Capítulo 1 - El Festín

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El Festín


"Pero, mi querido amigo, debo confesarte que, desde que mi pensamiento ha cambiado, ya no existen para mí palabras ambiguas ni dichos: cada palabra tiene decenas, centenares de significados. Y ahí empieza lo que temes...La magia" ―Hermann Hesse



Valentina Collins subió con prisa los estrechos escalones de aquel desconocido edificio residencial, uno bastante descuidado considerando la opulenta zona de New York donde se encontraba; con paredes tapizadas en un color jade envejecido que se comenzaba a desconchar en las esquinas superiores producto de alguna filtración, una que hacía juego con la basura amontonada aquí y allá y los bombillos de halógeno quemados.  

No era de extrañarse que el vigilante del primer piso con aspecto de yonqui se dejase chantajear con sólo veinte dólares y un guiño provocador de su parte, incluso en ese instante dudaba seriamente de su seguridad y comenzaba a maquinar cualquier tipo de muerte trágica al estilo shakesperiano.  

Con veintitrés años de edad se consideraba una persona muy joven para morir y no permitiría que cualquier imbécil acabara con su nueva vida. No señor, primero le golpearía con la mochila de veinte kilos que llevaba colgada a su espalda y la mantenía combada cual jorobado de Notre Dame. Dio un vistazo sobre su hombro por si acaso, al ver que el lugar estaba desértico, retomó su andar. 

Cuando llegó al quinto piso jadeando supo que debía apuntarse a un gimnasio o algo. Luego recordó los brownie que vendían en la panadería que estaba a dos cuadras de su apartamento y se le pasó. 

Terminó de subir los cincos pisos que le faltaban, empujó una puerta -sorprendentemente blanca- con el hombro y salió al techo del edificio. 

La grava que cubría todo el lugar sonó como lluvia bajo sus pisadas cuando corrió al lado opuesto y dejó caer la mochila antes de proceder a sacar sus herramientas de trabajo. Debía reconocerlo, el cielo esa noche era maravilloso, sin una sola nube que lo opacara, quizás de haber estrellas sería aún más perfecto. 

Mientras armaba su equipo vislumbró en el horizonte, a lo lejos donde Manhattan se volvían una pintura de Turner con sus altos rascacielos, un punto brillante.

«Una estrella» pensó, sonriendo levemente con ilusión. Ésta comenzó a titilar ligeramente y luego se volvió más grande hasta quedar visibles las aspas y el caparazón metálico de un helicóptero rompiendo sus fantasías. «Jodida ciudad» frunció el ceño y siguió con su misión. 

Un minuto más tarde se encontraba acostada boca abajo, con las piedritas de grava clavándoseles en la parte frontal de su cuerpo, mientras apuntaba con la mira telescópica al restaurante de enfrente que quedaba tres plantas más abajo. 

Sin duda aquella cornisa en el borde era perfecta para ocultar su presencia.

Movió ligeramente la mira de izquierda a derecha buscando su objetivo por el amplio ventanal, solo a los más ricos comensales se les permitía cenar en aquella área. A los primeros que captó fueron a una pareja de ancianos muy elegantes, degustando exquisiteces de mar, en ese instante al señor se le caía la plancha dentro de la copa de champagne formando burbujas en el fondo y miraba con discreción las demás mesas buscando una forma de sacarla de allí.

Valentina reprimió una mueca de asco, luego sonrió de medio lado con diversión y siguió.

En la mesa contigua un hombre regordete hablaba con la nada y atraía más miradas de lo que creía producto del alcohol. Su buen traje y enorme panza a punto de reventarle un botón al chaleco le dejaron en claro que llevaba una buena vida. Quizás era banquero o corredor de bolsa, todo era posible. 

AntebelluM - 30 Seconds to MarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora