Matemáticas básicas

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De primero de mate que uno y uno son dos ¿no? Bien, pues ese es el mito que vamos a desmontar aquí mismo, en este momento, sin más dilación. Porque uno y uno, depende. Cuando se trata de relaciones, lo suyo sería que uno y uno… hagamos un dibujo:

O sea, que en cualquier tipo de relación –amistosa, laboral, familiar, romántica- la interacción de dos personas debe hacerlas más grandes. Donde más grandes en mi mundo significa más sabias, mejores, más ricas, más felices. Sobre todo más felices. Cualquier otra ecuación NO SIRVE.

He dado precisas instrucciones de uso para personas de estas que no sirven porque no nos hacen más felices. En esta ocasión las instrucciones de uso se refieren a la gestión de lo que sucede cuando las personas que no servimos –que no hacemos felices a otros- somos nosotros y por tanto somos descartados de las vidas ajenas.

En primer lugar, aceptémoslo: estamos vivos. Somos buena gente, sí, y estamos llenos de buenas intenciones, de buenos propósitos. Si alguien nos abriese en canal, de nuestros cuerpos saldría nata montada y algodón de azúcar. Así de buenos somos. Lamentablemente, existen los diabéticos. No importa lo bien que nos portemos, lo majos que seamos, lo risueños, lo altruistas, lo samaritanos, lo –escríbase aquí el adjetivo que más le guste a cada uno y que mejor defina sus bondades-. Siempre habrá alguien a quien hagamos daño, a quien no le gustemos, quien nos interprete de un modo que no pretendíamos.

Segundo punto: evangelizar está feo, muy feo. No lo hagas. Las personas a las que herimos tienen derecho a borrarnos de sus vidas les hiramos a propósito o no. Por supuesto, podemos explicarnos y es recomendable realizar al menos un intento para que el otro nos entienda. Pero eso es todo: un intento para que el otro entienda cuál era nuestra intención y por qué actuamos como lo hicimos o dijimos lo que dijimos. Ese intento debería incluir el propósito de permitir que el otro explique, si ese es su deseo, qué es lo que le ha herido.

Tercer punto: los perales dan peras. Los olmos no sé lo que dan. Peras, no. Los seres humanos primero damos peras y después, depende. O sea, que lo primero que damos son emociones en crudo y luego, con suerte, razonamos. Así que cuidado, pequeños saltamontes. Esto de disculparse y esperar un comportamiento racional no se puede hacer en caliente, que nos escaldamos. Hay que hacerlo en frío y con prevenciones. Porque en frío las cabezas han hecho ya su trabajo y las hay muy embarulladas, incapaces de llegar más allá de las emociones iniciales. Sin ir más lejos, en ocasiones, mi propia cabeza.

Así que nosotros le regalamos a alguien una preciosa maceta de geranios en flor, con la mala pata de que ese alguien es alérgico y está a punto de morir por nuestra culpa. Nosotros quizá debimos haberlo oído en aquella fiesta en la que nos presentaron, pero estábamos muy ocupadas mirando la evolución danzarina del maromo de nuestra elección que a loa sazón se frotaba contra una señorita de mejor ver que nosotras. El comentario acerca de las alergias se hizo un poco por encima, la verdad.

- Lo siento, Merche no quiere saber nada de ti.

- ¿Por qué? Si le envié flores. Mis flores favoritas, además…

- Es que es alérgica a los geranios y ha estado ingresada y todo.

- ¡Pero no lo sabía!

- Lo dijo en la fiesta.

- ¿En serio? No la oí.

- Ya, bueno…

- ¡Qué imbécil, la tía! Ni que lo hubiera hecho adrede.

- Mujer, imbécil, imbécil, no sé. Que ha estado a punto de morir.

Reconozco que a mi la tal Merche me cae regular porque creo que es un pelín intolerante de más. Pero es que la otra es una imprudente y encima no hace el menor gesto de arrepentimiento. Cada una se siente atacada y cada una alimenta su propio sentimiento de rencor contra la otra.

¿Solución? Le mandas una nota a Merche y le dices lo que hay, te disculpas por haber estado a punto de matarla y te preparas  para que no quiera saber nada de ti. No, no querías matarla y con aquella música tan alta tampoco podías haberte enterado, pero te disculpas porque el hecho es que has estado a punto de matarla.

Merche te borra de su vida. Está en su derecho, recuerda. Merche desconfía de ti con o sin razón. Podemos creer todos que es una exagerada o podemos darle cierto crédito. El hecho es que no importa que tú seas la rencarnación de la madre Teresa. Merche no te quiere en su vida y toca respetarlo.

Aquí llega la instrucción más importante de todas, lo que hay que aprender de carrerilla para siempre jamás y no olvidarlo así nos sorba el cerebro un alienígena con una pajita: Que alguien no nos quiera no nos convierte en personas indignas de amor. Que muchos no nos quieran no nos convierte en personas indignas de amor. Que alguien a quien queremos no nos quiera no nos convierte en personas indignas de amor.

Somos quienes somos, somos como somos y podemos trabajar para pulir nuestros defectos y nuestras carencias, pero esos defectos y esas carencias no nos hacen indignos de amor. El mundo está lleno de personas y no tienen más razón quienes nos critican o nos desprecian que quienes nos cuidan y nos miman. Ni viceversa por mucho que nos duela.

Todos ellos tienen no La Razón, sino sus razones para amarnos u odiarnos. Somos nosotros los que debemos elegir con quiénes juntarnos para que ellos y nosotros nos convirtamos en personas más sabias, más grandes, mejores, más felices.

O sea: quiere a quien te quiera.

En próximos capítulos: ¿Qué hacer cuando quién te quiere se comporta como un gilipollas integral?

Galletas de la suerteWhere stories live. Discover now