06| Los menores de edad no deberían beber alcohol

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Dedicado a Lorena Velázquez, por tener un fondo tan hermoso y apoyar siempre a esta comunidad. Espero que disfrutes la historia cuando la leas (sin prisa ninguna). Te adoro bebé <3

Cuando tras cuatro días, Spencer comprobó con cierto horror como Dalia continuaba sin hablarle, se sintió terriblemente compungida

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Cuando tras cuatro días, Spencer comprobó con cierto horror como Dalia continuaba sin hablarle, se sintió terriblemente compungida. Desconocía que había hecho mal. ¿Tan atroces fueron sus preguntas? No creyó que aquello pudiera herirla, de haberlo sabido hubiera cerrado la boca. Quiso darle su espacio, pensó que a lo mejor necesitaba algo de tiempo para pensar, pero se sintió absurda ante aquella idea. Al fin y al cabo, apenas se conocían, lo más probable era que la joven ya la hubiera descartado como amiga.

Los tres días anteriores, pasó las horas del almuerzo encerrada en los servicios, en uno de los compartimentos de los retretes. Sentada sobre la taza del váter y comiendo de su fiambrera. Por fortuna, los baños estaban impecables en aquel lugar, parecía que los limpiadores le daban un repaso a cada hora.

Si algún entretenimiento encontró en aquellas horas solitarias encerrada en ese cubículo fue, sin dudarlo, el de leer las pintadas de la puerta. Incluso le agradó comprobar que las había. Al fin había encontrado un punto en común entre su anterior instituto y aquel. Había muchos nombres que ni le sonaban, iniciales y frases enteras. «Spencer Turpin es una muerta de hambre», aquella fue la primera que leyó. La ofensa le duró un minuto, luego le pareció una nimiedad al lado de tantos nombres. «Bruce te quiero», le generó una mueca de asco. «Marilyn, usa menos laca por favor!» le sacó una carcajada, aunque ni si quiera sabía quién diantres era. «MxR» «ExS» frunció el ceño al no entender muy bien a qué nombres pertenecerían.

Aunque algo se detuvo en su interior cuando leyó: «A la mosquita muerta, Dalia Megure, le gustan los hombres casados». Por un momento tuvo deseos de indagar, pero luego recordó que estaba encerrada en el retrete por haberse pasado de fisgona. Sacó las llaves de su casa de su mochila y rajó como pudo aquella calumnia. Se sintió mal por la rubia, no había dudas de que tampoco era la persona más querida allí.

Al cuarto día, cuando cogió su fiambrera para ir a comer a su escondite, la voz de Parker la detuvo.

—¡Hey, Turpin! —Se giró para poder ver su amigable semblante—. ¿Quieres almorzar conmigo?

Estuvo a punto de negarse cuando se dio cuenta de lo ridículo que sería hacerlo.

—Claro.

Sentados en la zona del jardín que tanto gustaba a Spencer, bajo un bonito fresno, comían sus almuerzos.

—¿Qué es eso? —preguntó Parker señalando el pastel de zanahoria y plátano que había traído.

La cuestión le recordó al primer día que almorzó con su amiga, algo que inevitablemente le sacó una sonrisa.

—Algo delicioso —con la ayuda de un cuchillo redondeado, lo partió por la mitad—. Toma, cómetelo.

El moreno lo examinó detenidamente y luego lo olisqueó, parecía un perro alerta, lo cual le resultó bastante gracioso. Cuando lo hubo probado, agrandó los ojos de la sorpresa.

La sonrisa del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora