pésima pronunciación del inglés.

No consigo reprimir la risa y la oculto bajo un ataque de tos cuando la chica me fulmina con la mirada. Sus ojos verdes conectan entonces con los míos y olvido que hace unos segundos me he reído de ella. Su frente se esconde tras un flequillo partido en dos que le roza las pestañas, tiene una bonita nariz respingona y el labio superior más fino que el inferior. A pesar de que me está mirando como si quisiese matarme, me parece una chica guapísima. ¿Qué tendrá, catorce o quince años? De bachillerato no es, la conocería. Debe de seguir en la ESO, aunque aparenta ser mayor.

Lo predijeron las cartasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora