Capítulo 2 (Parte 2)

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Adán estaba mirando al plomero, salpicado por la siniestra luz de la linterna a sus pies, cuando pensó que ese hombre no pertenecía al mundo real.

Le pareció repulsivo.

¿Cuánto tiempo llevaba el plomero así? ¿Estaba sufriendo una apoplejía? Este apartamento era su hogar, su lugar de trabajo, ¡su santuario! ¿Por qué demonios lo dejó entrar? «Porque pensaste con tu miembro, cabrón». Tenía que calmarse. Tal vez era un bostezo. ¡Uno jodidamente largo!

Dominado por su instinto, Adán dio un paso hacia atrás. Podía jurar que había visto algo serpentear debajo de la gorra que llevaba puesta el hombre. «¡Por dios!» Tenía que buscar algo con que defenderse. ¿Un cuchillo quizás? «Estás paranoico —pensó—. No cometas una locura».

¿Qué hacía entonces? ¿Esperaba un poco más? ¿Le decía algo?

—¡Ey!

El plomero reaccionó en el acto, estirando sus brazos como quien bosteza. Su quijada tronó de forma dolorosa, pero volvió a sonreír. ¿Acaso pretendía fingir que nada había pasado?

—Perdón. Es uno de esos días que no se acaba.

Adán le señaló la puerta con el pulgar.

—Su día se puede acabar ya mismo.

—¡Qué va! Soy trabajólico —el plomero se agachó para abrir su caja de herramientas—. ¿Sabía que uno de cada cinco empleados llega tarde al trabajo por semana? Jamás los entenderé. Uno es lo que uno hace.

Un paso atrás y otro más. Adán quería mantener toda la distancia posible entre ellos.

—Eso es TOC, ¿no? Ser trabajólico.

—¿TOC?

—Trastorno obsesivo-compulsivo.

El plomero pasó sus dedos por el suelo de la cocina. Ni una mota de polvo.

—Usted es el experto.

—¿Qué quiso...?

El plomero sacó algo que parecía una pistola de su caja de herramientas. Cuando presionó el gatillo, el amenazante silbido del taladro inalámbrico acalló a Adán.

—¿Tendrá una llave inglesa? —preguntó—. Creo que dejé la mía.

¿Lo había amenazado con el taladro? Los ojos de Adán se movieron de los cuchillos de la cocina a las mancuernas alineadas contra la pared de la sala y luego de vuelta a la gorra que llevaba el hombre. ¿Estaba imaginando cosas? No lograba sacudirse esa sensación de que el plomero lo quería atacar.

—No tengo herramientas.

—¿Nada?

—Nada.

—¿Qué clase de hombre no tiene herramientas?

—La clase que le da trabajo a gente como tú.

Hubo una pausa.

El plomero sonrió y los músculos en la espalda de Adán se tensaron como las cuerdas de una guitarra.

—Detrás de ti —el plomero lo señaló con el taladro.

Adán no conseguía tragar. Había cerrado la puerta, ¿verdad?

—Oiga...

—Le llegó un mensaje —insistió el hombre.

Adán miró sobre su hombro y se acercó al ordenador. Era cierto. Se trataba de un correo electrónico de Zhang preguntándole por qué había compartido ese archivo de audio.

Las grietas en el laberintoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ