💧Capítulo 02💧

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El sol aun no sale, pero las aves ya han vida al bosque. El pequeño arrollo que pasa por delante de mí, me calma de una manera increíble, me transmite mucha paz, me encantaría algún día tener una casa a orillas de uno un poco más grande, o de una cascada, amaría poder quedarme dormida con aquel agradable sonido.

Los únicos que están despiertos a esta hora en la manada, son los soldados que se quedaron haciendo guardia toda la noche, aunque se encuentran tan cansados, que no me hicieron mucho caso cuando salir fuera de su protección, de todos modos, no es la primera vez que me alejo de la seguridad de la manada.

Me quito las zapatillas, mis medias y dejo que mis pies se refresquen con el contacto del agua. Una sonrisa aparece automáticamente en mi rostro. Cierro los ojos, intentando recordar el tono de voz de mi madre, esa misma mujer que me dejo sola con mi padre cuando yo solo tenía tres años de edad.

—siempre podrás buscar consuelo en el rio hija mía — me susurraba mientras acariciaba mis piernas con sus manos empapadas, yo reía por eso — ella siempre va a estar de tu lado, jamás te va a dejar, te va a escuchar y limpiara tus lágrimas. Confía siempre en ella.

—¿Y en ti?

—Los seres humanos no somos de confiar, si, somos agradables compañeros, pero cuando crezcas, te vas a dar cuenta que es mucho mejor estar entre la naturaleza, que con los de aquella manada... — me ayuda a ponerme de pie en el arroyo, las pequeñas corrientes causan que ría — ¿te gusta?

—Me encanta.

Abro lentamente mis ojos y delante de mí, ya tengo dos pequeñas esferas de agua flotando, niego con la cabeza mientras rio.

La primera vez que descubrí que tenía este increíble poder, fue el último día que vi a mi madre, en este mismo lugar. Ella me dijo que jamás tenía que decirle nada a mi padre, pues no se lo tomaría bien, mucho menos, los demás miembros de la manada, que la magia, no era bien vista, lo cual aun no comprendo muy bien el motivo.

Todos los que nacemos aquí, a los cinco años, nos llevan donde una mujer, ella nos da un remedio casero, que causa la muerte inmediata de nuestros lobos interiores, lo que lleva a que cuando llegue el momento de transformarnos, nosotros seamos el total manejador de nuestro estado lobuno, también evita que tengamos mates, lo cual no me molesta en lo absoluto, pues no me agrada la idea de que mi pareja de por vida, sea alguien que la luna eligió para mí, pero en el internado al que nos enviaron, donde habían lobos de todos lados, nos enseñaron que la mejor experiencia de ser hombres lobos, era el poder tener una comunicación con este mismo que existe dentro de ti. Me habría gustado tener esa experiencia.

—Hola ustedes... — susurro mientras hago que se muevan de un lado a otro.

Levanto mi otra mano y armo tras dos esferas más. Con los años, aprendí a manejar este poder yo sola. Muchas veces se descontrolo, me dejaba toda empapada, pues hacia esferas tan grandes que terminaban reventando.

Una sonrisa amarga aparece en mis labios cuando la imagen de mi padre aparece en mis labios. Si algún día se llega a enterar, me echaría de la manada sin pensarlo dos veces. Sería una decepción más de mi parte. De mi generación, fui la última en convertirse en loba, la hija del Beta no puede ser la última, y para terminar de rematar mi lado lobuno, no lo puedo hacer todas las veces que yo quiera. La loba más inútil de la manada, el hazme reír de todos y la vergüenza de mi padre.

Adara intento ayudarme en todo lo que pudo, pero fue una pérdida de tiempo. Mis maestros también lo intentaron, pero se dieron por vencidos rápidamente, me dijeron que lo más probable es que con el tiempo todo cambie y pueda manejar de mejor manera mis transformaciones.

—¿Qué estará haciendo ahora...? — susurro mientras hago que las cuatro esferas se paseen por los árboles más cercanos.

Cuando llegamos al internado, nos dejaron a ambas en la misma habitación, pero no solo a nosotras, todos los hijos de Alphas tenían que estar con los hijos de Betas. Esos cinco años estuvimos compartiendo habitación, clases, almuerzos, baños, juegos, entrenamientos, en fin, absolutamente todo. Íbamos a todos lados juntas. Si alguien intentaba hacerle algo, yo tenía que defenderla, lo cual jamás tuve que hacer, menos mal. Adara es una joven dulce, que jamás buscaría pleitos innecesarios. No somos amigas, pero nos hicimos buenas compañeras, ambas nos contamos cosas que no hablábamos con nadie, nos vimos llorar en más de una ocasión y sin ánimos de seguir con vida. Fueron cinco años muy duros, nunca nadie nos fue a ver, en las vacaciones nos teníamos que quedar ahí, no recibíamos cartas, ni llamadas, para las fechas más puntuales, nos teníamos la una a la otra. Ayer cuando me fui a acostar, me sentí extraña, lo más probable es que a ella le haya pasado lo mismo, pues no estaba la otra en la habitación haciendo presencia, pues tampoco es como que habláramos mucho.

Cuando mis esferas comienzan a llenar de una luz, levanto la mirada al cielo, el son ya ha comenzado a salir. Hora de irme. Hago que las cuatro exploten a la vez, me pongo mis medias y mis zapatillas, me limpio un poco la tierra que me ha quedado y me marcho lentamente hasta donde está la barrera de lobos.

—¿Arya? — miro a la persona que acaba de susurrar mi nombre — ¿Qué haces aquí?

—¿Desde cuándo tan preocupado Pablo? — salto un tronco que se ha caído por alguna tormenta — no está mi padre cerca, no tienes que fingir interés... aparte, sabes que no lograras llegar a él por mí.

—Yo siempre me he preocupado por ti — me da una sonrisa lobuna — después de todo, es lo que hacen los que están comprometidos ¿no?

Hago dos puños con mis manos y lo quedo viendo de muy mala manera, él solo sonríe satisfecho de mis palabras.

Hace dos años atrás me enviaron la primera carta al internado, anunciando que me habían comprometido con el estúpido que esta delante de mí. Llore mucho ese día, Adara intenta consolarme de algún modo y se molestaba mucho por el hecho de que no tengamos mates pero aun así, nos busquen pareja.

—No es necesario que te diga que es lo que pienso de eso — llego delante de él, intenta acercar una mano a mi cuerpo, pero lo esquivo, lo que causa que ría aún más — hablare con mi padre, yo no me quiero casar con nadie, mucho menos contigo.

—Si, como te ha servido hablar mucho con él en todos estos años ¿verdad?

—Sigues siendo el mismo que cuando éramos pequeños.

—La única diferencia es que ahora soy tu futuro esposo. 

Loba del AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora