uno

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Fran

    Estaba devastado la noche en que lo conocí. Había desaprobado tres parciales en la universidad, me habían despedido del trabajo y sentía que cada vez desconocía más quién era y hacia dónde iba.

  Necesitaba alcohol y entré en el único bar que había por la zona. Y lo vi. Ese momento se sintió como si todas las luces hubieran bajado la intensidad ante el brillo que irradiaba aquel hombre: ese fue mi primer pensamiento sobre Juani.

  Todas las personas con las que había salido antes habían tomado la iniciativa y no sabía cómo comportarme con él, lo que tenía en claro era que no quería dejarlo ir. Estaba hipnotizado viendo sus rulos y la cara de pocos amigos que tenía. Me acomodé el pelo con las manos; acto seguido saqué un cigarrillo del bolsillo y me acerqué a él.

—Disculpa que te moleste pero, ¿me das fuego, por favor? —Inquirí tratando que mi voz sonara tierna y segura a la vez.

  Por supuesto tenía un encendedor, pero habría mentido una y otra vez para conseguir que esos ojos celestes miraran los míos como sucedió aquella noche.

  Me senté en el asiento enfrente de él y agradecí tal exceso de confianza de mi parte cuando lo vi reclinarse sobre la mesa para encender el cilindro de tabaco que descansaba sobre mis labios.

—¿Estás solo? —Preguntó y asentí con la cabeza al mismo tiempo que exhalaba el humo—. Déjame invitarte un trago entonces...

—Francisco.

—Fran —repitió y descubrí que los nombres pueden ser lindos o feos depende quién los pronuncie. En este caso el mío se escuchaba hermoso en sus labios—. Un placer, soy Juani.

   Me invitó un gin tonic. Después, yo lo invité otro para devolverle el favor. Más tarde continuamos tomando, pagando cada uno nuestros tragos. Le conté por qué estaba en aquel bar un miércoles a esa hora. A cambio, me contó que se había peleado con su novia y creía que esa vez era definitiva.

—Lo que me enoja es que va a volver en unos días pidiéndome perdón y yo como un idiota me voy a olvidar de lo mal que me hace sentir constantemente, como pasó siempre con todas mis parejas —confesó, creo que en ese punto el alcohol estaba influyendo en su sistema nervioso, tergiversando los límites de confianza que deberían existir entre dos desconocidos.

—Entiendo —dije, porque no sabía qué responder.

  Tenía la vista perdida en mi cerveza y pasaba mis dedos por el borde del vaso, pensando en lo que decía él, sintiéndome identificado, en parte.

—¿Lo entendés? —Preguntó y me vi obligado a levantar la cabeza y ver sus ojos de nuevo.

—Sí, esa sensación de que se repite la misma historia —comenté—. De que llueve sobre mojado.

—Exacto —coincidió y levantó su cerveza para brindar conmigo—. Para que sequen los suelos antes de que vuelva el diluvio.

  El ruido del cristal al chocar quedó opacado con su carcajada por lo que él mismo había dicho segundos antes. Recuerdo que pensé que era la risa más linda que había escuchado alguna vez, al mismo tiempo que se formaba una sonrisa en mi cara.

  Uno de los mozos se acercó alrededor de las cinco de la madrugada para decirnos que estaban por cerrar, por lo que agarramos nuestras cosas y salimos.

—¿Vivís muy lejos? —Preguntó.

—A unas diez cuadras —respondí e indiqué con mi mano la dirección hacia la que debía ir—¿y vos?

—Un poco más lejos, pero te acompaño.

  Comenzamos a caminar sin dejar de hablar, conociéndonos un poco más, hasta que llegamos a la entrada de mi edificio y los nervios me invadieron por tener que seguir accionando yo.

—¿Querés entrar? —Lo invité, pero tartamudeé tanto que parecía que le estaba rogando que me dijera que no.

   Hubo un silencio demasiado corto para ser incómodo, demasiado largo para hacerme notar que estaba buscando una forma de negarse.

—Me encantaría, pero tengo que volver a casa. Yo... Lola...

  Se interrumpió a sí mismo y no terminó la frase. Yo veía un dejo de duda en sus ojos, duda que se disolvió luego de unos segundos, cuando se acercó a mí, acarició con dulzura mi pelo y bajó hasta llegar a mi mentón para luego hacerme mirarlo a los ojos. Sonrió y mis rodillas amagaron con dejarme caer. De forma inconsciente bajé mi mirada desde sus ojos hasta sus labios y relamí los míos. Él lo interpretó como una invitación a acercarse más a mí y unir nuestras bocas, haciéndome sentir que el calor de su lengua y su cuerpo pegado al mío eran la contradicción perfecta del clima frío.

  Extendimos ese momento por algunos minutos que se convirtieron en un cuarto de hora hasta que pudimos separarnos, justo cuando el sol comenzaba a elevarse en el cielo.

—Hace dos años salgo con Lola y durante ninguna de nuestras peleas había besado a otra persona —comentó mientras acomodaba los mechones de mi pelo que habían caído sobre mi frente—. Capaz es un buen indicio.

—Capaz —repetí.

  Le di un último beso corto antes de alejarme un poco y al buscar las llaves en mi bolsillo, sin querer tiré el encendedor al piso. Juani elevó una ceja y sonrió.

—¿Lo de pedirme fuego fue todo una estrategia para hablar conmigo? —Preguntó mordiendo su labio.

—Necesitaba una excusa —reí.

—Lola hizo lo mismo cuando nos conocimos.

—Quizás siga lloviendo sobre mojado, entonces.

—Puede ser —dijo—. Pero igual me gustaría volver a verte, ¿puedo?

  Afirmé con la cabeza y agendé mi número en su celular. Con el alcohol dando vueltas por mi sangre no pensé dos veces si sería buena idea, simplemente me dejé llevar por lo que sentía en ese momento.

  Subí en el ascensor pensando en lo que dicen algunas personas: que de los impulsos pueden surgir cosas increíbles. Nunca me había puesto a pensar en eso, pero esperaba, por primera vez en la vida, terminar siendo partidario de esa teoría.

nuestras noches; juani x franciscoWhere stories live. Discover now