🚌Capítulo 12🚌

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Las Vegas, Nevada. 15 de junio de 2023.

Parezco una solterona ricachona mientras camino yo sola hacia el restaurante. Se nos ha hecho tarde y le he pedido a Mael que fuese tirando en lo que yo terminaba de arreglarme, pero ahora me arrepiento. Enfundada en este vestido tan refinado, me siento observada por todo el mundo; además, he decidido hacerme un recogido para poder lucir los pendientes y el colgante, y me siento insegura porque no sé si habrá quedado tan bien como creo.

Me he tragado veinte vídeos de TikTok para poder hacérmelo y otros diez más para maquillarme. ¡Que viva la elegancia!

Vale, ya veo a Mael. Está de espaldas a mí, observando un cuadro como un crítico profesional, con las manos agarradas hacia atrás y la cabeza ligeramente ladeada. Cuando llego a su lado, me veo obligada a carraspear para que salga de su ensoñación, haciéndole pegar un respingo.

—¡Santo cielo! —murmura dándome un buen repaso, encandilado—. Estás preciosa, ratona —agrega, besando mi mejilla y haciéndome sonreír, sonrojada.

—¡Fiu, mamita! La neta sí se ve bien linda, Carolina.

Me aparto de Mael para observar a Richie, que está parado en la entrada del Picasso, esperándonos, y me río ante su piropo.

—Lo siento, querido, pero esta noche vengo acompañada —contesto agarrándome del brazo de mi cita.

—Esta noche y todas las noches —añade Mael y le doy un manotazo en el hombro—. ¿Qué? Era por cerrar puertas, que has dejado algunas abiertas con esa afirmación.

—Una verdadera pena, una verdadera pena... —confiesa llevándose una mano a la cabeza—. Pero ¿qué le vamos a hacer? C'est la vie! Síganme.

De camino a la mesa, Richie nos cuenta un poco sobre el restaurante. Resulta que el restaurante Picasso del Bellagio se llama así porque tiene once cuadros del artista decorando el establecimiento, pero más allá de esos cuadros, lo que verdaderamente me deja embelesada son las vistas desde la terraza.

Richie nos sienta en la posiblemente mejor mesa, en una especie de balcón abierto sobre la tan famosa fuente del Bellagio que entretiene a su público con un espectáculo de luces y chorros de agua que danzan al son de la música. Las mesas están recubiertas de un mantel blanco que cae hasta el suelo, con sillas anaranjadas y flores como centro de mesa. Hasta los platos tienen estilo, con figuritas que conforman rostros.

Y el último toque romántico que nos ofrece la terraza: una réplica de la torre Eiffel de fondo.

—¿Todo a su gusto, mis cuates? —nos pregunta Richie entregándonos el menú.

—Todo perfecto, muchas gracias. —Sonrío con agradecimiento.

—Sí, todo bien —contesta Mael forzando su sonrisa.

—Me alegra oírlo. Espero que tengan una maravillosa velada y disfruten de nuestra deliciosa carta. Ahora los dejaré en manos de mi compadre Ernesto, que se encargará de servirlos y ayudarlos en todo lo que le sea posible. Nos vemos más tarde.

Dejo el menú sobre la mesa para mirar a mi izquierda y perderme en el espectáculo de las fuentes. Todo parece tan perfecto, tan irreal... Estoy rebozándome en el barro de la felicidad, junto a la persona que más he querido en mi vida y en un lugar tan maravilloso que las palabras son insuficientes para describirlo.

Me encuentro en ese estado que todos alguna vez en su vida experimentan: encerrada en mi pompita de jabón.

Pero las pompitas tarde o temprano explotan.

Y la mía parece tener más porcentaje de agua que de jabón.

Mi teléfono comienza a vibrar sobre la mesa en ese momento con un montón de mensajes entrantes y, aún con una espléndida sonrisa, lo desbloqueo para ver de qué se trata. Es el chat de grupo de antiguos alumnos del instituto.

Lo predijeron las cartasWhere stories live. Discover now