Capítulo 7 (Parte 1)

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«¿Por qué está abierta la puerta? —esa inquietud terminó de despertar a Adán—. Si el maldito plomero de anoche duplicó mis llaves quizás hizo lo mismo con las de...»

—¿Lili?

No hubo respuesta.

—¿Lili?

Adán se apoyó en la mesa junto al sofá para ponerse de pie y, sin quererlo, tumbó su teléfono móvil al suelo; todavía estaba descargado.

—¿Lili? —insistió con un dejo de desespero en su voz.

—¡Hay arepas en el budare!

—¿Dónde estás?

—Come antes de que sea más tarde.

La sensación de que la mañana estaba por terminar le aguijoneó el pecho a Adán. Tenía que darse prisa si quería recuperar su PC. Comenzó a ponerse su sudadera hasta que notó que ésta se encontraba empapada. «¡Dios!» exclamó, arrugando su rostro en una mueca de asco. Sus zapatillas deportivas estaban peor que su suéter. «Es como meter los pies en el cadáver de un animal pequeño».

—Lili, ¿qué hora es?

Adán escuchó reír a su vecina.

—Pero si tienes un montón de relojes de pulsera.

—Solo cuatro —masculló Adán, un tanto molesto. Él no dejaba que nadie viera sus relojes. Esa era su promesa, nadie más tenía por qué saber de ella. Nadie la entenderían.

—¿Te llevo tus pastillas. Sr. Comediante?

«No puede ser», pensó Adán, saliendo de allí tan rápido como pudo. Ni siquiera tuvo que cruzar el pasillo para confirmar su sospecha.

—¿Qué haces en mi apartamento?

Lili estaba hurgando su clóset. Llevaba en su espalda un morral medio abierto con varias prendas de vestir de Adán, incluyendo otro par de zapatillas deportivas, en su mano derecha sostenía una faja de billetes que él tenía escondido y que, al parecer, el plomero no había encontrado la anoche anterior, mientras que su mano izquierda estaba por agarrar un frasco de antidepresivos que él tenía guardado para casos de emergencia.

—Duermes como un muerto —dijo Lili.

—¿Qué?

Ella notó que Adán endureció su rostro y, de inmediato, intentó desarmarlo con aquella sonrisa que se le daba tan fácil.

—Te intenté despertar, pero nada. Me asusté y todo —Lili aguardó unos segundos esperando que Adán dijera algo. Cuando no fue así, puso el morral sobre el escritorio—. Vi que la lluvia abrió la puerta del balcón y te dejó como si te hubieras metido en una piscina. Y tú como un tronco. Con lo cansado que estabas pensé...

—¿Pensaste en entrar como un buitre a robar lo que me quedaba?

—¿Sabes qué? —La sonrisa de Lili desapareció y su semblante se desfiguró por la ira—. ¡JÓDETE, HUEVÓN!

Adán no se esperó aquel grito. Ninguna de las mujeres en su vida había sido de levantar la voz. Ni siquiera Bianca, cuyas opiniones chocaban contra las de él con frecuencia, tendía a gritar. No de forma tan explosiva como lo había hecho Lili ahora. En el pasado, su abuela, Evi e incluso sus amigas de la universidad, habían tomado posiciones fuertes, llevándole la contraria, pero nunca con insultos, y jamás con algo ni remotamente cercano a un grito.

—¿Perdón?

—Sí, perdón me deberías pedir —Lili se acercó a Adán con la respiración entrecortada y le lanzó el dinero a los pies—. A lo mejor fue mi culpa lo del plomero. ¡Chévere! ¡La cagué! Pero te invité a mi casa, te hice comida y cuando te vi mojado y medio muerto se me ocurrió venir a buscarte ropa y plata porque anoche dijiste que no querías volver a esta mierda—. Lili señaló el morral—. ¡Cómo que tus peroles fueran la gran vaina!

Adán no podía creer la reacción de su vecina: aunque su voz era dura, el cuerpo le temblaba; sus ojos estaban anegados con lágrimas de frustración.

—Está bien, está bien —Adán clavó la mirada en el suelo—. Tienes razón.

—Con una piedra te deberías dar en los dien... ¿Qué dijiste?

—Que tienes razón. Fui grosero. Disculpa.

Lili lo miró sin entender. Se cruzó de brazos y abrió la boca varias veces sin saber qué decir.

—¿Te estás disculpando?

—Sí.

—¿Un hombre se está disculpando conmigo?

—Sí.

—¿Un hombre?

—La última vez que revisé, pero no he ido al baño esta mañana.

Lili arqueó las cejas.

—Y, déjame adivinar, ¿no te vas a volver a portar como un idiota?

—Eso no lo sé. ¿Me van a volver a caer las Diez plagas de Egipto en una misma noche? —dijo Adán—. No es fácil mantener el buen humor cuando dios está en tu contra.

Para el momento en que Lili terminó de secarse las lágrimas, su cándida sonrisa le iluminaba el rostro una vez más.

—El señor comediante.

Adán se quedó helado. Así como Lili había explotado también se había calmado. «¿Será bipolar?» Él no recordaba haber visto a alguien que cambiara de ánimo de esa manera.

—Bueno, estas últimas veinticuatro horas han sido un chiste cruel —admitió Adán intentando aligerar aún más la tensión.

Lili recogió el morral y la faja de billetes para devolvérselas a Adán. Sin decir más, regresó a la cocina de su apartamento diciendo que moría hambre.

—Tu sobrino estuvo por aquí más temprano —le comentó ella, más tarde, cuando comenzaban a desayunar.

—¿Sobrino?

—Un muchacho como de trece. Se parece a ti.

—¿Darío?

—Sí, ese. Me hablaste de él en día de las madres, ¿no? Tu sobrino.

—No. Es mi hermano.

—Juraría que era tu sobrino. En fin... —Lili se encogió de hombros y comenzó a abrir una arepa para untarle mantequilla. Antes de morderla, encendió el televisor, sin volumen, con el control remoto que tenía junto a la taza de café—. Me tenías preocupada.

Adán, que ya se había cambiado los vaqueros y se terminaba de poner una nueva sudadera, se sonrió.

—¿Porque me robaron o porque casi me atropellan?

—No y no. Eso le puede pasar a cualquiera antes del desayuno en la gloriosa Caracas —dijo Lili—. Me refiero a lo del archivo de audio.

Continuará...

Continuará

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Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now