Capítulo 3 (Parte 1)

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Adán no quería hacerlo, pero no le quedaba otra opción. Para cumplir con la promesa hecha a sus hermanos, tendría que violar su regla sagrada.

—¿¡Por qué!?

Le lanzó un golpe a la pared, manchándola de sangre.

No importaba que sus años en el cuadrilátero le hubieran enseñado a soltar un buen cruce de derecha, las consecuencias de estrellar sus nudillos contra un muro siempre eran iguales. Aunque más tarde sentiría una palpitación dolorosa en toda la mano, en ese momento Adán no sentía más que ira: La alfombra de la sala estaba mojada, el «tap, tap» de la gotera se escuchaba de nuevo, el cortocircuito había achicharrado el breaker y sabía que, tras respaldar sus archivos en la nube, tendría que salir... de noche.

Aquel pensamiento le heló la sangre.

En alguna ocasión, Adán le explicó a Zhang que Caracas era como una de esas pequeñas villas en las película de miedo, donde los habitantes se escondían antes del ocaso para evitar que los vampiros los desangraran.

Zhang dijo que eso sonaba a distopía, en tanto que Adán dijo que se trataba de algo mucho peor: un mundo al revés. («En Caracas le tenemos tanto miedo a los policías como a los delincuentes —le explicó—. Y los inocentes vivimos tras las rejas, mientras que el hampa fluye libre por las calles. Hemos puesto rejas en nuestras puertas y ventanas para mantenerlos afuera, transformando nuestras casas en cárceles»); luego, le comentó que para sobrevivir, nadie se atrevía a salir después del toque de queda tácito que traía el crepúsculo. Esa era la regla sagrada.

Y debía violarla esa noche para cumplir con el plazo de entrega.

—Al menos se fue el maldito plomero —dijo en voz baja antes de presionar el ícono de Skype en su teléfono móvil—. Hola, Zhang.

Adán encontró la conversación entre ambos insoportable, no porque su cliente se mostrase enojado, sino todo lo contrario. Zhang, quien aceptó sus disculpas sin chistar y se mostró más amable que de costumbre, le estaba dando tal lección de humildad que Adán comenzó a sospechar que se traía algo entre manos.

—Jamás pensé que te tomarías tan a pecho lo de tu Bristol —dijo su cliente.

—No entiendo.

—Yo tampoco. Asumo que esto significa que aceptas mi oferta de un favor como forma de pago.

Allí estaba, la "letra pequeña" debajo de toda aquella pantomima de compasión.

—¿Por qué crees eso?

—El archivo de audio que compartiste.

Adán masculló una grosería inaudible. Había olvidado el virus. Su abuela solía decir que a la miseria le encantaba la compañía, y al parecer tenía razón.

—Lo lamento —dijo Adán—. Fue un error. No lo abras, por favor. Creo que es un virus.

—¿Un virus? —Zhang soltó una risita—. ¡Para nada! Es un portador. Cuando escuché ese inconfundible crascitar metálico de Datarama supe que se trataba de esteganografía clásica.

Desconcertado, Adán presionó el teléfono contra su oreja. Para comprender a Zhang, primero tuvo que recordar que Datarama era el nombre del programa radial que transmitía data como audio en los 80, y luego deducir que al hablar de esteganografía su cliente se refería a que había un mensaje oculto en ese maldito MP3.

«¿Pero qué mensaje? ¿Y de quién?»

—Pensé que como el archivo se llama «por-favor» querías que extrajera el estego-mensaje del MP3 —continuó Zhang—. Como mencionaste aquella historia más temprano, pensé que era una especie de rama de olivo que me ofrecías para aliviar la tensión entre nosotros. Tu forma de decir que tu Bristol y el mío son iguales, a pesar de todo. Ahora que, si te soy honesto, lo que me llevó más tiempo fue reconocerte.

Adán se sentía aturdido.

—¿Qué?

—¡Te veías tan joven!

Zhang y él habían hablado docenas de veces por Skype a lo largo de los años. Conocía a su cliente lo bastante bien como para saber que tenía una esposa venezolana, una hija recién nacida y un gato llamado Travolta. Por su parte, Zhang sabía que Adán tenía dos hermanos a los que estaba intentando sacar del país. Sin embargo, ninguno de los dos podía saber cómo lucía el otro de joven; especialmente, porque Adán había abandonado la dieta en base pasta y cervezas con la que subsistió en la universidad, quitándose así unos diez kilos de encima. Además, aunque no tenía espejo en casa, sabía que estaba mucho más pálido. La última vez que su abuela lo había visto el año anterior le había dicho que se parecía a Gasparín.

Adán no encontró gracia a ese chiste aquella vez, y tampoco lo hizo ahora.

—¿Cómo dices?

—Gasparin... —dijo Zhang—. Pareces el fantasma del muchacho del video. Tampoco te molestes. Era solo una broma, hombre.

Por el tono de voz de Zhang, Adán se imaginó que si éste hubiera estado a su lado le habría guiñado el ojo y dado una palmada en la espalda.

—¿Dices que salgo en el video oculto?

—Sí. La verdad es que es un poco raro. Cuando entendí que el estego-mensaje no tenía nada que ver con el video juego, lo cerré. Pensé que querías que lo extrajera, pero luego ya no estuve tan seguro.

Un escalofrío gélido recorrió la espalda de Adán.

—¿Aparece alguien más en el video?

—Primero aparece un doctor y luego apareces tú con tu hermana, creo.

—¿Bianca?

Hubo un agónico pitido y el UPS se apagó, dejando a Adán a oscuras.

Zhang le preguntó si se encontraba bien. Adán no respondió. No podía responder. Si estaba en lo cierto, ese video era una sentencia de muerte para su hermana. Alguien lo estaba amenazando y necesitaba averiguar quién.

Continuará...

No creí que lo lograría esta semana.

Los últimos días han sido difíciles y emocionales, y muchas cosas no han salido bien. Conseguí que mis padres salieran de Venezuela, pero todo el asunto a sido descorazonador. Especialmente cuando me enteré lo mucho que había llorado mi abuela.

Aún así tuve que escribir.

Amo escribir. Me siento incompleto si no escribo.

Haré mi mejor esfuerzo para publicar una nueva parte cada viernes así nadie esté leyendo.

Esto es lo que me ayuda a seguir adelante y me permite exorcizar mis demonios.

Lamento esta diatriba (y me disculpo por posibles errores que se me hayan escapado, ya que escribí esto sin pensármelo mucho).

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También me encanta leer tus preguntas, comentarios y críticas.

Espero que haya alguien que espere la siguiente parte con tantas ansias como yo.

¡Gracias por leer!

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now