Capítulo 6 (Parte 3)

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Tap.

Incluso con el eco de truenos y el repicar incansable de la lluvia, ahora que Adán se había quitado el audífono y tenía los ojos cerrados, no escuchaba más que el agua filtrarse poco a poco por una gotera en el apartamento de Lili.

Tap. Tap.

El agua fluyendo lentamente hacia el borde de una grieta, creciendo y creciendo hasta que su tamaño es demasiado y la gravedad se encarga de empujarla al vacío.

«Igual que las gotas de cerveza que cayeron del filo de la mesa todos esos años atrás».

Tap. Tap. Tap.

—¡No peleen, por favor!

Eso había suplicado Darío aquella mañana hacía una década. El niño, de apenas tres años, hizo caso omiso al desastre de botellas y papeles empapados para entrar corriendo a la sala y lanzarse en el pecho de su hermano mayor.

Adán, que sentía que el mal humor le bullía en la cabeza, luego del punzante comentario de Bianca, resistió el primer impulso de quitárselo de encima cuando se dio cuenta de que Darío lloraba.

La rabia, y hasta la embriaguez, menguaron en Adán a medida que un silencio terrible se extendió sobre ellos.

—Nos están matando —repitió Bianca antes de marcharse dando un portazo.

Adán exhaló un suspiro y, finalmente, le devolvió el abrazo a su hermano.

—¿A dónde fue mami? —preguntó Darío secándose las lágrimas.

—No lo sé.

Adán meneó la cabeza, frustrado. Bianca y él llevaban semanas luchando para que su hermano entendiera que no debía llamarlos mamá y papá, especialmente en público. Ya tenían bastantes problemas como para que su reputación se llevara un golpe letal también. Sin embargo, esa vez no tuvo fuerzas para corregirlo.

—¿Están bravos?

—No.

El niño miró las botellas.

—¿Es porque estás tomando ositos?

—No —Adán mintió de nuevo.

—¿Por qué gritaban otra vez?

«Igual que papá», eso le dijo su hermana para herirlo y lo había logrado.

Adán sintió que le faltaba el aire.

Ni él ni Bianca le había revelado a Darío la verdad. Haber perdido a sus padres repentinamente en un accidente de tránsito ya era suficiente como para dejar un vacío inconmensurable en sus vidas, pero era solo una pequeña parte del dolor que los afligía. El problema estaba en que el responsable de que ellos hubieran quedado huérfanos era su propio padre.

—Cosas de adultos —se limitó a decir Adán.

—¿El alma es cosas de adultos también?

Él le dirigió a su precoz hermanito una mirada de confusión.

—¿El alma?

—Bianca dice que le estás vendiendo tu alma a los malos.

Una expresión de dolor y perplejidad cruzó el rostro de Adán.

—¿Eso dice?

—Sí.

—Bianca está... —no supo qué decir.

—¿Equivocada? —se aventuró a decir Darío.

—Pasando por una fase rebelde.

—Ahmm... —Darío hizo una pausa—. Mis amigos en el colegio dicen que los disi-dientes son rebeldes también.

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now