Historias

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María se quedó en silencio por largos minutos que parecieron una eternidad.

- Nos conocimos hace años - Comenzó a relatar Adolfo con tranquilidad al tiempo que bebía su café - Se llama Matilde y hemos estado juntos pfff - Suspiró - casi desde que tengo memoria. Éramos mejores amigos en la secundaria y cuando cursamos el bachillerato nació el amor. Realmente estaba... o estoy, no lo sé, enamorado de ella. Estudió comunicación y es una periodista reconocida en la ciudad y yo me dediqué a la mixología, me ayudó mucho a crecer y también su familia. Hace dos años decidimos mudarnos juntos porque ya casi era un hecho, sólo faltaba que ella terminara de llevar toda su ropa a mi departamento prácticamente. 

María escuchaba serena, sentía una ola de celos recorrer su cuerpo pero sabía disimular muy bien y Adolfo no parecía notarlo. 

- Nos llevamos bien - Prosiguió - Hacemos un buen equipo y bueno, soy el primer y único hombre en su vida.

- ¿Y ella?

- No - Admitió ruborizándose - Como toda pareja hemos tenido nuestras altas y bajas y cuando nos hemos distanciado he estado con otras mujeres 

- Entiendo - Se sintió una más en ese momento, la rabia le invadía... ¿Cómo pudo ser tan torpe para ser el des-estrés de un hombre prácticamente casado?

- No siento lo mismo por ella desde hace tiempo - Interrumpió él sus pensamientos - Pero son tantos años en los que su familia prácticamente me adoptó cuando mis padres murieron que me siento realmente comprometido. 

- No sé qué decir 

- María, no sé porqué... No te conozco ni tu a mí y créeme que no es una frase trillada porque no suelo ser un hombre romántico ni uso tácticas así, pero te juro por lo más sagrado que tengo que al mirarte sabía que ya te conocía, te he soñado antes de verte por primera vez, tus ojos siempre aparecen cuando estoy dormido.

Esto dejó perpleja a María, justamente la mirada de Adolfo fue la misma que la de su pesadilla de aquella noche y recordó que en otra recurrente también lo había visto en una extraña forma humanoide con alas inmensas y coloridas, donde los seres demoniacos la llamaban a ella "Mayahuel" antes de asesinarla. Respiró profundo y tomó una camisa que tenía a la mano para cubrir su cuerpo desnudo. ¿Quién era ese chico? Recordó al tarotista y su predicción y aunque no era escéptica, en su ciudad natal jamás le había pasado algo ni remotamente parecido. 

- Yo también - Susurró casi para si misma, pero él logró escucharla - Pero tienes a una persona esperándote y realmente yo no sería capaz de repetir esto. ¿Qué clase de mujer sería? Si a mí me hicieron lo mismo. Justamente me mudé acá porque antes de casarme el cabrón se fue con otra más buena - Comentó subiendo el tono de voz, casi con rabia y lágrimas dejándose asomar por sus ojos - Faltaban tres meses para la boda, teníamos todo y una mañana simplemente terminó porque el cabrón decidió que la secretaria tenía mejor cuerpo - Pausó un minuto para respirar profundo - No pude con eso, Adolfo y terminé tan destruida que dejé todo atrás para convertirme en una simple mesera y olvidar.

- ¿Y lo has olvidado?

- Ese no es el punto - Declaró algo molesta - Esa mujer sabía que él estaba comprometido y no me mal entiendas, no la culpo del todo a ella, porque sé que para una traición hacen falta dos. Yo no podría destruir así a otra chica - Bajó la mirada a su taza de café que aún se mantenía caliente y miró a la ventana donde una tenue lluvia se anunciaba aquella mañana - No lo he olvidado - Admitió - ¿Cómo puedes olvidar a alguien con quien pensabas compartir el resto de tu existencia? 

- ¿Aún le amas? - Ni él mismo supo porqué hizo esa pregunta, dentro de su alma sentía amor por María, pero su lado consciente y racional le detenían para decirle "Te amo" justo en la primera mañana después de conocerse, no se explicaba tan intenso sentimiento, ni siquiera con Matilde logró caer en ese estado alguna vez.

- No - Respondió firme - ¿Cómo podrías amar a alguien que te destruyó?

- Creo que Matilde tiene un amante - Continuó - No estoy seguro, porque he sido el único en su vida de manera sexual y al menos sé que su único novio. Pero últimamente ha estado distante también. Llega más tarde de lo normal a casa y no suelta ese pinche teléfono ni aunque su vida dependiera de ello - Sonrió - Lo peor de todo es que ruego que sea así, porque sería más fácil para ambos dejarnos ir.

- ¿Tu la amas?

- No lo sé. Obviamente una parte de mí la adora, me enorgullece haberla visto crecer y ciertamente estoy acostumbrado a su presencia. Pero dejé de sentirme enamorado de ella hace mucho tiempo. Me da igual si vamos o no a comer con su familia por si prefiere ir a algún concierto del trabajo a los cuáles ya no me lleva. Dejó de ponerse vestidos para mí cada domingo y yo de usar loción. Quizá sean los gajes de vivir juntos y de tantos años en una relación.

- ¿Le has sido infiel?... Bueno, además de hoy.

- Durante la relación no. Cuando hemos estado distanciados sí, pero juntos jamás. Y ella lo sabe, si algo teníamos era mucha confianza, pero te digo que en el último año eso se ha perdido. 

- Bueno... - María se levantó de la cama a colocar la taza vacía en una pequeña mesa de madera que tenía en la habitación y ponerse jeans - De igual manera tu vida está allá y sólo vienes de paso. Es la ciudad de los turistas. No te preocupes, olvidemos que esto pasó.

Adolfo se quedó estupefacto, no había recordado que precisamente sólo estaría unos días por ahí y que tenía trabajo y toda una vida en San Pedro. Imitó a María vistiéndose de inmediato y encendió su teléfono el cuál ya tenía más de diez llamadas perdidas de Matilde. 

- Debo irme - Anunció evitando verla a los ojos y dirigiéndose a la puerta - Lo siento - Finalizó antes de abrirla y salió a paso lento como quien no quiere irse.

Caminó hacia la puerta de salida, a unos metros de la habitación de la pelinegra. "Pídeme que me quede", sonaba en su cabeza, pero ella no abrió la boca y siguió haciendo sus cosas en el cuarto. Él tomó rumbo hacia su hostal para dormir otro rato e intentar alejar a María de sus pensamientos.

María se sentó en su cama nuevamente mirando hacia la figura de la muerte que tenía en aquella repisa pequeña. 

- ¿Qué hago? - Le preguntó acomplejada - Sentí que lo amo y ni siquiera lo conozco. ¿Por qué diablos lo ponen en mi camino de esa manera? Si mañana tendrá que irse - Se lamentó 

La figura no respondió. Estaba sonriendo como la fabricaron, enseñando los dientes blancos que hacían relucir su manto rojo que únicamente dejaba ver su rostro cadavérico y una guadaña hecha con un palillo de madera y resina. 

- Dame una señal - Pidió María recostándose para tomar una siesta antes de que diera la hora de volver a trabajar.  


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