Capítulo veintiuno | Skinny Love

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—Sé que parece algo imposible—finalizó colocando el tazón de azúcar en la repisa, después de haber hablado sin parar en los cinco minutos que tenían en la cocina. Minutos en los cuales Sue solo se la pasó contando los segundos; le resultaba penoso e incómodo. La madrastra de Fred parecía ser una persona racional en momentos y después su emoción la llevaba lejos tal cual una niña en un parque de diversiones. Y eso le recordó a Claire—: Pero debes aprovechar todo el tiempo que tienes, porque descansar de verdad es algo que no harás por mucho tiempo.

—No es muy alentador—se mordió el labio, acariciando la madera del mueble que estaba en el centro de la enorme cocina; tratado de no verse nerviosa.

—Creo que a veces necesitas algo de verdad después de todas esas palabras alentadoras y llenas de magia que te vende la televisión y las revistas sobre la maternidad. No es para hacerte sentir mal, sino para prepararte y darte ánimos.

Ya había escuchado a su madre decirle cosas parecidas, y a su abuela contarle anécdotas de lo mala madre primeriza que fue. Pero esas cosas no le habían asustado en lo absoluto, o tal vez no tanto como en este momento. Y no por ella. Caroline era amable y nunca dejaba que las charlas se fueran aunque la otra persona apenas si dijera palabras para afirmar: Era por la tensión que podía tocarse desde el instante en el que se subieron al auto; los cuatro en silencio con los vagos intentos de la madrastra de Fred para que ella no se sintiera incómoda después de haberla convencido de acompañarlos.

Fred y su padre no se dirigieron la palabra. Y no era porque estuvieran molestos el uno con el otro, sino que eso parecía ser normal entre ellos.  

—Son buenos hombres—Caroline habló, casi como si le leyera la mente—. Solo que nadie los entiende—comenzó a servir café en dos tazas después de que la cafetera avisara que ya estaba listo.

—¿Ah? —fingió no entender de qué hablaba. Respiró hondo, deleitándose con el olor a café que tanto le gustaba y el cual siempre desprendía de la ropa de Fred después de un día largo de trabajo.

—Fred y Bastian—dijo obvia—. Conozco a Bastian desde antes de que Fred naciera—confesó—, trabajé para él por muchos años y era algo como mi mejor amigo. No sabes lo parecido que son—rió, irónicamente y no lo suficiente como para cortar la charla—. Son como almas libres que piensan que nada los detiene hasta que por las malas, se dan cuenta de que quien los detiene es alguien. Y te lo digo yo, que soy la segunda esposa de Bastian—habló más bajo—, me gustaría que no fuese así pero—se encogió de hombros—. Sé que nunca me va a amar como amó alguna vez a Michelle; yo estuve ahí cuando la conoció e igual estuve cuando lo dejó. En realidad nunca volvió a ser el de antes, no exagero.

—¿Por qué me estás contando esto? —preguntó con algo de miedo, a lo que Caroline volvió a reír.

—No lo sé—tomó la charola donde llevaba el café—. Cuando algo no funciona buscas desesperadamente algo que lo sustituya.

—¿Quieres decir que eres la sustituta de ese algo?

—Suena triste pero es mejor que negarlo. Todo este tiempo he tratado de hacer que lleven una buena relación, ya sabes, tratando de reparar esta pequeña y rota familia que encontré. Pero son más tercos que una mula—hizo una mueca—. Vamos, que tengo que ir a revisar a Fabrice— salió de la cocina. Sue no dijo nada más y la siguió fingiendo que habían tenido una charla alegre sonriendo a quienes estaban en la sala; pero dejó caer esa sonrisa cuando se dio cuenta de que nadie las miraba.

Fred estaba aplastado en el sofá, mirando su teléfono, muy ajeno a todo a su alrededor mientras que su padre leía plácidamente el periódico en el sofá reclinable, el cual podría adivinar que era su favorito. Acababa de morir alguien cercano, tampoco esperaba que estuvieran riendo a carcajadas.

Todo lo que quiero [ACR #2]Where stories live. Discover now