Capítulo 1 (Parte 2)

8 2 0
                                    

—Imposible —tartamudeó Adán.

Temeroso de lo que podía significar ese correo electrónico, ni siquiera se atrevió a respirar. Mil preguntas inundaron su mente en fracciones de segundo: ¿Un mal chiste? ¿Un virus de computadora? ¿Habían hackeado la antigua cuenta de Evelia después de tanto tiempo? Cada escenario era más improbable que el anterior.

«Si no lo abro —se dijo—, no pasará nada».

La melodía de una llamada entrante lo sobresaltó. Sin percatarse de lo que hacía, contestó.

—Me estás matando —dijo una voz masculina.

Adán tardó en comprender de quién se trataba.

—¿Zhang?

—Te conté lo de Bristol en confianza. —Había un dejo de dolor en su voz—. ¿Qué tal si te debo un favor?

Esto sacudió a Adán un poco. Negociaban de nuevo. Aunque el espíritu de su novia muerta estuviera espantando su bandeja de entrada, tenía que concentrarse en su cliente.

—¿Un favor?

—Sí —dijo Zhang.

—Los favores no compran boletos de avión.

—Adán...

—¿Te estoy matando?

—Ajá.

—No. Estoy sobreviviendo.

Hubo un silencio.

—Hay cosas más valiosas que el dinero.

—Vive aquí y luego me cuentas.

Adán intentó calmarse. Llevaba años trabajando con Zhang, pero tampoco debía tentar la suerte. Su amistad se reducía a algunas anécdotas personales compartidas, como la razón por la que su cliente trabajaba tan duro desarrollando videojuegos: «Transmitían software en la radio —le contó Zhang aquella vez—. Equipos como la "Basura-80" usaban casetes para almacenar data, así que una emisora de Bristol comenzó a transmitir programas de computadora en el 83 para que la gente los grabara en sus radios. ¿No es increíble? Gracias a esa idea, los videojuegos llegaron a países comunistas en Europa. Hay quienes de verdad aman los videojuegos, Adán. Yo soy uno de ellos».

—Revisa tu cuenta de Gmail —dijo Zhang tras una larga pausa.

No hacía falta que se lo pidiera, los ojos de Adán seguían clavados en la pantalla. El correo de Evelia era como una astilla enterrada en la parte de atrás de su cabeza, y si quería volver a trabajar esa noche... tendría que extirparla. «¡Que se joda todo!», pensó, cediendo a la tentación de abrirlo en el último momento.

Sin texto ni línea de asunto, y con un archivo MP3 adjunto, ese correo no podía ser otra cosa que un virus. Esa era toda la excusa que necesitaba. Clic. Listo. ¡Borrado! No importaba de dónde vino, pues ya no existía. Esa era la maravilla de lo digital, un botón bastaba para exorcizar su pasado. Si Zhang extendía su contrato, no podía permitirse distracciones como el fantasma de Evelia. Por eso, Adán tampoco tenía Facebook ni nada parecido. Nada que fuera una ventana al pasado. Cuanto menos intromisiones hubiera en su mundo, mejor.

Adán exhaló todo el aire en sus pulmones lentamente al leer el correo de su cliente.

—Gracias.

—Soluciona el divorcio de la jugabilidad y el jefe final hoy mismo.

—Para cuando termine, estarán de luna de miel.

—Y Adán...

—¿Sí?

—No te olvides de tu Bristol.

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now