Interpretación, el método

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Una semana comiendo proteína pura y verduras de hoja verde aliñadas con limón han limpiado algo más que mi organismo y los armarios de mi cocina (hasta el último bollo terminó en el cubo de la basura).  Cuando a una le da por el corpore sano, a la Mens le entra la envidia y viceversa.

Así que seguimos sin galletas, pero estamos de enhorabuena: tenemos a Luisa. Luisa es una persona real con la que paso del orden de ocho horas diarias bregando con jefes y compañeros a los que nuestra posición nos obliga a poner de mal humor: ellos nos dan sus liquidaciones de gastos y nosotras les decimos que no se las pagaremos nunca jamás de los jamases hasta que rectifiquen los errores que hayan cometido. Algunos de esos compañeros han tenido que repetir la misma hoja hasta cuatro veces por no corregir errores ínfimos que sin embargo nosotras no podemos pasar por alto.

¿Qué pasa aquí? Pues que con el dinero hemos topado. Cuando a quien sea le tocan el bolsillo, mala cosa. Es notar una moneda de menos y la ira que asciende cual soufflé Alaska, los modales que se pierden y las situaciones embarazosas que proliferan como los conejos en Australia.

No es fácil dedicarse a escatimarles dinero a tus compañeros. Claro, nos pagan por ello, pero aún así. ¿Qué es lo que ocurre cuando tenemos que comunicar a alguien que en su trabajo hay un error y que debe rectificarlo? Pues que se cruzan dos cosas: por una parte, está el hecho indiscutible de que nos han marcado unos parámetros que debemos seguir o será nuestro trabajo el que está mal hecho. Así que debemos cumplir con nuestro deber. Ante esa certeza, Luisa o yo cogemos el teléfono, decididas, con una sonrisa incluso, y marcamos la extensión correspondiente. Por otra parte, sabemos que en cuanto empecemos con la conversación la persona al otro lado de la línea nos odiará.

En serio, lo sabemos. Va a misa, el odio del compañero pillado en falta. Cristo, Buda y Mahoma ya lo dijeron cuando predicaban: malaventurado el que pone en evidencia a un compañero porque de él será el reino del infierno.  Así que Luisa y yo dejamos el auricular en su sitio, bajamos la mirada y acudimos a nuestra tabla de salvación: el correo electrónico. Que nos odien por correo duele menos…

¿Se nos ocurre pensar en cuál sería nuestra reacción en caso de recibir nosotras la llamada de una compañera que nos informase de que hemos fallado en algo? No. Y no será porque no me han devuelto a mí documentación para corregir. Pero eso se nos olvida. Porque lo que cuenta de verdad es lo que creemos: creemos que está mal corregir a compañeros, creemos que si no somos jefes no tenemos derecho a decir que no. En realidad creemos que no podemos decir que no, que nadie quiere a las chicas que dicen no.

Y lo pasamos fatal.

Hoy hablaba con Luisa de hasta qué punto el cuerpo reacciona a lo que le dice la mente y la mente reacciona lo que le dice el cuerpo. Estábamos de acuerdo en que, cuando venimos tristes o enfadadas, lo mejor es hacer un esfuerzo para sonreír, porque al poco tiempo de dibujar con estilete una sonrisa, la boca estirada y los dientes al descubierto cobran lenta e inexorablemente realidad. Vamos, que si sonríes te sientes mejor. Y si te sientes mejor… sonríes.

¿Cómo afecta esto a la ingrata tarea de no pagar a mis compañeros los gastos que han hecho en el arduo cumplimiento de su contrato con la empresa? Primero y más importante: piensa que la llamada que debes hacer es cómoda. Eso no va a cambiar a la persona que la reciba, pero al menos a ti ya no te picará hasta el último poro del cuerpo mientras marcas. Segundo, y aquí viene lo bueno, no interpretes las reacciones de los demás según la creencia popular de que las niñas que dicen no se quedan solteras. Sobre todo no las interpretes ANTES de que dichas reacciones se produzcan ¡Hombre, por favor!

OPCIÓN A:

- ¿Si?

- Hola, Pedro, soy Alicia.

- No me digas más. He vuelto a meter la pata con la dichosa hoja de gastos.

- Sí, has puesto churruflús en lugar de churruflás y no has descontado el cargo de potoflós.

- Y la tengo que cambiar ¿no?

- Sí, por favor.

Pedro cuelga el teléfono y yo sigo trabajando como si nada. Todo ha ido de maravilla, mi vida es perfecta.

OPCIÓN B:

- ¿Si?

 “Joder” –pienso- “Ya se le nota en el tono que está de mala leche. Fijo que no ha llegado a mínimos y este mes cobra de menos. Y ahora le tengo que soltar lo mío. Ya verás”.

- Hola, Pedro, soy Alicia.

“Vaya silencio se ha hecho, mierda, mierda, mierda”.

- No me digas más. He vuelto a meter la pata con la dichosa hoja de gastos.

“Lo sabía. Le ha sentado fatal ¿Qué hago ahora? De verdad que yo por mí se lo pasaba, pero es que no puedo ¿Por qué no lo entiende?

- Sí, has puesto churruflús en lugar de churruflás y no has descontado el cargo de potoflós.

“Y encima me tiembla la voz”

- Y la tengo que cambiar ¿no?

“Vaya voz de cabreo integral. A ver si por lo menos no me grita…”

- Sí, por favor.

Pedro cuelga el teléfono y yo me voy a tomar unos M&Ms porque con este estrés es que no se puede trabajar, de verdad. Joder, que somos todos compañeros, que yo sólo hago lo que me mandan, que a mí el dinero de la empresa me importa entre cero y menos diez, joder. Todos los meses igual, de verdad. Vaya mierda de día. Y hasta el 20 con lo mismo.

Seguro que no tengo que explicar por qué no mola nada la cosa interpretativa. ¿Qué sabemos nosotras si pedro hace una pausa porque tiene que tragar un trozo de bollo que alguien haya traído por su cumpleaños? ¿Es que conocemos tan bien a Pedro que sabemos lo que está pensando en cada momento?

Que interpreten los actores, que bastante les pagan

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