Capitulo 12 - Nuestros propios dioses

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Nuestros propios dioses

"El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo" ―George Orwell


En teoría, cualquier bruja o brujo puede hacer magia desde el momento en que abre los ojos por primera vez cuando nace, hasta que los cierra el día de su muerte.

En teoría, también es posible que estos desarrollen más de un poder a lo largo de su existencia, pero la realidad siempre es distinta y los casos varían considerablemente.

Un brujo puede tener habilidades para la cronoquinesis, pero si no se ve expuesto a una situación de alta tensión que le obligue a necesitar controlar el tiempo, es posible que nunca se entere que este poder reside en su alma.

Para evitar problemas, controlar la población de magos y los poderes de estos, seis mil años antes de nuestra era se creó el Orbe; un lugar donde se forjaron las leyes, se velaba por su cumplimiento y se educaba a los jóvenes para que fuesen los mejores de cada generación. El Orbe también se encargaba de la selección de brujas y brujos cuando estos alcanzaban la mayoría de edad para incluirlos en la sociedad como parte activa de esta.

En casos excepcionales, aquellos que no pasaban las pruebas debían realizar trabajos manuales sin magia por el resto de sus vidas en las adyacencias de las principales ciudades mágicas, o en su defecto, optar por el exilio en algún planeta no mágico.

En el presente, el Orbe sigue aplicando estas reglas a los habitantes mágicos de los cuatrocientos treinta mundos conocidos...


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― ¿Estás concentrada o te estás durmiendo?

― ¿Un poco de ambas?

Valentina abrió un ojo y observó a Jared con rostro iracundo sentado frente a ella en la alfombra, adoptando la misma posición de loto.

Llevaban en esa posición aproximadamente cuarenta minutos, cuando él y Macklix habían rodado todos los muebles contra las paredes para tener más espacio de práctica. Aunque el apartamento, al ser bastante reducido, limitaba esa área al tamaño que poseía la alfombra hindú floreada de cuatro metros por tres que decoraba la sala.

― Eso no es gracioso Valentina, si no practicas nos quedaremos aquí sentados toda la mañana, la tarde y noche. ―le amenazó, moviéndose disimuladamente para despertar la nalga derecha que tenia dormida­― ¿Y tú? Dijiste que ibas a colaborar.

El zorro, al escuchar el reproche alzó la cabeza por detrás del mueble que había escogido de fuerte para protegerse y entornó los ojos, mientras se acomodaba el colador de pasta que usaba de casco con una mano.

― Estoy colaborando, aquí tengo el extintor ­en caso de incendio ―lo alzó en alto para que todos observarán― y el teléfono, con un número de emergencia a la mano. Solo en caso de que exploten la casa. La hoz no la conseguí, así que más vale algo que nada ―se encogió de hombros.

― ¡Valentina no va a explotar su propia casa! ―replicó el ojiazul.

― Tienes razón, ya lo hizo con la tuya así que no se valen repeticiones ―rió éste tomándole el pelo.

Jared gruño por lo bajo, frustrado de que nadie le quisiera hacer caso― Pero ella la reparó luego ¿no es así? ­―miró a Valentina un instante, la fotógrafa asintió con los ojos cerrados­― No tengo idea cómo, pero la última vez que entré a ese cuarto estaba en perfectas condiciones.

AntebelluM - 30 Seconds to MarsWhere stories live. Discover now