Capítulo 7

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Un dolor atraviesa mi espalda,  despierto y llevo mi mano hacia el lugar donde me duele

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Un dolor atraviesa mi espalda, despierto y llevo mi mano hacia el lugar donde me duele. Al hacerlo me doy cuenta de que la superficie en donde me encuentro es dura y fría.

—Qué demonios —digo confundida.

Abro los ojos y observo a Samantha recargada en el marco de la puerta, se tapa la boca para que no se escuche su risa.


—Lo siento, pero te lo merecías —dice tratando de contener la risa.


Me levanto enojada y todavía medio dormida.


—¡No tenías derecho a hacer eso!


—Oh, claro que sí. Eso y mucho más, por largarte y dejarme sola en el cine —dice enojada—. Así que hoy eres toda mía, tu mamá me ha dado permiso. E irás de compras conmigo.


—¡Claro que no! —contesto inmediatamente.


—No discutas, cámbiate y vámonos. Es lo mínimo que puedes hacer para recompensarme después de que desparecieras y ni siquiera llamaras para decirme que estás bien.


—Te odio ¿lo sabes? —En buena parte tiene razón, debí hablar con ella antes—. Sal de mi habitación, me cambiaré —digo resignada.


—Claro que no, tú me amas. —Me saca la lengua y se va riendo, Kira la sigue.


Cierro la puerta con llave y me quito el pijama, me pongo ropa apropiada, incluso uso una blusa de manga larga. No volveré a usar manga corta cuando salga, nunca. Cepillo mi cabello pero igual lo dejo suelto, al terminar bajo a la sala. Sam y mi madre están sentadas platicando.

—¿A qué funeral vas? —pregunta mi madre, mientras recorre mi atuendo con una mirada de desaprobación.


—No lo sé, aún no lo decido.


Sam se pone un poco nerviosa, nunca le ha gustado escuchar discusiones, aunque sean pequeñas.


—Ya nos vamos, madre. Regreso cuando mi dueña mande. —Señalo a Sam con la mirada.


—Sí señora, muchas gracias. Estará aquí a más tardar a las cinco.


—Está bien Samantha —le dice a ella, me da una tarjeta de crédito—. Compra lo que quieras, preferiblemente de un color que no sea negro.


Tomo la tarjeta y le doy las gracias. Salimos y Samantha se dirige a un coche rojo, había olvidado que sabía conducir. Treinta minutos de viaje y llegamos al centro comercial, Samantha aparca el coche en un lugar para discapacitados.

—Samantha, es un lugar para discapacitados.

—¿Qué importa? Solo cojea un poco y listo.

Bajo del coche y azoto la puerta.

Más allá de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora