6. Rey de las sombras.

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"Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección" —Ernesto Sabato, sobre héroes y tumbas

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"Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección" —Ernesto Sabato, sobre héroes y tumbas.

Adair sonrió.

Sus labios se curvaron deliciosamente, aunque también desprendían un aura oscura, como si tras su sonrisa se ocultara el mayor misterio que Nina debía resolver. Los demonios en algún momento fueron ángeles, Nina conocía la historia muy bien, ellos cayeron e inició el mal en el mundo tras su rebelión, junto con Lucifer, el lucero que se llevó consigo a los caídos, como el hombre que tenía ante ella.

Los caballeros del infierno, los señores del averno en algún momento fueron ángeles del Creador. 

Los ojos de Nina siguieron la curvatura de sus labios y se sintió arrepentida, como si de algo pecaminoso de tratase, en un lugar de ser una simple sonrisa. Aunque la debilitó, comenzando con el lento ardor del deseo en su vientre y el deseo de seguir la comisura de su boca con el dedo indice, descender por la firme columna de su cuello y llegar...

Se contuvo con vergüenza, era algo que jamás había sentido, sus pensamientos habían sido corrompidos, una dulce esencia del veneno del pecado a travesando su juicio. Si la Junta Empírea la viera en este instante, sería enviada inmediatamente a sufrir un castigo, irónicamente, en los confines del infierno, donde seguramente se degeneraría, como los arcángeles les habían hecho saber a los demás ángeles alguna vez, todos debían acatar las normas. 

Nina posó las manos sobre el suelo e intentó incorporarse, se sorprendió al darse cuenta que veía su reflejo en el linóleo, su piel lucía enfermiza y sus ojos desprendían locura, estaban opacos, por  otro lado, sus labios estaban secos y quebrados, como si estuviera deshidratada. Aunque debía ser una reacción a aquella odisea en el túnel de sombras, al recordarlo, su mirada se enfocó en la sombra que la había arrastrado ante él. 

  —  Bienvenida, mi pequeña ángel — comentó Adair, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, ella la aceptó y se percató de la suavidad y calidez de su piel. Nunca había pasado de un apretón de manos, ni siquiera con sus padres, que seguramente solo la habían sostenido cuando era un bebé; le habían enseñado que era mejor evitar el contacto, sin embargo, la mano de Adair era, de alguna manera, reconfortante. Ansiaba más de aquel sentimiento —. Te he salvado, estás en deuda conmigo. 

Ella estaba gravemente confundida, sin embargo, las palabras fueron comprendidas rápidamente por su cerebro. 

  — ¿Disculpa? —espetó sin importarle lo más mínimo mantener su fachada imperturbable, después de todo, dudaba que un demonio como Adair la desenmascarara ante la Junta Empírea, aunque... pensándolo de otro modo, los demonios siempre buscaban hacer sufrir a los demás. 

No obstante, este demonio en particular afirmaba haberla salvado.

Adair se rió, su mirada macabra  brillando con diversión. La sombra que había raptado a Nina se transformó, tomando forma de gato, y se frotó contra la pierda del demonio. Nina la observaba estupefacta, con los ojos desorbitados y la boca ligeramente abierta; la sombra se abrió y eso generó una sonrisa en la cabeza del gato, la piel de ella se erizó. 

Extraño.

  — Te estaban siguiendo, te he salvado, me debes. 

Adair planteó los hechos con facilidad, enumerándolo con sus dedos. Era bien sabido que los demonios cobraban sus deudas, es más, nadie querría deberle a un demonio; se rumoreaba que podía exigir hasta tu alma para saldar la deuda, aunque Nina jamás había escuchado de un caso real.

Los ojos de Nina cayeron en la sombra del gato, que no era  proyectada por ningún gato en realidad, y se movió con gracia hacia ella, convirtiéndose en el camino en una serpiente. La mirada del ángel se desorbitó mientras se alejaba tanto como podía, sin hacer movimientos bruscos. 

De nuevo, la sombra se abrió en un lugar estratégico, como si sonriera, burlándose del miedo de Nina, pero tampoco podía emitir sonido alguno, de alguna manera eso la hacía más macabra. 

  — Nadie me seguía — soltó ella, el pánico abriéndose paso en su voz. ¿Podría ser que aquel ser que se manifestó en su apartamento la siguiera? —¿Cómo llegué aquí? 

Adair enarcó una ceja y se acarició la barbilla con el dedo indice, como si estuviera embarcado en pensamientos profundos.

  — Creía que los ángeles no sentían temor, no obstante, aquí estas tú, temblando de miedo por una sombra con forma de serpiente. Irónico, además. Considerando que los humanos representaban a satanás como la serpiente, los ángeles no deberían temerle. 

Nina se ruborizó, no por verguenza, sino por otra nueva emoción que surgió, haciendo ebullición en su interior. Ira. 

  — Es una historia graciosa — siguió hablando el caballero del infierno — La tentación de la manzana prohibida y el primer pecado cometido, gracias a una mujer. Génesis, si no estoy mal.

La sombra de serpiente se arrastró hasta Adair y reptó por su pierna. El demonio la acarició, como si se tratara de una posesión preciosa y le tuviera muchísimo cariño, por su lado, la serpiente se arqueó a su toque, disfrutando profundamente del mimo de su amo.

  — ¿Cómo he llegado aquí?  ¿Quién me estaba siguiendo? — inquirió Nina, frotándose los brazos, sintiéndose de repente como una niña perdida y vulnerable. 

  — ¿No lo sabes, ángel? Te he traído ante mí, usando mi poder. 

Adair alzó una mano y la sombra que su figura desprendía contra una de  las paredes de la elegante habitación comenzó a transformarse, estirándose hacia Nina. La sombra se deformó, alargándose, haciéndose irreconocible, la única parte que no había perdido su forma, era la mano que llegó hasta Nina y se posó en su mejilla. 

Un toque frío, como el de los vampiros en la novelas románticas que solía leer a solas en su habitación, escondida del mundo. Dedos gélidos que acariciaron su mejilla con vehemencia, ascendieron apenas perceptibles hacia su sien y por último descendieron hasta sus labios donde se quedaron por un instante, contrariamente, dejando una estela cálida a su paso.

El toque desapareció. 

Nina suspiró. 

  — Debería mostrar más respeto, pequeña ángel. Estás en presencia del rey de las sombras. 

De repente, toda en la habitación desapareció, una gélida ventisca susurró un ulular constante como si estuvieran en medio del bosque y la oscuridad tragó todo vestigio de luz. 

¡Gracias por leer!  ¡Un abrazo! <3

El beso del DemonioWhere stories live. Discover now