31| Un accidente

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Oscuridad

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Oscuridad. A eso se reducía todo. Aunque fuera de día, todo estaba cubierto con una negrura tenebrosa. No estaba nublado, ni parecía que de un momento a otro pudiera dar lugar a una tormenta. Sin embargo, había una aglomeración de gente vestida de negro, con sus trajes elegantes y tristes, apagados y vacíos, como los sentimientos de muchas personas que habían acudido a la mansión Rimes aquel día para presentar su pésame.

Spencer se encontraba a la distancia, observando a Bruce y a Clarice obligados a pronunciar un «gracias» por cada persona que se acercaba a ellos a decirles cuanto lo sentían. Y ella notaba como su mundo se tambaleaba cada vez que oía la voz del pelirrojo completamente rota.

Aquellas ceremonias nunca le habían gustado. Cada persona llevaba el luto, después, de una manera y eso ella no lo juzgaba. Pero estar obligada a ver el rostro de desconocidos hablando de un ser querido como si siempre hubiera estado presente, era difícil de soportar con una pérdida tan reciente. Lo pensaba desde que falleció su abuela años atrás. Se ponía aún más triste al recordar aquel día.

Había demasiados invitados, mucha gente conocía a aquella familia tan importante y muchos habían sentido aprecio por Anna. Entre los que conocía estaba Thomas, Shirley y Emma. El primero estaba a su lado, intentando relajarla y que no se sintiera incómoda entre un cúmulo de adultos de la élite, y la última permanecía apoyada con la espalda en la pared en un rincón de la estancia, con una expresión ausente y serena. Shirley, no obstante, no hacía otra cosa que pasearse por el enorme salón, dando vueltas en círculos, nerviosa y Spencer supo, aunque no conociera con profundidad a la rubia, que estaba realmente angustiada. Lo debía estar pasando realmente mal. Tampoco era algo que le sorprendiera demasiado. Cualquiera que conociera a Anna y su dulzura, debía sentir aprecio por ella.

En una mesa de una longitud pasmosa se encontraban un sinfín de canapés, bebidas, champagne y el ponche. Y los invitados estaban alrededor de ella sirviéndose comida, hablando y algunos incluso bromeando. Spencer sabía que en todos los funerales solía pasar ese tipo de cosas[1] pero se sentía tan mal por Bruce que una molestia indignada le recorría por dentro.

—Tranquila —dijo Parker posando su mano sobre el hombro de ella con empatía.

Solo respondió con una sonrisa de gratitud y para Thomas fue más que suficiente. Cuando observó que Bruce había dejado de estar saturado por el personal, se acercó cautelosa a él, pues tenía la mirada perdida en el suelo de piedra.

—Bruce... —mencionó entre dudas y en un susurro delicado.

Al oír la voz de Spencer, el joven sintió como si le hubieran devuelto a la realidad y, con el rostro serio y la mirada apagada, extendió con lentitud la mano para agarrar la de ella y enredar sus dedos con los suyos.

—Gracias por estar aquí... —murmuró atrayéndola para él y apoyando su cabeza en la de ella. De repente, algo más se detuvo en el pecho de Bruce, sintiendo una punzada de culpa que se entremezcló con el dolor que albergaba en aquellos momentos, junto al sentimiento de amor que tenía por ella. No pudo evitar quebrarse con la necesidad de hablar. —Y perdóname por todo. Nada de lo que haga va a poder compensar todo el daño que te hice y el mal que te hice pasar. Cada día recuerdo tus lágrimas aquel día en la piscina y cada día desearía poder retroceder en el tiempo para no haber sido un cabrón.

La sonrisa del DiabloWhere stories live. Discover now