4. Bestia del Infierno.

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"La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo" — Isabel Allende

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"La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo" — Isabel Allende.

Nina dejó la pequeña escultura en la mesa, exactamente en la misma posición en la que la había hallado, sus manos temblaban ligeramente y en su mente corrían miles de pensamientos ¿Qué podría ser aquello? ¿Cuál sería su significado? ¿Podría ser peligroso? Ella dudó de eso último. 

Parecía una simple, hermosa y misteriosa pieza de arte. 

Nina se alejó y recorrió su apartamento en busca de peligros, pero todo estaba tal cual como ella lo había dejado: su cama estaba deshecha, había algo de ropa en el suelo junto con unas cuantas hojas de papel, ya que, ella suele desahogarse escribiendo. 

Se sobresaltó cuando su organizador vibró con la entrada de un mensaje. 

El remitente era su padre, Michael Lauper. 

"Está mañana llegó una notificación de parte de Louise Marshall, cediendo cualquier derecho sobre ti. Igualmente, la familia Lauper no quiere perder tus conexiones, por ende, está en tus manos tomar la decisión de seguir vinculada con nosotros"

Nina dudó. 

Su progenitor siempre se había dirigido ligeramente informal hacia ella, considerando que ella siempre lo vio como un hombre frío y centrado, para nada fuera de los parámetros de la inhibición emocional. Se quedó observando la pantalla de organizador y suspiró. 

Su fantasiosa imaginación debía de estar jugando con ella, ni siquiera en una realidad alternativa un hombre como Michael Lauper podría tener emociones o preocuparse por ella.

Nina sacudió lentamente la cabeza. ¿Cómo podía siquiera considerarlo?

Definitivamente, no estaba completamente centrada para dar respuesta a algo tan complejo. 

Nina abrió su armario en la habitación y comenzó a quitarse la vestimenta de la junta empírea, para cualquiera era obligatorio llevar pantalones blancos rectos junto con una simple blusa blanca de manga larga, incluso los trece poderosos arcángeles lo hacían, bueno, por lo menos lo seis que ella había conocido. 

Nina se quitó la blusa y se miró en su espejo de cuerpo completo mientras se desprendía del pantalón, dejando caer ambas prendas en el suelo, sobre un pequeño montón de ropa sucia del cuál ella pensaba encargarse más tarde. Observó la pequeña curvatura de sus pechos, la fluida inclinación desde su cintura hasta la cadera, su piel que lucía apenas saludable, los largos mechones de su lacio cabello y lo delgado que estaba su cuerpo. 

Ella había estado perdiendo peso, algo anormal para un ángel. Comía cada vez que su cuerpo lo exigía, simplemente había sido una costumbre adoptada tras la inhibición emocional por los de raza, su cuerpo se había debilitado.

Cuando los ángeles solían ser criaturas divinas que sólo habitaban el cielo podían disfrutar de ciertas comidas, sólo por placer, como lo hacen los demonios, ahora, en cambio, si dejaban de alimentarse se debilitaban como un humano.

Bajó la mirada y sin observar el espejo de nuevo se dirigió al baño, acomodando su largo cabello en una coleta ajustada, antes de entrar en la ducha verificó la temperatura del agua y la colocó lo más fría posible; Nina quería helarse hasta los huesos, logrando que el dolor físico de las punzadas heladas ahogara el dolor de su maltratado corazón al recordar a su madre.

¿Cómo podía tener tanto desprecio hacia ella? Bueno, ella no podía despreciarla, eso la haría sentir algo y claramente Louise Marshall tenía el corazón más gélido jamás conocido, si es que tenía un corazón.

Su madre no sentía, como cualquier ángel. En ese instante, Nina deseó no sentir también.

Lloró. 

Como solía hacer cuando era pequeña. 

Dejó que las lágrimas surcaran su rostro sin miedo a ocultarlo, ahí nadie la veía, por un instante era libre y eso quitó una enorme carga de sus hombros. Al cabo de un rato bajo la tortura del agua helada, Nina se sintió petrificada, su mente, su cuerpo y su corazón... todo parecía volver a estar en equilibrio. 

Hasta que salió del baño envuelta en una mullida toalla gris y vio a un hombre acostado en su cama, como si perteneciera ahí, con una camisa azul informal y unos pantalones de mezclilla, lucía provocativo y eso causo una reacción completamente desconocida para ella en su cuerpo. Algo empezó a arremolinarse en su abdomen. 

¿Deseo?

Su mundo se desequilibró de nuevo.

Adair.

Imposible.

Nina se tensó completamente, sus mejillas tiñéndose de rojo, mantuvo la toalla en su lugar con un agarre fiero mientras preguntaba.

  — ¿Qué hace aquí? Esto es ilegal, está allanando mi hogar.

Él la miró y sonrió, un destello iluminó su mirada lujuriosa por un instante. Se movió lentamente como un león acechando una gacela, con precisión y agilidad.

  — Nina — dijo él. Su voz estaba ronca, extrañamente no parecía el mismo que había conocido antes.  Una energía peligrosa manaba de su cuerpo, podía ver un resplandor líquido de poder en sus ojos, sólo que está vez no eran azules... Eran negros, una profundidad peligrosa que amenazaba con tragar y ahogar cualquier luz, al igual que un agujero negro.

Nina tragó forzosamente.

Aquel ante ella no era Adair. De alguna manera podía sentir que aquel hombre no era su caballero del infierno.

¿Acaba de llamarlo 'suyo'?

Movió la cabeza, no era momento para pensar en ello. Seguramente, se hallaba en una situación de peligro inminente. El ser ante ella no era un ángel, mucho menos un humano. Él sonrió y un nuevo color carmesí en su mirada lo delató como un demonio.

Garras surgieron en sus manos, largas y afiliadas. Una lengua viperina se asomó entre sus labios e hizo que sus siguientes palabras surgieran ceceantes, le recordó a una serpiente.

— Debesss morir.

Nina huyó.

Pero no llegó muy lejos, al final del pasillo de su hogar se materializó el hombre. Ella sabía que algunos de los demonios poseían la habilidad de trasladarse de un lugar al otro con un pensamiento, aunque debían tener una imagen mental clara del lugar.

Nina se detuvo en seco, su corazón parecía querer escapar de su pecho. El latido errático retumbaba en sus oídos.

El demonio sonrió, esta vez mostrando una hilera de afilados dientes que podrían desgarrar fácilmente la carne de su cuerpo.

Él desprendía un hedor fétido junto con el olor del azufre, aquel aroma sólo provenía de un lugar: el infierno. Así que debía estar tratando con una criatura que logró escapar, seguramente un subyugado de un demonio mayor.

Sólo los demonios de altos rangos tenían permitido andar libremente en la tierra. Los demás debían permanecer en el infierno, a menos que su amo le permitiera salir o fuera invocado por alguien, aunque muy pocos sabían como invocarlos y menos aún a un demonio menor, un esclavo de los grandes, a los que verdaderamente debía temer.

Eso no quería decir que no pudiera causarle daño, no la mataría pero la haría sufrir tanto como pudiera.

Retrocedió dos pasos.

La bestia se lamió los labios, que ahora parecían una deforme masa de carne, y se abalanzó sobre ella.

Nina gritó.

¡Gracias por leer! <3

El beso del DemonioWhere stories live. Discover now